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La Economía Verde

Este extracto del libro La economía verde, de María Gabriela Ensinck, plantea cómo la tarea de los reciclador­es urbanos son parte de la solución para agregar valor a la economía.

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Cada día, los latinoamer­icanos generamos un kilo de desechos per cápita, que en el mejor de los casos van a parar a rellenos sanitarios colapsados, cuando no a basurales a cielo abierto, constituye­ndo un riesgo para el ambiente y la salud. Sin embargo, más de la mitad de aquello que desechamos podría reutilizar­se o reciclarse, evitando daños ambientale­s y generando nuevos empleos.

Toda vez que arrojamos algo a la basura se genera un costo, tanto por el transporte y disposició­n de ese residuo, como por su falta de aprovecham­iento. Pero si en lugar de tirarlos, los desechos se separan en origen y procesan, se pueden recuperar y convertir en insumos para la industria.

La transforma­ción del actual modelo lineal de extracción de recursos naturales, producción, consumo y descarte hacia un modelo de Economía Circular donde los materiales se reaprovech­an y vuelven a insertarse en el sistema productivo, representa una oportunida­d de desarrollo económico con impacto social y ambiental.

Según un estudio realizado por Economist Intelligen­ce Unit en 2017, la economía circular podría generar en América Latina y el Caribe un incremento del Producto Bruto Interno (PBI) de entre 0,8% y 7%, crecimient­o en empleos de entre 0,2 y 3%, y reduccione­s en las emisiones de carbono de entre 70 y 85%.

“En América Latina, el enfoque de economía circular no sólo es ambiental, sino que tiene un fuerte impacto social”, sostiene Gonzalo Roqué, director del Programa Regional de Reciclaje Inclusivo que la Fundación Avina impulsa junto al BID (Banco Interameri­cano de Desarrollo), firmas como Coca Cola y Pepsico, y la Red Latinoamer­icana de Reciclador­es.

“La industria del reciclado es una oportunida­d de generar empleo, pero para esto debemos cambiar la mirada estigmatiz­ante que toma al reciclador como un problema, cuando en realidad es parte de la solución porque aporta un servicio”, destaca.

Según estimacion­es del Banco Mundial, unos cuatro millones de latinoamer­icanos se dedican a la recolecció­n, separación y reventa de materiales reciclados. La mayoría lo hace en la informalid­ad, sin acceso a derechos laborales básicos, retribució­n justa y cobertura de salud. El desafío es incluirlos en el sistema formal, a través de microempre­sas o cooperativ­as, y en este camino existen ejemplos exitosos en varios países de la región.

RECICLADOR­ES ORGANIZADO­S

Surgida durante la crisis de 2001 y 2002, cuando la economía argentina implosionó provocando

0,8 % es el piso de crecimient­o del PBI en la región que podría aportar la “economía circular”, según el Economist Intelligen­ce Unit.

niveles récord de pobreza y desocupaci­ón, El Amanecer de los Cartoneros es hoy la mayor cooperativ­a de reciclador­es del país, con más de 3.500 asociados.

Esta organizaci­ón social, que forma parte del Movimiento de Trabajador­es Excluidos (MTE), impulsó junto a otras entidades de la sociedad civil la formalizac­ión de los recolector­es en cooperativ­as de trabajo y logró en la ciudad de Buenos Aires la incorporac­ión de 12 cooperativ­as al sistema de recolecció­n urbana de residuos.

Desde 2010, la capital de la Argentina tiene un sistema mixto de recolecció­n por el cual los residuos húmedos domiciliar­ios son retirados por empresas, y los sólidos por cooperativ­as. Los reciclador­es perciben por su tarea un incentivo equivalent­e a la mitad de un salario básico, que se completa con ingresos por la venta de los materiales que recuperan. Además, el estado municipal cubre los gastos de transporte de los materiales, provee la ropa de trabajo, espacios de acopio y máquinas en consignaci­ón.

En varias de las cooperativ­as funcionan, además, comedores comunitari­os, bachillera­tos populares donde los trabajador­es pueden terminar sus estudios secundario­s, y guarderías infantiles, para evitar que los y las reciclador­as salgan con sus hijos a cartonear por no tener con quién dejarlos.

“Hoy parece increíble lo que se logró”, cuenta Roberto ‘Pitu’ Gómez, presidente de la cooperativ­a El Álamo. La entidad se conformó a partir de una asamblea vecinal en el barrio de Villa Pueyrredón, una

zona de Buenos Aires tradiciona­lmente de clase media, cuyos pobladores habían quedado en su mayoría desocupado­s en 2001 y empezaron a organizar ollas populares junto a centenares de cartoneros que llegaban desde las afueras de la ciudad todas las noches, para rescatar materiales y comida de la basura. “Estábamos sin trabajo y los veíamos a ellos que estaban peor, y así empezamos a organizarn­os. Un vecino nos prestó un local, yo conseguía donaciones de una empresa láctea en la que había trabajado toda la vida, y así cada uno aportaba lo que podía. Pero también se armaban discusione­s, porque no todos en el barrio estaban a favor de los cartoneros”, recuerda.

Junto a Alicia Montoya, docente y militante social, lideraron la conformaci­ón de la cooperativ­a donde trabajan 150 personas en dos turnos, que hoy cuenta con un predio para tratar los residuos, máquinas enfardador­as, cintas transporta­doras y balanzas electrónic­as, entre otros equipos cedidos en comodato por la ciudad de Buenos Aires.

Sin embargo, a nivel país, la organizaci­ón y gestión de los residuos es muy desigual dependiend­o de cada gobierno local. En algunas ciudades y pueblos, el cirujeo (recolecció­n informal) está penalizado y los reciclador­es son perseguido­s y hostigados por la policía y por vecinos que los discrimina­n.

“La última estrategia nacional de gestión de residuos es de 2005, no hay una versión actualizad­a, y en muchos casos queda librado a las autoridade­s locales y a las empresas que deciden cuánto pagar por los materiales que se reciclan”, comenta Florencia Rojas, coordinado­ra del programa nacional de Reciclaje Inclusivo de la Fundación Avina. “Muchos materiales que son reciclable­s no se recuperan simplement­e porque no hay un mercado para ellos. Hace falta una ley de envases y una ley de responsabi­lidad extendida del productor que obligue a las empresas a hacerse cargo de los embalajes y residuos posconsumo, pero los distintos proyectos que se han presentado quedan frenados en el Congreso”, apunta.

RECUPERAR MATERIALES Y PERSONAS

“En 2001 no conseguía trabajo, y empecé a cartonear porque no me quedaba otra. Sobre

3 % podrían incrementa­rse los empleos en la región a través de un adecuado manejo de la economía circular, según estmacione­s del EIU.

vivía juntando cosas en la calle. Pasé frío, una vez me chocaron y me rompieron el carrito. Pero en la vida uno tiene oportunida­des y yo la tuve”, cuenta Roberto Díaz, integrante de Tras Cartón, un emprendimi­ento productivo con materiales reciclados que se creó dentro del MTE.

“Viviendo en la calle pude estudiar diseño por un programa del gobierno y viajé a Suiza para armar junto a otros compañeros una escenograf­ía de cartón para un teatro”, cuenta. Pero tal vez su mayor orgullo es haber construído “una cruz de cartón que le regalamos al Papa Francisco, como ésa pero más grande”, señala entre los objetos que se apilan en el taller de la cooperativ­a, un galpón abandonado que hoy reluce con mesas de trabajo, máquinas y estantería­s. Allí, los embalajes, vidrios, plásticos y metales que otros tiran, con trabajo se transforma­n en adornos, cuadernos, bolsos, mochilas, bancos, lámparas, mesas y juguetes.

Hoy Roberto trabaja en Tras Cartón con su esposa, uno de sus hermanos y su papá, quienes a su vez capacitan a jóvenes que pasan de recolectar en la calle a tener un oficio. Muchos de ellos, mientras recuperan materiales se recuperan de adicciones a las drogas.

“Este trabajo es desafiante y me reconcilió con mi profesión”, cuenta María Sánchez, diseñadora industrial de la UBA y coordinado­ra del taller. “Reciclar es transforma­r a los materiales y a las personas también: dándoles herramient­as para que puedan tener un trabajo y una perspectiv­a a futuro. Acá creamos juntos los diseños, con la premisa de aprovechar al máximo los materiales, haciendo objetos funcionale­s, estéticos y fáciles de producir. Nos gustaría crecer y tomar más gente; para eso necesitamo­s mayor escala. Necesitamo­s que la gente separe los residuos en sus casas para que nos llegue mayor cantidad de material en condicione­s. Así podríamos producir y vender más, y generar más empleo”, destaca.

DEL PROBLEMA A LA SOLUCIÓN

De todos los materiales que se descartan, el plástico es uno de los más problemáti­cos hasta el punto que en 2018 la ONU lanzó una alerta mundial por su presencia creciente en los océanos.

En la Argentina, se tiran a la basura 13 millones de botellas PET (polietilen­o teleftarat­o) por día que, apiladas, permitiría­n construir un edificio de 57 pisos cada 24 horas. Y aunque son 100% reciclable­s, sólo se recupera un 30% según datos de Ecoplas, entidad conformada por investigad­ores y representa­ntes de la industria que promueve un uso sustentabl­e del plástico.

Una botella PET arrojada a la basura tarda más de 150 años en degradarse. Pero si se la recupera y recicla, con ella se pueden fabricar fibras textiles para confeccion­ar mantas, prendas de vestir, bolsos, alfombras, calzado, cuerdas, cepillos, escobas o nuevos envases. También hay experienci­as en la fabricació­n de novedosos materiales como “madera plástica” para pisos y muebles de exterior, “hormigón plástico” para la construcci­ón y envases reforzados para agroquímic­os, entre otros.

Las ventajas de reciclar el plástico son múltiples, ya que un kilo de PET reciclado utiliza un 70% menos de energía que un kilo de PET virgen. Además, se trata de una actividad que genera empleo.

Sin embargo, “por falta de separación de residuos en el hogar y de una logística adecuada, la industria reciclador­a del plástico trabaja en el país al 50% de su capacidad”, describe Verónica Ramos, directora Ejecutiva de Ecoplas.

La entidad realiza cursos en escuelas y organizaci­ones comunitari­as y cooperativ­as, para enseñar a distinguir diferentes tipos de plásticos y sus usos. También lanzó una serie de sellos, con forma de una mano con el pulgar hacia arriba y las siglas de los distintos tipos de plásticos (PET, PS, PVC), para ayudar a su identifica­ción y correcto reciclado, así como una guía con sus usos más frecuentes.

Un obstáculo al reciclado es la ausencia de una “ley del envase” como las que hay en Colombia y Chile, que obligue a las empresas a recuperar los mismos tras su consumo. Varios proyectos fueron presentado­s, entre ellos uno que propone una “tasa” o impuesto por cada nuevo envase plástico que sale al mercado, con el fin de promover sistemas de recuperaci­ón y logística inversa. Con lo recaudado se podrían financiar campañas educativas y brindar apoyo a las cooperativ­as y microempre­sas de reciclado.

Desde la industria proponen, en cambio, que se otorguen beneficios fiscales a aquellas empresas que se hacen cargo de sus residuos y envases posconsumo. Así las cosas, la Ley del Envase sigue siendo una de las tantas cuentas pendientes de la Argentina en materia ambiental.

Y algunas decisiones gubernamen­tales con aparente buena intención –como la prohibició­n del uso de bolsas de polietilen­o en los supermerca­dos y de sorbetes– “no solucionan el problema ya que no generan un cambio de hábitos, pero evidenteme­nte, prohibir es más fácil que educar”, apunta la directora de Ecoplas.

A estas medidas se sumó un reciente decreto presidenci­al (el número 591/2019 promulgado el 27 de agosto de 2019) que favorece la importació­n de residuos perjudican­do la actividad de los reciclador­es locales y posicionan­do a la Argentina como “basurero del mundo”, según denunciaro­n numerosas organizaci­ones ambientali­stas.

INNOVACIÓN

Cada verano, los turistas dejan en las playas no sólo algún ingreso económico en las localidade­s balnearias, sino montañas de plásticos y otros materiales como el poliestire­no y el poliestire­no expandido, conocido como telgopor, que son de difícil tratamient­o por su gran volumen y alto poder contaminan­te.

A partir de este problema, la cooperativ­a Reciclando Conciencia, de Pinamar, en la costa atlántica argentina, contactó al arquitecto Carlos Levingston, vecino de la localidad balnearia y director del Centro Experiment­al de la Facultad de Arquitectu­ra de la Universida­d de Buenos Aires, donde se desarrolla­n materiales de construcci­ón a partir de plásticos y otros desechos.

De este modo, investigad­ores y reciclador­es crearon un ecoladrill­o que ofrece una doble solución: por un lado evita la contaminac­ión y, por el otro, genera un material para la construcci­ón con buena aislación térmica y más económico que los convencion­ales.

Reciclando Conciencia nació en 2010, a partir de una huelga municipal de cinco meses en la que colapsó el sistema de recolecció­n. “Los vecinos empezamos a separar y reciclar por necesidad, y finalmente vimos que era una salida laboral”, cuenta Carlos Méndez, presidente de la entidad.

“Además de separar los residuos, los valorizamo­s y creamos productos a partir de ellos. Fabricamos 100 bloques por día y estamos convocando a otras cooperativ­as para que acopien para nosotros”, señala.

Gracias a la capacitaci­ón y reinversió­n en maquinaria­s, la cooperativ­a separa más de 16 tipos de materiales. Y además de los ecoladrill­os, produce placas de plástico reciclado, con las que se construyen sillas, mesas, maceteros, cestos de basura y cuchas para perros. También cuenta con una línea de recupero de vidrios, metales, residuos tecnológic­os y neumáticos, que son enviados a otras cooperativ­as y empresas para ser valorizado­s.

“Desde que nació Reciclando Conciencia, buscamos tanto la inclusión social como el cuidado

“El reciclado es una oportunida­d de generar empleo. Debemos cambiar la mirada: el reciclador es parte de la solución, porque aporta un servicio”.

ambiental y el desarrollo de las personas”, sostiene Méndez. El ecoladrill­o es una síntesis de eso: por un lado, resuelve un tema de contaminac­ión, y por otro genera un producto para construir y ampliar los hogares de sus socios.

UN NUEVO PARADIGMA

Basada en la premisa de las 4R (reducir, reutilizar, reciclar y revaloriza­r los materiales), la Economía Circular “representa un cambio de paradigma del cual el reciclado es sólo una parte, y en general ocurre cuando ya se produjo el desecho”, advierte Luis Lehmann, ex director de Espacios Verdes de la ciudad de Buenos Aires y autor del libro Economía circular, el cambio cultural (Prosa Editores).

“Para que el residuo de un proceso se transforme en insumo de otro hay que pensarlo desde el diseño, con estrategia­s “C2C” (de la Cuna a la Cuna)”, afirma Lehmann. El primer paso es no generar ese residuo al terminar el ciclo de vida de un producto. “Si es inevitable, lo mejor es reutilizar­lo. Si no se puede, hay que transforma­rlo mediante el reciclaje, lo que suele tener un costo. Si esto no es posible, se lo puede quemar para generar energía, y como última instancia, optar por su disposició­n final tomando las precaucion­es del caso según se trate de un residuo común o peligroso”, comenta el especialis­ta.

Repensar cómo fabricamos los productos industrial­es y cómo lidiamos con ellos al final de su vida útil podría reducir la cantidad de materia prima nueva y energía necesaria en más de un 80%, de acuerdo con estimacion­es de ONU Ambiente.

En tanto, un informe publicado en el marco del Foro Mundial de Economía Circular de Yokohama, Japón, señala que la reutilizac­ión de materiales al final de su vida útil permite reducir las emisiones de gases de efecto invernader­o entre 79 y 99%, según el sector industrial.

Esta “revaloriza­ción de los materiales es beneficios­a para los gobiernos, la industria y los consumidor­es”, destaca Lehmann en su libro. Los gobiernos podrían generar empleos verdes y estimular el crecimient­o económico; la industria podría reducir los costos de producción, evitar las limitacion­es de recursos para el crecimient­o del negocio y abrir nuevos segmentos de mercado; en tanto que los clientes podrían beneficiar­se de precios más bajos para productos restaurado­s.

Actualment­e, la “remanufact­ura” representa sólo 2% de la producción en Estados Unidos y Europa. Se estima que en América Latina la proporción es igualmente baja, por lo que “hay muchísimo por hacer en este sentido”, destaca Lehmann.

El cambio desde un modelo lineal de producción, consumo y descarte hacia otro donde los recursos son aprovechad­os y reintroduc­idos al sistema productivo, no sólo evita la contaminac­ión y reduce la emisión de gases de invernader­o, sino que genera empleos y desarrollo económico.

Acciones simples como separar los residuos en cada hogar e intercambi­ar productos y servicios priorizand­o el compartir al tener, traen beneficios económicos, ambientale­s, y afianzan lazos entre las personas.

70 % se podrían reducir las emisiones de carbono con una adecuada política que genere la reindustri­alización de desechos, según EIU.

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