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Medio siglo a flote

El Astillero Contessi, de Mar del Plata, va por su tercera generación. Capeó las crisis autofinanc­iándose. por waltEr duEr foto fabián gastiarEna

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En la década de 1950, Federico Contessi llegó a la Argentina desde su Italia natal para reencontra­rse con su padre, que había arribado a estas tierras para “hacerse la América” como pescador y a quien la Segunda Guerra Mundial había dejado varado aquí, en la otra punta del mundo. Habían pasado 16 años desde la última vez que se habían visto y, contrariam­ente a lo que marcaba la tradición familiar, Federico no llegó convertido en un pescador, sino que había aprendido las artes de la carpinterí­a naval. Comenzó como empleado en un taller, pero su habilidad era tal que fue ascendido a capataz casi de inmediato: cuando apenas tenía 19 años su jefe lo llamó y le dio un ultimátum: “Independiz­ate, porque no te pago más el sueldo”.

REPARACIÓN

Así nació la semilla de lo que hoy es Astillero Naval Federico Contessi y Cía.: un pequeño astillero de reparación de barcos pesqueros. Antes del final de esa década, un inquieto Fede-

rico, que iba comprando rezagos de maderas y herramient­as en el puerto para perseguir su sueño de construir una nave desde cero, logró un hito nacional: vender un barco de altura, uno de los primeros en fabricarse en el país. “Desde ese momento, la empresa no paró más”, cuenta Domingo Contessi, hijo de Federico y actual director comercial de la firma.

BUQUES DE TODO TIPO

El contexto ayudaba: la industria naval argentina supo ser, según cuenta Contessi, una de las más fuertes de Latinoamér­ica, llegando a emplear a más de 100.000 personas y a fabricar todo tipo de buques, desde cargueros hasta de pasajeros, incluso de guerra. Poco a poco, los diferentes esquemas de ayuda al financiami­ento del sector fueron desapareci­endo y, como consecuenc­ia, la industria comenzó a hundirse. Para fines de la década de 1980 quedaban apenas unos pocos recuerdos de los años de esplendor y apenas 1.500 personas empleadas en el segmento.

“Nuestra estrategia fue aprender a autofinanc­iar las obras, generar fondos propios y dar plazo a los clientes: hemos llegado a arreglar hasta 80 cuotas”, recuerda Contessi. “La idea fue mantener siempre las persianas abiertas y, para no paralizar al personal, comenzamos a construir barcos en stock: una verdadera rareza.” El astillero es un negocio que se maneja a pedido: armar una nave que no pertenece a nadie representa un riesgo financiero muy alto. “Sin embargo, ése fue nuestro secreto, reinvertir en la industria. Tener la cabeza más puesta en trabajar que en ganar dinero”, dice Contessi.

TALLER

Domingo es el menor de cuatro hermanos: lo anteceden Evelina, Felisa y Alejandra. Todos trabajan desde muy jóvenes en el astillero. “Arrancamos en edad de secundario: yo tengo 48 años y mi primer recibo de sueldo es de 1975”, evoca Domingo. ¿Qué cambió con la llegada de la segunda generación a esta empresa familiar? “Lo importante es lo que logramos mantener: ser una empresa cuya parte más importante es el taller y no la administra­ción ni el área comercial”, cuenta Domingo. “Tratamos de mantener la filosofía de mi papá en una industria muy castigada: nuestra competenci­a nunca fueron los otros astilleros, sino los barcos usados importados”, dice. “Por eso, buscamos diferencia­rnos por la calidad de nuestros productos, por hacer las cosas bien y por armar un buen equipo de gente.”

Y mientras asoma la tercera generación (Leandro Goñi, sobrino de Domingo, es ingeniero naval y ya se desempeña en la empresa), el propio Federico, a sus 87 años, pasa todos los días por las instalacio­nes. “Hasta hace dos años seguía trabajando en el taller, con el mameluco puesto”, cuenta su hijo.

CADENA

El astillero creció de 47 empleados en julio de 2017, a 57 en marzo de este año. Además, trabajan con un ecosistema de navalparti­stas. “Cuando se reactiva nuestra industria, lo hacen en la misma medida todos los rubros que subcontrat­amos: no hay que perder de vista que un barco tiene hasta 3.500 ítems.”

La compañía factura alrededor de US$ 7 millones al año y entrega en ese período entre dos y tres barcos (a fines de los ’80 llegaron a construir hasta ocho barcos en un año). Los planes futuros son auspicioso­s: tienen contratos firmados por más de US$ 15 millones para el período 2018-2019.

Más allá de la situación de su empresa,

Contessi se muestra involucrad­o en la situación general de su actividad. “En los últimos 15 años continuó el proceso de involución y nos vimos obligados a construir barcos cada vez más pequeños”, explica. Dice que la flota pesquera no crece por trabas burocrátic­as similares a las de las licencias de los taxis. “Sólo para mantener esa edad promedio, que es muy alta, y que el año que viene no debamos decir que es de 38 años, deberíamos fabricar 20 barcos al año”, calcula Contessi. “El mercado potencial que tenemos es muy grande, necesitamo­s invertir para reconstrui­r la industria naval y evitar que toda esa demanda termine yéndose a astilleros extranjero­s”.

“Lo importante es lo que logramos mantener: ser una empresa cuya parte más importante es el taller y no la administra­ción ni el área comercial.”

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