Perfil (Sabado)

Un recuerdo infantil

- DANIEL LINK

Circunstan­cias familiares que no vale la pena mencionar me permitiero­n recuperar un sueño infantil que estalló en mil pedazos contra la realidad, ese sello de clausura sobre todas las puertas del deseo ( juro que este verso me lo acuerdo de memoria desde mi primera juventud).

Mis padres leían bastante, pero mucha porquería. Alguna se me pegó. Por ejemplo: mi papá era fan de Isidoro Cañones, historieta de la que guardo una buena colección, que quise donar sin éxito al fondo Ahira antes de que las polillas terminen de devorarla.

Siendo niño, yo tenía muchas ideas de felicidad (todas ellas irrealizab­les, lo que me permitía sufrir y entregarme a la lectura, mi única felicidad al alcance de la mano). Una de ellas era decirme isidoriana­mente “me voy a Mar del Plata” y hacerlo, sin ningún plan previo, ninguna advertenci­a a nadie, sin siquiera pasar por casa a buscar ropa.

Sin embargo, nunca jamás fui a Mar del Plata (ni de ese modo ni de ningún otro) hasta muy entrado en mi madurez, cuando cubrí el Festival de Cine de Mar del Plata como periodista. Me gustó la ciudad, claro. Qué digo “me gustó”. Me enamoré de Mar del Plata. La bajada del Torreón es una de las primeras cosas que recorro a velocidad moderada cada vez que llego, hasta que la Biarritz argentina se me aparece en todo su esplendor y la paz me inunda. Me gustan la escala de la ciudad, su costa, los acantilado­s.

La casualidad quiso que hace unos años cayera en manos de mi familia política la administra­ción de un departamen­to céntrico con una sucesión complicadí­sima.

Nos dedicamos a arreglarlo y a prepararlo para vivirlo. En lo que era el cuarto de servicio me instalé un escritorio y un silloncito que puede ser cama de huéspedes. En el balcón a la calle (una de las más feas de La Feliz) puse macetas con suculentas y cactus, para no preocuparm­e por el riego. Creo que en febrero estuvo listo y desde entonces no había vuelto. Pero el jueves me dije: “Me voy a Mar del Plata”. Avisé que me iba y, sin más trámite (allá tenía todo lo que podía llegar a necesitar, incluida una computador­a vieja), subí a la autopista, sintiéndom­e hasta superior a Isidoro Cañones, que no contó con esa ventaja.

Pensaba, mientras pasaba mis canciones, en cómo la cultura industrial nos ha moldeado tanto como la cultura escolar, porque la felicidad pueril había sido una posibilida­d de vida hace cincuenta años.

Pero todo era falso. La pasé de maravillas, pero tuve que enfrentar un problema que Isidoro nunca conoció: el dinero en efectivo. Mar del Plata vive del cash y yo no había llevado suficiente, así que tuve que hacer bancos, etc.

Lo peor fue la vuelta. Mientras yo manejaba a velocidad crucero, para optimizar el consumo de combustibl­e y evitar multas por exceso de velocidad, vi que me pasaban a toda máquina autos completame­nte al margen de las preocupaci­ones económicas.

Esos eran los verdaderos Isidoros, los tarambanas sin vacilacion­es y no yo, que había pretendido cumplir las “Locuras de Isidoro” que, en el fondo, eran una pelotudez. Volví realista, endurecido.

 ?? Mike Lester, The Palm Beach Post, Palm Beach, EE.UU. ?? OPOSITORES. “¡Tenemos que encarcelar a nuestros oponentes políticos, porque si es electo encarcelar­á a sus oponentes políticos!”
Mike Lester, The Palm Beach Post, Palm Beach, EE.UU. OPOSITORES. “¡Tenemos que encarcelar a nuestros oponentes políticos, porque si es electo encarcelar­á a sus oponentes políticos!”
 ?? Phil Hands, Wisconsin State Journal, Wisconsin, EE.UU. ?? AYUDA. Biden: “Siempre se puede confiar en los americanos para hacer lo correcto”. Zelenski: “Una vez agotadas todas las posibilida­des”.
Phil Hands, Wisconsin State Journal, Wisconsin, EE.UU. AYUDA. Biden: “Siempre se puede confiar en los americanos para hacer lo correcto”. Zelenski: “Una vez agotadas todas las posibilida­des”.
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