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6. UMARA MANOS CUIDADAS

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Sebastián Sottano y su suegro, Oscar Sanz, ocupan el directorio de Umara, un spa de uñas que fundaron en 2008 con el objetivo inicial de expandirse, desde Mendoza, al resto del país. Comenzaron con dos locales y, dos años más tarde, con las franquicia­s: hoy tienen 27 locales franquicia­dos en siete provincias. Además, tienen un pie en Chile, con dos locales propios.

Sanz, a cargo de Umara Chile, tuvo una máster franquicia de una empresa de estética corporal cordobesa en el país vecino. De aquella experienci­a, con todos los errores que cometieron franquicia­do y franquicia­nte, cuenta su yerno, fue que decidieron lanzar su propia propuesta de franquicia­s.

Los spa de uñas eran tendencia en el mundo. “De aquella experienci­a, aprendimos sobre la importanci­a de no perder el control y el eje del negocio. Cuando no se controla, automática­mente el franquicia­do busca la forma de sacar los pies fuera del plato, creyendo –quizá– que va a conseguir una mejor rentabilid­ad, pero se está equivocand­o. El control es la base del negocio”, asegura Sottano.

Si bien todas las zonas del país son potenciale­s plazas para Umara, los socios están enfocados en Buenos Aires. Abrir un local Umara requiere una inversión total aproximada desde $ 1,3 millones, dependiend­o del estado del local y la obra, que es el mayor porcentaje de la inversión, según Sottano: “A todos los franquicia­dos les damos las mismas herramient­as, por lo que el tiempo de recupero de la inversión varía en función de su trabajo”.

Sottano es consciente de que el país no está en su mejor momento y que cuando no hay plata, a pocos se les ocurre ir a hacerse las manos. “Esto no es de ahora, creo que venimos desde el 2015 con un país raro, que no permite pensar estrategia­s a largo plazo, porque la verdad es que las cosas cambian muy abruptamen­te; eso es algo que a nosotros nos está costando mucho.”, dice.

El control es todo, remarca Sottano y, Carolina Pérez Morilla, franquicia­da de Umara en el barrio porteño de Flores, coincide. Había abierto un segundo local en Caballito y terminó cediéndolo a otro franquicia­do. “A la distancia, no se puede gestionar”, dice.

Umara fue para Pérez Morilla un regalo de Navidad. Mendocina radicada en Buenos Aires, su cuñada le regaló un váucher para hacerse las manos en Mendoza y quiso traer la propuesta a Buenos Aires, donde la empresa no existía. “Le ‘quemé la cabeza’ a mi marido, como un pájaro carpinteri­o, y finalmente, en julio de 2015, inauguré en Flores”, cuenta. Profesora de educación física, Pérez Morilla dejó de ejercer cuando el cuerpo empezó a pasarle factura. Va todas las mañanas al local, donde atienden 10 manicuras, y se reparte el control con su hija mayor. La inversión, hace tres años, fue de poco más de $ 1,2 millones; y un año después abrieron el local de Caballito, que luego decidieron vender. “No podía estar en los dos locales a la vez y yo creo en el dicho que afirma que el ojo del dueño engorda el ganado. Se lo vendí a una amiga que estaba en busca de un salón y la verdad es que le está yendo muy bien”, cuenta.

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CONTROL. ”Cuando no se controla, el franquicia­do busca por su cuenta, pero eso es un error. El control es la base del negocio”, dice Sebastián Sottano. DELFO RODRÍGUEZ

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