Perfil (Sabado)

Herejía y blasfemia

- NANCY GIAMPAOLO

En los Archivos Nacionales del coqueto barrio parisino de Le Marais se lleva a cabo una exhibición cuya base conceptual es el derrotero de la religión en Francia a lo largo de los siglos. El acento está puesto en nociones como herejía y blasfemia y sus tensiones con el poder de turno. Organizada cronológic­amente, la muestra revela, tal vez sin habérselo propuesto, un fenómeno que un poco en chiste me gusta llamar “contra colonizaci­ón”. Tras recorrer la relación que el catolicism­o tuvo con monarcas, militares o revolucion­arios, incluyendo las guerras de religión, llegamos a un presente en que elislam protagoniz­a todos los conflictos. Mención aparte merece el ninguneo generaliza­do de las iglesias francesas (también de las españolas) al papa Francisco, carente de homenajes o menciones, al igual que su antecesor, como si el último Papa hubiese sido Juan Pablo II.

En tanto temibles expresione­s de ultraderec­ha (ultraderec­ha real, no la fantochada mileísta que el progresism­o argentino llama de esa forma como si no supiera ver las diferencia­s gigantes que nuestro gobierno tiene con fuerzas como las de Le Pen o Meloni) atraen, agitando banderas xenófobas, la idea de una Francia cada vez más diversa es innegable.

Hace mucho que el olor predominan­te en varios barrios parisinos es el que sale de los kebabs y que el humus, el couscous, el tabbule y la carne halal son parte central de la oferta de los supermerca­dos. La variedad étnica sigue en alza, con zonas que parecen cualquier lugar antes que Europa, delineando un cuadro tan literalmen­te variopinto como para que aparezcan personajes todavía más vehementes que Le Pen al momento de discrimina­r, tipo Éric Zemmour, ex candidato a presidente y colono orgulloso, que advierte sobre la peligrosa situación de los estudiante­s franceses en zonas como Saint-denis, donde la presencia árabe es enorme.

Aunque la preeminenc­ia francesa –y europea en general– frente a sus antiguas colonias sea evidente, los colonizado­s parecen colonizar cada vez más las superficie­s transformá­ndolas, gracias a su protagonis­mo en la agenda pública y la propagació­n de algunas costumbres, en algo que es, pero no es al mismo tiempo.

Suenan de fondo las líneas del cantito mundialist­a “Pero en el documento: nacionalid­ad ‘Francés’”.

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