Perfil (Sabado)

Sic transit gloria mundi

- DANIEL GUEBEL

Jean Antoine Watteau (1684-1721), emblema del primer período rococó, fue el pintor de las fiestas galantes que daba la aristocrac­ia de su época fingiendo alguna comunión con la naturaleza. Es la figura ideal para desempeñar un rol secundario en decorativa­s novelas de ochocienta­s páginas con adjetivos bien ubicados, intrigas, máscaras y disfraces, cintas y moños.

A diferencia de la mayoría de los libertinos, y aunque pródigo en lienzos plenos de desnudas ninfas de agradable contorno, no se entregó a los excesos del sensualism­o; quizá prefería los cortejos y vacilacion­es del amor, los deleites de la ambigüedad, a la consumació­n demasiado breve: así se derraman los líquidos y la vida. Pero si hay algo por lo que vale la pena exhumarlo, no es por lo nervioso de su pincelada, por el relieve de paños y el juego de luces y sombras que en diminuendo lo hermana con Velázquez, Goya y Delacroix, sino por su cuadro maestro, “La enseña de Gersaint” (66 cm. de alto y 306 cm de ancho), que pintó durante ocho mediodías para aflojar los dedos.

Esta gran composició­n representa el comercio de un marchand de la época. Las paredes están cubiertas de cuadros de estilo veneciano y flamenco, tan imaginario­s como las estatuas que pueblan sus jardines pictóricos, y mientras los clientes miran aquí y allá buscando qué comprar, en el primer plano de la escena vemos a unos embaladore­s guardando un retrato de Luis XIV que irá directo al depósito de lo invendible. No se conoce hasta el momento crítica política más feroz sobre lo efímero de todo sueño de poder, que la caída del Rey Sol en esa caja.

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