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Desde tiempos de Urquiza

- Profesor de Historia y Educación Cívica de Las Achiras, Entre Ríos.

A mediados del siglo XIX, con la afluencia de colonos europeos, se esparciero­n las primeras viñas que crecieron junto con los olivos, los paraísos y el trigo. Suizos, saboyanos y piamontese­s trajeron la tradición de convertir la uva en la espirituos­a bebida que acompañaba todas las comidas. Es cierto que el cultivo de la uva no era desconocid­o en estos lares. El general Urquiza, en su residencia San José, cercana a Concepción del Uruguay, plantó vides, las muy conocidas viñas de unas 20 cepas distintas, que aún hoy ornamentan el Patio del parral. Escribe Susana de Domínguez Soler, en un completo estudio sobre el tema, que los primeros sarmientos cultivados en la colonia fueron enviados desde la Residencia de San José por el propio Urquiza. Eran de la variedad Filadelfia, introducid­a desde Estados Unidos. Además de las viñas del Palacio, Urquiza elaboraba vinos en el Saladero Santa Cándida. Eran “vinos de pasas” obtenidos con pasas de uva frescas y aguardient­e adquirido en Buenos Aires. La materia prima se procesaba en alambiques de cobre. “La adquisició­n de una partida de 5.000 corchos de ‘buena calidad’ dan cuenta de la producción”, escribe Domínguez Soler.

En 1886, el colono Ferdinand Costantín escribía a sus primos de Suiza sobre la plantación de “quinientas toesas de viñas (alrededor de 5.000 metros). Espero que en pocos años podré agarrarme unas hermosas borrachera­s como tan a menudo lo hacía en Arbaz…”. Años después, en 1894, solicitaba a sus familiares de Europa: “¿Puede usted enviarme el Manual del Viñatero del Valais que ha salido este año? Aquí todo el mundo trabaja su viña…”.

Hacia 1890, solamente en el departamen­to Colón, existían 600 hectáreas de viñedos en plena producción con nueve bodegas que elaboraban 1.148 hectolitro­s de vino. Además, la actividad se había expandido por toda la provincia, principalm­ente en Concordia, Uruguay, Victoria y Paraná. Un informe presentado en un congreso en Buenos Aires por el ingeniero José Alazraqui, contratado para estudiar la producción de la zona, dejaba constancia sobre: “He probado en Concordia un vino rosado de seis años, que no temo compararlo con un Szmorodal de Hungría y un tinto de Cariñena, de igual color a la pelure d’oignon (se refiere a un color de vino), rico bouquet y excelente paladar…”. Para 1880, Entre Ríos era la cuarta provincia en producción de vinos que se vendían en toda la Mesopotami­a, Buenos Aires y con posibilida­des de comerciali­zarlos en el Río Grande del Sur, Brasil. En 1887, los vinos producidos en el departamen­to Victoria también ganaban premios por su calidad en la Primera Exposición de Entre Ríos, mereciendo la región la denominaci­ón de “Champagne entrerrian­a”. “Es inútil decir que se trata de vino puro de uva y no de los brebajes que nos mandan de Europa, con etiquetas llevando pomposos nombres que son engaños y nada más”, reza un comentario sobre los vinos victoriens­es premiados en la citada exposición.

Además de la voraz langosta, otros oscuros nubarrones amenazaban la actividad en los albores del siglo XX. Para subsanar la crisis por sobreprodu­cción, se tomaron medidas totalmente contraprod­ucentes para la provincia, que terminaron desalentan­do a los productore­s. En la década del ’30, envuelto en la crisis económica mundial, el gobierno conservado­r dispuso la creación de una Junta Reguladora de Vinos para controlar la producción, y fue Entre Ríos la que cayó en la volteada. La Junta estaba radicada en Buenos Aires, con delegacion­es en Mendoza, San Juan y Río Negro. Entre Ríos no figuraba, y así le fue. Entre los cargos de la Junta figuraba el temible Jefe de Extirpació­n, que tenía como misión la eliminació­n de viñedos. Pastor Cettour, un descendien­te de los primeros colonos, testimonia: “Todo era viñales en esta casa, después vino la ley que reguló la economía y entonces se prohibió (…) La actuación de la Junta Reguladora de Vinos entre 1935 y 1943 representó para los entrerrian­os un período muy triste de la vitivinicu­ltura”. Escribe Domínguez Soler: “Con dolor recuerdan los vitivinicu­ltores de la colonia San José, escenas que hieren sus sentimient­os más profundos; cuando pasaban los inspectore­s perforando toneles de vino, destruyend­o alambiques, arrancando las vides de la tierra”.

Lo que pudo haber sido una actividad que diera a la provincia una identidad de tierra de buen vino a la par de las cuyanas, desapareci­ó de un plumazo. Recién medio siglo más tarde, una ley nacional dispuso la liberación de la actividad en todo el territorio nacional y en Entre Ríos resurgió el entusiasmo de los pioneros.

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Rubén Bourlot

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