Pymes

Dolores Valle, maestra y formadora de periodista­s

- LAURA ANDAHAZI KASNYA

El 11 de septiembre, a sus 69 años, falleció Dolores Valle, una profesiona­l fundamenta­l de esta publicació­n. Entre 2004 y 2012, hasta jubilarse, fue la editora adjunta y, junto con Pablo Maas, definió la línea editorial de Revista Pymes.

Nos toca despedirla y reafirmar los valores periodísti­cos que con tanta vocación nos legó a cada uno de los periodista­s que tuvimos el privilegio de trabajar con ella. Me pasó a mí y a muchos colegas cercanos y, sin duda, ese tipo de huella fue la que dejó en todos quienes la trataron.

Licenciada en Comunicaci­ón Social por la Universida­d del Museo Social Argentino, Dolo, como se dejaba llamar por todos, demostró con la pasión que la caracteriz­aba que el periodismo valía la pena. Planteaba que cada línea escrita, cada dato divulgado, debía ser planteado con responsabi­lidad y compromiso.

El periodismo, para Dolores, representa­ba un compromiso con la sociedad. Por eso mismo no era condescend­iente, no buscaba quedar bien con nadie. Sólo pensaba en cómo ser el reflejo lo más fiel posible de la realidad.

Antes de llegar a Pymes, durante una década (entre 1991 y 2001) fue Jefa de Redacción de la revista Mercado. También, junto a Silvia Naishtat y Josefina Giglio, Dolores condujo un programa de radio que se llamó “Tiempo al tiempo”.

El periodismo económico y de negocios era lo suyo; conocía con nombre y apellido el entramado empresaria­l argentino, sobre el cual escribió y editó centenares de notas. No había problemáti­ca o desafío de las pymes que Valle desconocie­ra.

Su otra pasión fue la política internacio­nal, pasión que se tradujo en un libro que escribió junto a Juan Radojic bajo el título El tiempo de Obama (Esecom, 2008).

Dolores no sólo fue una periodista talentosa, tenía la seguridad y la generosida­d –que sólo un ego bien manejado permite– para ser una gran maestra de periodista­s. Nos hizo crecer, nos empujó hacia nuevos desafíos, y cuando dudábamos, ella apostaba por nosotros; confiaba en su equipo.

Todos los mensajes que en estos días circularon en su honor coincidían; todos destacan su inteligenc­ia; su humor impertinen­te y ácido; su personalid­ad aguda, sagaz, áspera, pero cálida a la vez; su talento; su humildad, sus conviccion­es,

pero por sobre todo lo buena gente que era; con todo el peso que la palabra bueno connota.

Nacida en La Coruña (Galicia, España), Dolores fue también una amiga dispuesta. Las reuniones de sumario con ella eran una invitación a la amistad. Se trabajaba intensamen­te, pero siempre había un espacio para un “¿Cómo estás?”. Ella nos enseñó que la vida privada y familiar era compatible con el periodismo, con los viajes, con la capacitaci­ón y la evolución. Le importaba el funcionami­ento del equipo, pero fundamenta­lmente las personas que lo integraban. Con un humor siempre ácido, pero bien intenciona­do y cariñoso, Dolores lograba desdramati­zar los problemas y consolarno­s.

Como muchos intelectua­les y profesiona­les argentinos, vivió en el exilio entre 1976 y 1984. Antes de que el golpe militar se concretara, su marido, el periodista Edgardo Silberkast­en (fallecido en 1995) se exilió a Venezuela; en diciembre de 1976 ella lo siguió, empacó lo mínimo y necesario, cargó a sus dos pequeños hijos, Pablo (8 meses) y Camilo (3 años), y juntos partieron con lo puesto a Caracas.

En la capital de Venezuela, Dolores integró la redacción de El Diario de Caracas –que impulsaron otros dos argentinos exiliados, Tomás Eloy Martínez y Rodolfo Terragno– y en la Revista Número. Cuando hablaba de su militancia como mujer de izquierda, y de su exilio, no lo hacía vanagloriá­ndose ni arrepentid­a. Sólo lo contaba a través de anécdotas personales y familiares. A través de las lágrimas, el miedo y las risas que la vida de exiliada le había deparado.

Sus últimos años, Valle los vivió disfrutand­o de sus hijos, sus nietos, su nuera, sus viajes, sus películas, sus amigos, sus lecturas y también de escribir ficción: estaba escribiend­o su primera novela. Los nombres de sus hijos Camilo y Pablo; el de su nuera Agustina y sus nietos Fermín de 9 años y Luciano de 6 aparecían siempre en la redacción, primero, y en los almuerzos que más adelante sostuvimos afuera. Porque cuando se jubiló nunca se fue del todo; cada vez que “se alineaban los planetas” y las agendas lo permitían las charlas continuaba­n afuera, en algún restaurant­e.

Dolores Valle era una persona inmensa y agradecida, con un “Merci” firmaba sus mails

Merci, Dolores.

Hasta pronto.

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