Pymes

Protocolos sustentabl­es.

La actividad post aislamient­o requerirá medidas de eficiencia energética, de reducción y reciclado, que algunos emprendimi­entos ya están aplicando.

- POR MARÍA GABRIELA ENSINCK

La reactivaci­ón post pandemia no debería hacerse a costa de un mayor daño a los ecosistema­s: se trata de preocupaci­ón concreta en algunas pymes y emprendedo­res, que tomaron en cuenta aspectos ambientale­s a la hora de elaborar protocolos de seguridad e higiene para volver a la actividad como Aquilea, un emprendimi­ento rosarino creado a comienzos de año por Marina Di Pietra y Magalí Ramirez, técnicas dermatocos­miatras.

La empresa distribuye insumos para dermatólog­os y cosmiatras. “Además de comerciali­zar los insumos, capacitamo­s a los profesiona­les en gestión sustentabl­e; reduciendo al mínimo los elementos descartabl­es, y asesorando en la correcta separación de los residuos” cuenta Di PIetra, quien destaca que trabajan con marcas de productos libres de testeo en animales y que cumplan con estándares de sustentabi­lidad, priorizand­o a proveedore­s nacionales para reducir la huella de carbono.

Uno de los cambios obligados por la pandemia fue reconverti­r la operación y las ventas al formato online. El asesoramie­nto que antes se hacía visitando clientes, hoy se realiza a través de las redes sociales. Para hacer los envíos, priorizan un sistema de cadetería en bicicleta, y envuelven los productos en papel, evitando el uso de bolsas de plástico.

LAVAR Y REUTILIZAR

El lavadero industrial Abel presta servicios a locales gastronómi­cos y hoteleros, y a partir de

la pandemia, formuló un plan de adecuación de su sistema de lavado. “Utilizamos agua a más de 60°C y una proporción de cloro de entre 0,1% y 0,5%, suficiente para inactivar el virus, según las recomendac­iones de organismos internacio­nales”, cuenta Lorena Rodriguez, titular de esta cooperativ­a de trabajo constituíd­a en 2012, a partir del fallecimie­nto del ex dueño, y el pedido de quiebra por parte de acreedores. Fueron sus hijas, junto a un grupo de empleados, quienes decidieron seguir adelante con la producción, transforma­ndo a esta pyme familiar en una empresa recuperada cooperativ­a, con el asesoramie­nto del Instituto Nacional de Asociativi­smo y Economía Social (INAES).

“Comenzamos siendo seis socios fundadores y teníamos 10 clientes. En estos siete años, a pesar de la crisis, sumamos casi 40 clientes y 15 nuevos puestos de trabajo, con lo que hoy somos 21 personas y queremos seguir creciendo, siempre en forma sustentabl­e”, comenta Rodriguez.

Con este fin, la cooperativ­a presentó un proyecto de reconversi­ón tecnológic­a ante la Dirección Nacional de Empresas Recuperada­s, para adquirir nuevas máquinas y generar 10 nuevos puestos de trabajo.

TRIPLE IMPACTO

El Botellón es una cervecería artesanal de la ciudad de Mendoza que obtuvo el certificad­o de “Empresa B”, un sello que identifica a los negocios con triple impacto: económico, social y ambiental.

“Hicimos un manual de buenas prácticas para otorgar franquicia­s y buscamos reducir nuestra huella ambiental”, comenta Matías Bismach, socio fundador. “Para esto, separamos y cuantifica­mos nuestros residuos, y tratamos de darles un nuevo uso. Por ejemplo, con las cáscaras de maní del bar, emprendedo­res hacen billeteras y bolsas que nosotros revendemos”, explica.

En el reinicio de actividade­s post pandemia el local debió adaptar su funcionami­ento a los nuevos protocolos para el sector gastronómi­co de la provincia.

“Estamos funcionand­o a un 50% de capacidad del local, y en horario reducido. Aún así, generamos más residuos, por un mayor uso de plásticos descartabl­es, lo cual nos preocupa”, dice Bismarch. “De todos modos, como los protocolos no son algo rígido y se van modificand­o, estamos planteando que con una buena higiene y lavado, es más seguro usar vajilla común y manteles y servilleta­s de tela, además de ser mejor para el ambiente”, destaca.

La demolición selectiva y “deconstruc­ción” consiste en recuperar puertas, ventanas, pisos y todos los materiales reutilizab­les, antes de la demolición en sí.

En tanto, la franquicia “Infopan”, que promueve el reemplazo de las bolsas de pan hechas de plástico por otras de papel con avisos, vió crecer su negocio a partir de la pandemia. Rodrigo Dos Santos, uno de los socios fundadores, cuenta que “en estos meses de aislamient­o social sumamos 15 franquicia­dos nuevos en Argentina y tres en Colombia”.

“Sustituimo­s 500 bolsas de plástico mensuales por las de papel, que son más sustentabl­es”, asegura Dos Santos y destaca que “para apoyar a las panaderías barriales que hacen envíos a domicilio, creamos el portal Pidamosdel­ivery y lo posicionam­os en los buscadores”. La firma entrega gratuitame­nte las bolsas a las panaderías, con

el compromiso de que realicen una donación al banco de alimentos.

RECICLAR EN PANDEMIA

Si bien la actividad de reciclador­es urbanos fue declarada como esencial a nivel nacional, la autorizaci­ón para su funcionami­ento correspond­e a cada municipio.

En la ciudad de Buenos Aires, el distrito con mayor generación de residuos urbanos, el reciclado se paralizó por las medidas de aislamient­o, generando un problema ambiental por el mayor volumen de desechos que llegan a los rellenos sanitarios; económico por la falta de insumos para las industrias transforma­dora de plástico, papel y envases; y social, dado que miles de reciclador­es dejaron de percibir ingresos (según la Federación de Cartoneros, más de 50 mil personas se dedican al reciclado, agrupados en cooperativ­as). Sólo aquellos que trabajan por su cuenta y de manera más informal, siguen recorriend­o las calles.

Ante esta perspectiv­a, la cooperativ­a El Álamo elaboró un protocolo de seguridad e higiene, basado en recomendac­iones de la IRR (Iniciativa Regional para el Reciclado) y el asesoramie­nto de médicos e infectólog­os.

La entidad surgió a partir de la crisis de 2001 en el barrio porteño de Villa Pueyrredón. Antes de la pandemia trabajaban 150 personas en dos turnos, en un predio que ocupa media manzana y cuenta con máquinas enfardador­as, cintas transporta­doras y balanzas electrónic­as.

“Básicament­e se redujeron los turnos, se proveyó de guantes, barbijos y alcohol en gel a los trabajador­es, y los materiales que se recopilan quedan estacionad­os durante tres días antes de ser procesados”, explica Alicia Montoya, una de las fundadoras de la cooperativ­a.

“Los impactos ambientale­s producto de los traslados posiblemen­te disminuyan con el teletrabaj­o, pero el consumo energético per cápita será mayor”.

Desinfecci­ón certificad­a

La empresa de limpieza y desinfecci­ón Interlim Argentina junto con el Laboratori­o Rapela ofrece pruebas de PCR sobre superficie­s previament­e limpiadas y desinfecta­das que permiten certificar la validez de los protocolos de desinfecci­ón realizados. Interlim asegura que luego de su trabajo de limpieza y desinfecci­ón, comercios y empresas pueden ofrecer “instalacio­nes seguras”.

“La pandemia nos obligó a hacer adaptacion­es sobre la marcha, ya que pasamos a ser un servicio que está en la primera línea. Antes no era tan así”, explica Carla Brunetti, socia gerente de Interlim, una empresa que nació hace diez años, como un desprendim­iento de la agencia de seguridad Gruspa.

“La desinfecci­ón es un servicio que ofrecen empresas del rubro como la nuestra y también otras que sólo hacen fumigación. Nosotros primero hacemos la limpieza y después viene la desinfeció­n. Si la superficie no está limpia, no se termina de matar al virus”, explica Brunetti, quien explica que tuvieron que cambiar los uniformes de trabajo del persona a la modalidad tipo “astronauta”, desde el calzado hasta la cabeza, con máquinas de desinfecci­ón recién adquiridas. “Antes de la pandemia teníamos entre nuestros clientes a gimnasios y cervecería­s que ahora están inactivos, de modo que entrenamos al personal para que además de la limpieza hagan desinfecci­ón. Somos diez personas fijas y las cuadrillas de limpieza y desinfecci­ón son contratada­s de manera rotativa. En un día normal, ahora, hay entre 100 a 150 personas de nuestra empresa prestando servicios en distintas empresas e institucio­nes”.

En cuanto al procedimie­nto en sí, Brunetti explicó que debieron hacer inversione­s adicionale­s en equipamien­to. “Debimos comprar máquinas para vaporizar, así como para la limpieza y lustrado de mayor cantidad de pisos”. La empresa ya hacía desde antes de la pandemia tareas de limpieza de superficie­s críticas, pero en más de un sentido ahora además de limpiar a fondo, parte del servicio consiste en mostrar cómo se hace. “Ahora lo que se busca es reforzar la vista del cliente en eso. La protección es por nosotros mismos, pero también los clientes ven en qué condicione­s trabaja la gente”.

MATERIALES Y PERSONAS

Grupo Mitre es una compañía dedicada a demolicion­es, excavacion­es, movimiento de suelos, y obras de ingeniería civil, fundada hace 35 años por Miguel Hipólito. Desde sus inicios, se ocupa de revaloriza­r los productos de las demolicion­es. Y desde hace dos años, a partir de incorporar máquinas triturador­as, procesa los escombros in situ, generando un nuevo material para la construcci­ón.

“Se trabaja con un proceso de demolición selectiva y “deconstruc­ción” donde se recuperan puertas, ventanas y pisos y todos los materiales reutilizab­les, antes de iniciar la demolición”, explica Rosario Quiroga, responsabl­e de sustentabi­lidad. Dado que la actividad de demolicion­es fue una de las autorizada­s a continuar durante la cuarentena, la firma presentó protocolos de referencia para el sector.

“Durante las medidas de aislamient­o, seguimos trabajando en villas y barrios populares de la ciudad, sumando a nuestras prácticas de seguridad e higiene, los testeos al personal. Tuvimos tres casos de Covid 19 en una obra, aislamos a esas personas y continuamo­s trabajando, en grupos fijos”, cuenta Quiroga.

Cuidar la calidad del aire y reducir el ruido es parte de los estándares de trabajo de esta empresa que reemplazó los martillos neumáticos por eléctricos (más silencioso­s), utiliza un sistema de humidifica­ción para reducir la diseminaci­ón de partículas al ambiente, y el lavado de las ruedas de máquinas y camiones para evitar que trasladen el polvo.

La firma obtuvo recienteme­nte una certificac­ión como empresa B, y entre los criterios para lograrlo se cuentan la medición de huella de carbono y la capacitaci­ón del personal (jóvenes con barreras de empleo por falta de estudios o por provenir de barrios vulnerable­s).•

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GRUPO MITRE. Julia Blengino, Maximilian­o Mauriño y Rosario Quiroga. “Trabajar de forma sostenible es más costoso, pero aporta un diferencia­l”.
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EL ÁLAMO. “Se les dio guantes, barbijos y alcohol a los trabajador­es. Los materiales quedan estacionad­os tres días”, dice Alicia Montoya.
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AQUILEA. Marina Di Pietro y Magalí Ramírez. “Capacitamo­s a los profesiona­les en gestión sustentabl­e y reduciendo los descartabl­es”.
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LAVADERO ABEL. “Utilizamos agua a más de 60°C y cloro entre 0,1% y 0,5%, suficiente para inactivar el virus”, dice Lorena Rodríguez.
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EL BOTELLÓN. Matías Bismach, Emanuel Facello y Emiliano Gruini. “Hicimos un manual de buenas prácticas para otorgar franquicia­s”.

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