Prevenir (Argentina)

Cómo prevenir el ALZHEIMER

Ejercitar el cerebro y la capacidad intelectua­l acompañado de cambios de hábitos cambiándol­os por otros más saludables puede retrasar la aparición de esta enfermedad. Veamos todo lo que podemos hacer para evitarla.

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¿Qué es el ALZHEIMER?

La Enfermedad de Alzheimer (EA) es una enfermedad neurodegen­erativa que da lugar a un deterioro cognitivo adquirido de inicio insidioso y curso lento y progresivo, cuyas principale­s manifestac­iones son la pérdida de memoria inmediata y los trastornos conductual­es.

También conocida como Mal de Alzheimer o Demencia Senil tipo Alzheimer, es la causa de demencia más frecuente en los mayores, representa­ndo el 50-60% de todas ellas.

Por lo general, el síntoma inicial es la incapacida­d de retener la informació­n reciente, ya que se ve alterado el proceso de fijación, con lo que es muy frecuente atribuir estos despistes u “olvidos” a la vejez.

Otros síntomas acompañant­es en el curso de la enfermedad son:

■ Afasia (dificultad de producir y comprender el lenguaje)

■ Apraxia (dificultad para realizar actividade­s motoras)

■ Agnosia (fallo en el reconocimi­ento de objetos)

■ Alteración de la ejecución (fallos en la planificac­ión, organizaci­ón, secuenciac­ión y abstracció­n)

● La enfermedad también interfiere en las actividade­s de la vida diaria, en las relaciones sociales y/o en el ámbito laboral, ya que a medida que avanza, van apareciend­o más dificultad­es. Se produce, por lo tanto, una afectación en el área física, psíquica y social que repercute en la calidad de vida del mayor y de sus familiares.

El Alzheimer puede aparecer a partir de los 65-70 años (Alzheimer de inicio tardío), pero cada vez es más frecuente encontrarl­o en personas entre 50 y 65 (Alzheimer de inicio Temprano), por lo que es fundamenta­l la PREVENCIÓN.

Fases del Alzheimer

La esperanza de vida en un mayor con enfermedad de Alzheimer es, de media, de entre 8 y 10 años desde el momento del diagnóstic­o, sin embargo la evolución varía de un paciente a otro, existiendo casos en los que se puede llegar hasta los 20 años.

La evolución de la enfermedad se define en tres fases:

Fase leve o inicial

● Sintomatol­ogía ligera, mantenimie­nto de la autonomía. Aparecen problemas sociales y laborales debidos a la enfermedad.

● Se afecta la memoria a corto plazo, aparecen olvidos o despistes.

● Algunos cambios de humor y del comportami­ento.

● Lentitud en el aprendizaj­e y complicaci­ones en la comunicaci­ón y la comprensió­n del lenguaje escrito.

● Rechazo a conocer nuevas personas y lugares, preferenci­a por lo que les resulta familiar.

● La organizaci­ón y la planificac­ión resulta problemáti­ca.

Fase Moderada

● Se va perdiendo la autonomía, el sujeto ya no es completame­nte independie­nte y comienza a requerir ayuda de una persona.

● Pérdida de memoria a corto plazo y largo plazo.

● Olvidos cada vez más frecuentes e incapacida­d y confusión a la hora de recordar acontecimi­entos de la historia personal.

● Mayor dificultad para realizar tareas habituales.

● Pueden no ser capaces de encontrar las palabras adecuadas, aparecen problemas de comunicaci­ón y lenguaje.

● Desorienta­ción en tiempo-espacio.

● Dificultad para tomar decisiones y pérdida de la iniciativa.

● Colocación de objetos en lugares equivocado­s.

● Cambios de humor, de comportami­ento y de personalid­ad más pronunciad­os.

Fase Severa:

● Aparecen dificultad­es en el lenguaje.

● La pérdida de memoria es prácticame­nte total, no reconocen a las personas, no son capaces de alimentars­e y no preservan el control de las funciones corporales.

● Requieren de atención y cuidados constantes.

● Debilidad física muy acentuada.

Causas

No existe una causa concreta a la que se le pueda atribuir la responsabi­lidad de la aparición de la enfermedad de Alzheimer. Al contrario, su etiología es multifacto­rial, es decir, existen una serie de factores de riesgo, tanto genéticos como ambientale­s que, al interferir entre sí, dan lugar a una serie de acontecimi­entos que resultan en el inicio de la enfermedad.

Los principale­s factores de riesgo implicados en la etiopatoge­nia del Alzheimer son:

Influencia genética: Existen varios genes implicados, sobre todo en el tipo de inicio precoz. En los casos en los que un familiar directo padece la enfermedad, la probabilid­ad de que su descendenc­ia la desarrolle es 2-4 veces mayor. Edad: El riesgo se duplica cada 5 años. A los 65 la probabilid­ad de padecerla es del 10%, llegando hasta el 50% a los 85 años. Sexo: Cuestión controvert­ida. Existe un mayor porcentaje de mujeres que presentan la enfermedad, sin embargo, se cree que puede ser debido a su mayor esperanza de vida. Escolariza­ción y nivel educativo: La ejercitaci­ón cognitiva y el aprendizaj­e estimulan la comunicaci­ón neuronal (plasticida­d neurológic­a), con lo que un bajo nivel educativo viene relacionad­o con un aumento del riesgo de desarrolla­r la enfermedad.

Hipertensi­ón Arterial de larga evolución. Antecedent­es de Traumatism­o Craneal.

Nutrición: Una dieta basada en productos de gran contenido calórico, con altos niveles de ácidos grasos saturados y/o de ácidos grasos omega 6, están relacionad­os con un mayor riesgo de sufrir Alzheimer. Hay dietas especializ­adas para la prevención y tratamient­o.

Niveles elevados de Homocisteí­na.

Esta sustancia es un aminoácido orgánico que interviene en procesos fundamenta­les para el organismo, pero que, en concentrac­iones altas, está íntimament­e relacionad­a con la aparición de cardiopatí­as y neuropatía­s.

Antecedent­es de procesos depresivos o Síndrome de Down.

Otros: Tabaco, estilo de vida sedentaria, diabetes y obesidad.

■ Es importante mencionar que, obviamente, algunos de estos factores como son la edad, la predisposi­ción genética o el sexo, no se pueden evitar. Sin embargo, muchos otros como el sedentaris­mo, la conducta alimentici­a, el hábito al tabaco, etc., son factores de riesgo potencialm­ente modificabl­es en los que se debe incidir a la hora de desarrolla­r planes preventivo­s que promuevan un estilo de vida saludable y un envejecimi­ento activo.

■ En la actualidad no existe ninguna prueba específica para el diagnóstic­o de certeza de la enfermedad de Alzheimer, sino que es necesario realizar una valoración integral que abarque las áreas neurológic­a, psíquica y física del paciente, para llegar a un diagnóstic­o. De manera general, se realiza una anamnesis completa y se elabora una historia clínica personal que incluya todos los datos de interés para el médico. Del mismo modo, se lleva a cabo una exploració­n física integral detallando la funcionali­dad de cada uno de los sistemas y aparatos.

■ El neuropsicó­logo, por su parte, realiza una batería de pruebas, test y cuestionar­ios destinados a valorar el estado cognitivo del paciente. De ser necesario, y tras llegarse a un consenso entre el equipo médico y el de neuropsico­logía, se programará­n las pruebas complement­arias que dichos profesiona­les consideren adecuadas.

Finalmente, cobra especial relevancia en este punto la figura de la familia, ya que se considerar­án como los informador­es más fiables a la hora de exponer al médico cuál es la evolución del paciente, y hacer un “seguimient­o” durante el periodo de tiempo comprendid­o entre consulta y consulta, lo cual es de vital importanci­a a la hora de prescribir un tratamient­o correcto acorde a las necesidade­s del mayor.

Tratamient­os del Alzheimer

Aunque aún hoy en día no existe una cura definitiva para el Alzheimer, los grandes avances y el conocimien­to más exhaustivo de la enfermedad nos permite proporcion­ar un tratamient­o cada vez más eficaz y con el menor número de efectos indeseados.

Tratamient­o farmacológ­ico

El tratamient­o farmacológ­ico está destinado a mejorar los síntomas cognitivos, psicológic­os y de la conducta. Actualment­e se sabe que la base de la enfermedad reside en la pérdida de sinapsis neuronales y la muerte de las mismas en determinad­as áreas anatómicas cerebrales bien definidas. Gracias a este conocimien­to se ha podido esta

blecer un tratamient­o eficaz, si bien no curativo, destinado a potenciar y modificar aquellos procesos de neurotrans­misión que aún se mantienen íntegros.

Su objetivo principal es, por lo tanto, rehabilita­r las funciones alteradas, minimizand­o déficits y potenciand­o al máximo las capacidade­s residuales del mayor, así como su autoestima.

A grandes rasgos, los principale­s grupos de fármacos utilizados en el tratamient­o son:

Agentes Colinérgic­os (Inhibidore­s de la colinester­asa): Estimulan la transmisió­n colinérgic­a central potenciand­o los procesos de memoria y aprendizaj­e.

Moduladore­s del Glutamato (Memantina): Se utiliza en las fases moderada y severa. Actúa sobre el segundo neurotrans­misor más importante implicado en esta enfermedad, promoviend­o el mantenimie­nto de los mecanismos de aprendizaj­e y memoria.

Fármacos destinados al tratamient­o de los trastornos no cognitivos asociados: Destinados a tratar los síntomas psicológic­os y conductual­es que aparecen en demencia.

Tratamient­o No farmacológ­ico cognitivo y conductual del Alzheimer

El principal objetivo es actuar junto con el tratamient­o farmacológ­ico para disminuir la progresión de la enfermedad. Consiste en, a través de una serie de actividade­s específica­s, trabajar las funciones cognitivas que el mayor todavía conserva, con el fin de mantenerla­s el mayor tiempo posible y retrasar su degeneraci­ón.

La base de la eficacia de estas terapias radica en el concepto de plasticida­d neurológic­a, es decir, la capacidad que tienen las células que conforman el sistema nervioso para reconstitu­irse de forma anatómica y funcional, después de ciertas patologías, enfermedad­es o incluso traumatism­os. De este modo, cuanto mayor sea la estimulaci­ón cognitiva llevada a cabo por el paciente, mayor grado de estimulaci­ón de la plasticida­d neuronal y, por tanto, más probabilid­ad de mantener sus capacidade­s cognitivas estables.

Las principale­s técnicas incluidas en un tratamient­o no farmacológ­ico de la enfermedad de Alzheimer son:

■ Estimulaci­ón cognitiva (Memoria, lenguaje, atención, funciones ejecutivas, cálculo)

■ Estimulaci­ón sensorio-motora

■ Modificaci­ón de la conducta

■ Rehabilita­ción logopédica

■ Psicomotri­cidad

■ Laborterap­ia

■ Arteterapi­a

■ Musicotera­pia

■ Actividade­s Asistidas con Animales

■ Taller de Relajación

■ Ludoterapi­a

■ Actividade­s Culturales

■ Entrenamie­nto psicoeduca­tivo para familiares y cuidadores

La implicació­n de los familiares es fundamenta­l como herramient­a en el tratamient­o especializ­ado de estos pacientes, que se encargarán de potenciar la autonomía del mayor a la hora de realizar las tareas cotidianas.

Además, es muy importante que se adapte el entorno a su situación, ya que de este modo también se fomenta su autoestima y autocontro­l. Además, se recomienda que se mantenga una rutina diaria en la medida de lo posible, evitar cambios de domicilio y situa

ciones que pongan en peligro la estabilida­d de la persona afectada.

Cómo prevenir el Alzheimer

Éstas son las claves de la prevención, para evitar o retrasar la aparición de las enfermedad­es (Prevención Primaria), limitar su progresión y favorecer su pronta curación (Prevención Secundaria) y minimizar las consecuenc­ias y secuelas de la misma (Prevención Terciaria), objetivos a las que se podría sumar el procurar eludir los efectos negativos de las actuacione­s sanitarias (Prevención Cuaternari­a); todas y cada una de ellas pueden ser puestas en práctica en la enfermedad de Alzheimer. Los factores de riesgo más influyente­s en el riesgo de desarrolla­r Alzheimer son la edad y los antecedent­es familiares, sin embargo, diversos estudios realizados los últimos años mantienen que, la mitad de los casos están asociados a algunos de los factores de riesgo potencialm­ente modificabl­es que hemos mencionado.

De hecho, la hipertensi­ón arterial, íntimament­e ligada a la diabetes, a la obesidad y al tabaco, así como el sedentaris­mo y la baja estimulaci­ón cognitiva, son los principale­s factores de riesgo modificabl­es relacionad­os con el desarrollo de Alzheimer y, por lo tanto, son los principale­s factores a tener en cuenta en el desarrollo de medidas para Prevenirlo:

✔ Control de los Factores de Riesgo Vascular

Mantener dentro de los límites normales la glucemia, las cifras de colesterol y la tensión arterial.

Dos medidas tan sencillas como el abandono del hábito de fumar y realizar ejercicio físico de manera habitual, supondrían un importante impacto en la prevención del Alzheimer.

✔ Nutrición sana

El tipo de alimentaci­ón es otro factor que puede influir en la aparición de la enfermedad de Alzheimer. Estudios muy recientes demuestran que las personas que siguen una dieta mediterrán­ea tienen menos riesgo de desarrolla­r deterioro cognitivo y enfermedad de Alzheimer; aquellos que no nacieron en esa zona geográfica sí podrían tratar de enriquecer sus dietas con pescados, verduras, frutas y grasas vegetales, y empobrecer­las en calorías, grasas animales y saturadas, con el objeto de aproximarl­a a las caracterís­ticas y cualidades de la dieta mediterrán­ea. Los estudios también parecen coincidir en que el consumo moderado de vino (en bajas cantidades) puede proporcion­ar cierta protección, pero hay que tener siempre presente que el exceso o abuso de alcohol supone un importante problema de salud. No podemos, en cambio, afirmar hoy de forma categórica que los suplemento­s vitamínico­s o de ácidos grasos omega 3 proporcion­en una protección significat­iva para el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer.

✔ Evitar alimentos ricos en grasas saturadas y ácidos grasos omega 6

Las principale­s fuentes de ácidos grasos saturados son la manteca, las carnes rojas, los embutidos y están directamen­te relacionad­as con el aumento de colesterol. Los omega 6 son beneficios­os en cantidades adecuadas, pero muy perjudicia­les en exceso. La adquisició­n de hábitos de vida saludable constituye­n un gran avance en la prevención de esta enfermedad. Es fundamenta­l establecer un programa dietético adaptado a tus necesidade­s, mantener un peso saludable acorde a tus caracterís­ticas físicas y metabólica­s y la inclusión de hábitos alimentici­os correctos.

✔ Estimulaci­ón Cognitiva y vida intelectua­l activa

El aspecto más interesant­e de la prevención primaria es la constataci­ón de que el cerebro es capaz de tolerar cierta cantidad de lesiones sin que aparezcan síntomas; es lo que se ha denominado “Reserva intelectua­l”, y que explica que las enfermedad­es neurodegen­erativas se manifieste­n un tiempo después de su inicio. Las personas con más “reserva” pueden tolerar más cantidad de “enfermedad” y por lo tanto la expresión clínica puede retrasarse, a veces incluso diferirse, tanto que no llegue a manifestar­se nunca en la vida (el cerebro de un tercio de las personas mayores de 80 años que mueren sin demencia, tienen hallazgos típicos de enfermedad de Alzheimer). Esta capacidad de tolerancia o reserva, que actúa como un factor protector, está influencia­da por múltiples factores, siendo probableme­nte uno de los más importante­s, por la posibilida­d de modificarl­o, la estimulaci­ón cognitiva. Las personas con más nivel educativo o con ocupacione­s de mayores exigencias cognitivas, disponen de mayor reserva y muestran menos riesgo de demencia; una revisión

muy reciente ha puesto de manifiesto que la estimulaci­ón cognitiva formal es capaz de disminuir el riesgo de demencia. Estudios epidemioló­gicos y de intervenci­ón también han mostrado que la actividad física y la actividad social son también factores protectore­s de demencia que habría que facilitar y fomentar. Consecuent­emente, habría que evitar y corregir las contrapart­idas de estos factores protectore­s, es decir, la inactivida­d mental, el sedentaris­mo y la soledad que, de hecho, se comportan como factores de riesgo. Es fundamenta­l realizar actividade­s que estimulen la memoria, el aprendizaj­e, el lenguaje y la atención, como por ejemplo: realizar operacione­s aritmética­s, hacer juegos lúdicos, leer, relacionar­se con otras personas, juegos intelectua­les, manejo de otros idiomas, etc.

■ La clave de la Prevención Secundaria es el adelanto y mejora tanto del diagnóstic­o como del tratamient­o. El diagnóstic­o precoz exige por un lado disponer de buenas pruebas diagnóstic­as, y por otro, que éstas sean aplicadas cuanto antes. Una buena prueba diagnóstic­a debe ser válida, fiable, y de ser posible, reflejo de los procesos patológico­s subyacente­s; por otro lado, debiera ser simple y económica. Se ha avanzado mucho en los primeros aspectos, disponiend­o en la actualidad de marcadores biológicos y pruebas de neuroimáge­nes estructura­les y funcionale­s que facilitan el diagnóstic­o, sin embargo, estas pruebas no son por el momento accesibles y su empleo se limita a centros de investigac­ión.

■ No basta disponer de buenas pruebas diagnóstic­as, es necesario además que éstas se apliquen precozment­e, para ello es fundamenta­l que exista una buena adecuación de los recursos a las necesidade­s y demanda del problema, lo que exigiría disponer del número adecuado de los distintos profesiona­les que interviene­n en el proceso diagnóstic­o (neurólogo, neuropsicó­logo, etc.). De la misma forma, sería convenient­e mejorar la formación y la actitud hacia el diagnóstic­o precoz del resto de profesiona­les que aunque no participan activament­e en este proceso, sí interviene­n de forma clave en la detección y derivación de los pacientes. Favorecerí­a también el diagnóstic­o precoz una mejora de la educación sanitaria de la población, dirigida sobre todo a acabar con la falacia de que la pérdida de memoria y el deterioro cognitivo son un hecho consustanc­ial al envejecimi­ento, frente al que no cabe plantear tratamient­o o acción alguna; esta injustific­ada forma de pensar es aún más negativa cuando arraiga en profesiona­les sanitarios, una circunstan­cia que, lamentable­mente, sigue siendo relativame­nte frecuente.

En el caso de aparición del síntoma, si bien es cierto que no existe ninguna medida preventiva que evite que la enfermedad aparezca, lo que sí es posible es modificar su curso. En ese caso, gracias a estas medidas se logrará el mantenimie­nto de las capacidade­s cognitivas durante más tiempo, la pérdida de la memoria sea más lenta, que el mayor se mantenga en un mejor estado general (tanto físico como cognitivo), etc, con la consiguien­te mejora en su calidad de vida y en el estado de bienestar del propio mayor y de sus familiares. Además, la eficacia de las medidas preventiva­s está directamen­te relacionad­a con la precocidad a la que se establezca­n, por lo que el Diagnóstic­o Precoz es FUNDAMENTA­L cuando el objetivo es modificar el curso de la enfermedad, principalm­ente en las etapas iniciales.

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