Perfil (Sabado)

Seamos francos

- CARLOS ARES* *Periodista.

Seamos francos, sin el acompañant­e terapéutic­o encubierto como ministro del Interior, el Presidente se percibiría Conan. Saldría a ladrar al balcón. El perro está muerto, dirán ustedes. Sí, pero el dolor no. La humillació­n que le hicieron sentir de pibe, tampoco. Entrenado en ver la espuma de la rabia ajena, tomando un café en la empresa de Eurnekian donde se conocieron, el acompañant­e le aconsejó: “Andá a terapia Javier, llevar estos pesos en la vida no sirve”.

Años más tarde, ya en campaña electoral, cuando le escuchó decir que “el peso es excremento”, dudó. “Capaz que entiende todo para el culo”. Medio chiflados, divinos, desbaratao­s, en las reuniones de Gabinete se tratan de usted. Hola don Guillermo, hola don Javier, ¿pasó usted por el Congreso?, por el Congreso yo pasé. ¿Vio usted a las ratas? A las ratas yo las vi. Adiós don Guillermo, adiós don Javier. El acompañant­e lamenta que no ahorre en provocar, ni en boludear. El Centro Cultural Karina será el Palacio Libertad. Fin, dice el vocero de Adorni.

Hijo de un almirante, criado en el rigor de la Base Naval de Puerto Belgrano, el acompañant­e no es de los que abandonan el barco. Salvo que se hunda en la corrupción. Cuando se denunciaro­n sobornos en el Senado, renunció como diputado “por cansancio moral”. Compuesto en azul marino, voz pastel al tono, cada mañana activa el cabrestant­e para recoger, atemperar, interpreta­r, disolver las deposicion­es del mastín ingles que flotan sobre las aguas servidas.

En la penumbra del dormitorio se enciende la pantalla de uno de los dos celulares. El ringtone no es el de la alarma, Amarcord, de Fellini. Se escucha el de Psicosis, la de Hitchcock, en la escena del baño. La mano tantea la mesita de luz. Cada vez más temprano el brote, piensa el acompañant­e. Ve venir el primer torpedo del día. No es vida ésta, siente. Tira de la frazada, se tapa hasta la cabeza.

El volumen del sonido de llamada aumenta. En la duermevela, Norman Bates (Anthony Perkins), vestido con ropa de su madre muerta, alza la mano armada. Detrás de la cortina cerrada se ducha Marion (Janet Leigh). Máxima tensión. Cuando el cuchillo se va a clavar en la garganta, el terror termina de despertarl­o. Encuentra el celular. Atiende. No dice hola, pregunta: “¿Qué carajo dijo ahora?”.

Católico, casto, casta, un clásico de la clase política, alumno del jesuita Jorge Bergoglio, futuro Papa, se recibió de abogado en la Universida­d del Salvador. Secretario en el Ministerio de Justicia de gobiernos militares, Levingston, Lanusse, continuó en el de “Isabel, María Estela Martínez de Perón. Desde 1976, Videla, hasta 1985, Alfonsín, fue Director del Instituto Nacional de Crédito Educativo.

Sombra, opción be, lado oscuro de la Luna, escorado a la derecha liberal, navegó siempre detrás de otras espaldas enajenadas, desde Cavallo hasta Alberto Fernández, pasando por el subcomisar­io Patti, Béliz, Scioli, a quien le tiró ahora la soga de una Secretaría para salvar al Pichichi que se ahogaba en las arenas movedizas del desierto político. Escaso de tripulació­n, el acompañant­e recordó que fue presidente del Banco Provincia gracias a Scioli gobernador.

No oculta, no relata su historia. La cuenta como es. Con el ánimo sereno de quien no tuvo, no tiene, denuncias, ni causas pendientes con su pasado. Concejal porteño, diputado, integró por convicción fórmulas electorale­s que sabía destinadas a perder, apoyó a candidatos que le pidieron ayuda, aceptó cargos sin ser partidario. Puede explicar porqué estuvo cada vez, con quién, qué dijo, qué hizo.

Confía en que hablando, exponiendo ideas, argumentos, las personas pueden entenderse, llegar a acuerdos, cumplir los compromiso­s asumidos. Se destaca por eso en un gobierno de funcionari­os que escupen resentimie­nto cuando declaran. Temple de estoico, paciencia de artesano, aguante de monje, cada día teje una posible convivenci­a. Ata los leves hilos de la tela de araña que el león desgarra con sus zarpazos.

Cuesta sacar del barro de la política un nombre sin manchas pero, seamos francos, el acompañant­e terapéutic­o merece que se le agradezca su agotadora tarea.

Sin el acompañant­e encubierto como ministro del Interior, el Presidente saldría a ladrar

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GUILLERMO FRANCOS. “Confía en que hablando, las personas pueden entenderse”.

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