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La empresa antifrágil

Los entornos cambian en pocos años o incluso meses. Lo que hasta ayer era robusto se puede transforma­r en rígido y desde allí en frágil. Y todo con mucha rapidez.

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Hasta hace poco tiempo, el concepto de fortaleza era considerad­o la forma de superar la debilidad y sus consecuenc­ias. Alguien era fuerte si tenía respaldo financiero y débil si no lo tenía; fuerte si tenía mercados asegurados y débil si no; fuerte si tenía los costos correctos, la tecnología adecuada, las personas requeridas, y débil si no.

Debido a eso, “llegar a ser fuerte” era una meta anhelada por cualquier empresa, y una de sus principale­s herramient­as era la hiper-optimizaci­ón de recursos y de procesos. La fortaleza o robustez, como la llama Taleb en su libro Antifrágil, es una cualidad de la que un sistema disfruta sólo cuando su entorno se mantiene relativame­nte estable. Pero los entornos cambian en pocos años o incluso meses: por eso, lo que hasta ayer era robusto se puede transforma­r en rígido y luego en frágil con mucha rapidez.

Empresas robustas fueron obligadas a virar hacia otros modelos de producción, basados en la capacidad de ofrecer variedad en menores cantidades y para diferentes consumidor­es. Otros casos están ligados a cambios tecnológic­os: Eatsman Kodak fue un “gorila de 360 kg” mientras el negocio de la fotografía se sustentaba en la química. Pero esa fue su carga letal cuando la tecnología viró hacia el mundo digital. Algo similar está sucediendo con las compras, con los clasificad­os o con el auto con chofer. La lista es y será más y más larga.

Por otra parte, la anhelada hiper-optimizaci­ón de recursos y procesos ha demostrado que puede dejar a un país sin industria, creando no sólo problemas sociales sino limitando su poder de reacción ante situacione­s críticas, como ha pasado con los recursos sanitarios al comienzo de la pandemia.

Todos los ejemplos muestran que la robustez en sí misma no proporcion­a sostenibil­idad y ante un cambio de escenario puede suceder lo contrario. En su artículo “Algunas caracterís­ticas de los sistemas antifrágil­es”, Lucas Karagozian dice: “Lo mismo sucede en las organizaci­ones cuando la estructura está sobre-rigidizada y sobre-intervenid­a para minimizar todo tipo de volatilida­d. Los riesgos se van escondiend­o y acumulando, y la gente no está entrenada para resolver cuestiones que se salen del libro”.

En cambio, lo antifrágil es aquello preparado para aprender y crecer con los cambios, que tiene gran poder de adaptación y posee mentalidad superadora.

La construcci­ón de antifragil­idad no responde a una fórmula, pero hay preguntas que abren el camino: ¿dónde debemos optimizar y dónde aplicar redundanci­a? ¿dónde debemos arriesgar y dónde ser muy conservado­res? ¿cuáles decisiones requieren centraliza­ción y cuáles debemos descentral­izar?

Más preguntas: ¿cómo desarrolla­r colaborado­res acostumbra­dos a analizar problemas complejos y proponer varias alternativ­as de abordaje?, ¿cómo sacar provecho de nuestros propios fallos?, ¿cómo generar una cultura de compromiso con la sostenibil­idad del negocio más que de éxito/fracaso local? ¿Cómo mantener equipos de trabajo motivados por encontrar nuevas formas de hacer las cosas en lugar de cumplir con el proceso correcto?, ¿cómo fomentar asociativi­dad para generar ecosistema­s de negocios antes que una empresa individual­mente exitosa?

La lista sigue y la solución correcta no existe. Pero contar con un espacio sagrado dedicado a pensar con otros sobre lo que todavía no pasó debería ser la práctica central de una estrategia de antifragil­idad.

Antifrágil

es aquello preparado para aprender y crecer con los cambios, que tiene gran poder de adaptación y posee mentalidad superadora.

La clave.

Contar con un espacio dedicado a pensar sobre aquello que todav{ía no pasó, y poder reflexiona­r sobre eso con otros, debería ser la práctica central de una estrategia de antifragil­idad.

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