El vino de Entre Ríos: la vuelta a la producción de una región que fue precursora.
Lejos de la Cordillera, sobre las costas de los ríos Paraná y Uruguay, más de 50 emprendedores retomaron una actividad que había sido erradicada en la década de 1930. Por Cora Olivera
Del trayecto que va del sur al norte de Entre Ríos, bordeando la costa del río Uruguay, Vulliez Sermet es la única bodega que sobrevive desde la época de oro. En rigor, es la única de Entre Ríos que sobrevive de aquella época, cuando la provincia era una de las cuatro principales productoras de vino de la Argentina.
Fundada en 1874, hoy la bodega es la principal referencia de esta industria dentro de Entre Ríos, y es el destino de las uvas de gran parte de los viñateros de la provincia. Los vinos de Vulliez Sermet fueron premiados en eventos internacionales como el concurso La Mujer Elige, organizado en Mendoza cada año. De esta manera, han podido medirse con los mejores y comprobar que están en un buen nivel.
Michel Vulliez Sermet, inmigrante francés, arribó al lado oriental de
Entre Ríos cuando el general Justo
José de Urquiza fundó la Colonia San José, allá por 1857. “Mi tatarabuelo comenzó con la vitivinicultura en la década de 1870, le siguió mi bisabuelo, luego mi abuelo. Cuando comenzaba mi padre, la vitivinicultura fue prohibida en Entre Ríos a través de la Ley Nacional Nº 12.137, creada por una Junta Reguladora de Vinos que benefició a las provincias cuyanas”, reme-
mora Jesús Vulliez, que en pleno siglo XXI retomó la tradición familiar.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, Entre Ríos fue poblándose de colonos franceses, suizos y piamonteses, quienes trajeron su gastronomía y también su cultura vitivinícola. Uno de ellos fue Michel Vulliez Sermet, tatarabuelo de Jesús, quien se instaló en la Colonia San José. Otro inmigrante fue Joseph Favré, que en 1874 instaló su bodega a la entrada de la ciudad de Colón. La bodega
Favré quedó desactivada a partir de 1936, a causa de aquella norma del gobierno de facto de Agustín P. Justo. Por entonces, Entre Ríos era el cuarto productor de vinos a escala nacional, con más de 300 viñedos y una superficie cultivada de casi 5.000 hectáreas.
La norma del presidente Justo se mantuvo vigente hasta fines de siglo: fue derogada recién en 1998, por iniciativa del ex senador entrerriano Augusto Alasino. En muy poco tiempo, asomó la vieja tradición: en 2002,
Jesús Vulliez adquirió, de las nietas de Joseph Favré, la vieja bodega ubicada sobre la Ruta 135 y encaró junto a su familia un proyecto que combina la producción vitivinícola y el negocio turístico. Sembró tres hectáreas con variedades de Chardonnay, Malbec, Merlot, Cabernet Sauvignon, Syrah, Sangiovese y Tannat.
Hoy, Vulliez Sermet elabora unos 100.000 litros al año, número que puede variar de acuerdo con cómo influya el clima en la producción, y su capacidad instalada llega a 250.000 litros. Las uvas provienen de viñedos de toda la provincia, con cuyos productores Vulliez entabla una relación comercial conocida como ‘fasón’
( façon en francés), algo así como el intercambio de uvas por un porcentaje de vinos envasados.
“Vulliez Sermet es una empresa familiar. De acuerdo con la temporada, contratamos personal eventual, sobre todo en épocas de vendimia y de poda”, explica el empresario.
Un detalle peculiar de los viñedos de Vulliez es el sistema de producción en lira. “En vez de las espalderas o parrales de la región cordillerana, la lira está conformado por postes de cemento en forma de Y griega, en cuyos brazos se tensan los alambres donde se enredan las vides”, explica Vulliez. Y agrega que el sistema permite aprovechar mejor el sol y la humedad, y aumentar la calidad y cantidad de uvas.
“Para elaborar el vino, contamos con tanques de acero fabricados aquí en la zona y tenemos barricas de roble francés, donde lo dejamos estacionar hasta que el enólogo Jorge Pehar nos dice que está listo para ser envasado”.
EXPANSIÓN
Tras la reapertura de Favré por parte de los Vulliez Sermet, viñedos y bodegas comenzaron a distribuirse por la provincia, en particular sobre las costas del Paraná y el Uruguay. Lomadas y mesetas están salpicadas de viñedos de Tannat, Merlot, Malbec, Chardonnay y Syrah, entre otras variedades.
“Los viñedos, que hoy suman 53, se ubican en casi toda la geografía entrerriana y cubren 90 hectáreas”, afirma el técnico enólogo Leonardo Valerio Ortiz, de la Asociación de Vitivinicultores de Entre Ríos (AVER).
“La cosecha de uvas comienza la última semana de enero y continúa durante febrero, hasta los primeros días de marzo, un mes y medio antes que en la zona de la Cordillera, porque aquí la planta brota con anterioridad”, explica Vulliez. En vitivinicultura, lo más importante no es el rinde, sino la calidad de la cosecha. “En Entre Ríos, todas las cepas dan buenos resultados, sólo que algunas son más regulares que otras ante las variaciones
climáticas, lo que se conoce como la añada. Por ejemplo, la temporada que pasó venía complicada por el exceso de agua, pero del 8 de enero al 8 de febrero no llovió y eso recompuso mucho las plantas y se transformó en un buen año”, grafica.
BORDE RÍO
Al oeste, en las tierras de Victoria, se emplaza otro emprendimiento bodeguero, BordeRío: se trata de una inversión a cargo del matrimonio de Guillermo Tornatore y Verónica Irazoqui, empresarios rosarinos provenientes del mundo de la informática, quienes se apasionaron con la idea de desarrollar un nuevo proyecto en las tierras de todos los verdes.
“Todo comenzó a mediados de
2014. Teníamos el campo, pero queríamos hacer algo distinto a los
cultivos tradicionales. Un día, cuando por casualidad nos enteramos de la historia vitivinícola de Entre Ríos, todo cerró. La idea de unir un lugar de gran belleza con algo que tiene tanta mística como el vino, nos cautivó de inmediato”, cuenta Tornatore.
La finca BordeRío comprende un predio de 60 hectáreas. “El primer paso que dimos fue asesorarnos con profesionales, porque la gran pregunta era si nuestro terruño nos permitiría elaborar vinos de buena calidad. Así fue como entablamos contacto con alguien que para nosotros es una eminencia, el ingeniero Marcelo Casazza”, el consultor que, al visitar el lugar, les confirmó que podían lograr vinos de la calidad que esperaban. “Marcelo trabajó durante mucho tiempo en Francia junto a gurúes como Michel Rolland, y encontró en nuestra tierra muchas similitudes con la zona de Burdeos en Francia, por el tipo de suelo calcáreo, su cercanía a ríos importantes y los niveles de humedad”, agrega Irazoqui.
Hacia fines del aquel invierno ya tenían plantadas 5,5 hectáreas de viñedos y comenzaron la construcción de la bodega. Las cepas plantadas en esa primera fase fueron Cabernet Franc, Chardonnay, Merlot, Syrah y Malbec; todas plantas traídas de viveros certificados de Mendoza. Luego, durante el invierno de 2015, comenzaron la segunda fase de plantación con 12,3 hectáreas adicionales de viñedos. En esta segunda etapa, se agregaron las cepas Moscatel de Alejandría, Pinot Grigio y Sangiovese.
“Ese mismo año, extendimos el alcance del proyecto y plantamos más de 10 hectáreas con olivos de varietales como Arauco, Frantoio, Arbequina, Coratina y Hojiblanca, entre otros, para la elaboración de conservas y aceites finos. Prácticamente, 3,5 hectáreas de esos olivos son plantas productivas, con 15 años de antigüedad, que trajimos de San Juan –señala Tornatore–. Trasladar más de 1.400 árboles y trasplantarlos con éxito, fue algo casi épico.”
La bodega también está a cargo del enólogo mendocino Oscar Laguna y se encuentra productiva desde 2015, con una capacidad de 75.000 litros anuales. “Contamos con laboratorio y una sala con tanques de acero inoxi-
dable y tanques denominados ‘huevo’, que son destinados a vinificación de alta calidad. También hay barricas de roble francés sin uso previo, en las cuales ya estamos preparando nuestros primeros vinos de reserva”, cuenta Tornatore, y comenta que están pensando en agregarle una pata turística a la iniciativa.
VIÑAS DEL LITORAL
Hace más de 60 años que en la zona de Concordia está emplazado un establecimiento citrícola, a cargo del entrerriano Primo Rigoni. Hoy, el negocio de los cítricos quedó a cargo de su hijo y Primo Rigoni se está aventurando como viñatero.
“Apostamos a este emprendimiento para diversificar nuestras inversiones. Luego de un largo análisis, decidimos iniciar la actividad. Por supuesto que siempre emprender un nuevo negocio implica algún tipo de riesgo, pero vemos grandes posibilidades de que todo siga bien como hasta ahora”, dice Rigoni. Junto a otros socios, realizó su primera vendimia durante el verano 2016 y sus uvas tuvieron como destino la bodega Vulliez Sermet.
El negocio del vino, para él, empezó en 2013 de la mano de sus vecinos y socios Darío Kerling y Edgardo Siandra. Con ellos, suman 9 hectáreas sembradas con cepas provenientes de Mendoza: Tannat, Marcelane y Merlot en tintos, y una cepa blanca, que es la Moscatel de Alejandría, todas desarrolladas con la técnica de postes de madera tipo lira.
Actualmente, se están organizando para comercializar el vino bajo la firma Vinos del Litoral. “En pocas semanas, esperamos tener todo listo para terminar el circuito productivo y poder comercializar los Vinos del Litoral, los cuales, en un principio, sumarán unas 20.000 botellas aproxi- madamente”, cuenta Rigoni. “A la vez, ya estamos proyectando contar con nuestra planta de elaboración a través de la cual podremos encarar una producción de 250.000 litros dentro de unos cuatro o cinco años.”
ÁRA
El nombre Ára con el que se ha denominado a un vino artesanal significa, en guaraní, “tiempo, era, época, cielo, universo”. Ára nació en la localidad de Crespo, donde se emplaza la bodega Los Aromitos SRL que lo elabora, mientras que las uvas provienen de las tierras de Colonia Ensayo. “Los viñedos se encuentran en una típica lomada entrerriana con una vista panorámica hacia el río Paraná”, expresa Matías Jacob, a cargo del emprendimiento, junto a su familia. Fue en este paradisíaco lugar donde, en 2011, comenzaron a crecer las primeras variedades de Tannat
y Malbec, a las que le siguieron las cepas Merlot y Syrah: un total de 5.000 plantas que, también, son desarrolladas bajo el sistema de lira. La sala de elaboración de Ára posee una capacidad de 8.000 litros, en tanques de acero inoxidable, lo cual permite un proceso artesanal de gran calidad.
“Detrás de este emprendimiento, se esconde un anhelo que teníamos en la familia desde hacía varios años, dada la excelente historia vitivinícola de esta provincia y gracias al impulso iniciado por la bodega de Vulliez Sermet”, asegura Matías. “No teníamos experiencia previa, pero sí un marcado interés por la producción de buenas vides, para convertir sus frutos en vinos que representen la originalidad de este terruño”, expresa. Otro detalle es que cada integrante de la familia Jacob sigue con sus actividades laborales habituales, a las cuales le han sumado este nuevo desafío.
VINOS SIMEÓN
Este emprendimiento familiar inició en 2011 con la compra de un lote en Colonia Ensayo, a sólo 15 kilómetros de Paraná, donde ese mismo año se plantaron las primeras vides. “Previo a la compra del campo, se hicieron estudios de suelo para evaluar si era posible emprender el proyecto, para lo cual contamos con el asesoramiento del ingeniero Andrés Passadore. De esta manera, por la altura, la correcta aireación y la radiación solar que reciben las plantas, se seleccionó el terroir, con una espectacular vista al río Parana”, expresa Adrián Heinze, uno de los encargados de la actividad.
Las variedades que se plantaron son Malbec, Merlot y Tannat: son 1.600 plantas con las que se elaboran 4.000 litros de vino. “Nuestra marca es Simeón y se produce en la Bodega Los Aromitos SRL, de la ciudad de Crespo. La primera vinificación fue en 2013, cuando se hizo una prueba con las primeras plantas”, explica.
En esta pyme trabajan los cuatro integrantes de la familia. “Más allá de esta tarea en común, todos tenemos trabajos como empleados”, explica Heinze. “Nos dedicamos los fines de semana, y el resto de los días, fuera del horario de trabajo habitual. Todos colaboramos en los diferentes procesos”. Heinze afirma que, al principio, todo comenzó como una forma de salir de la rutina, pero en poco tiempo se fueron interesando más en el tema y hoy lo encaran como un negocio.
POTENCIAL
Luego de más de 60 años de erradicación, el vino volvió a Entre Ríos para quedarse: en la provincia hay 11 viñedos en Colón, otros 11 en Concordia, ocho en Paraná, siete en Diamante, seis en Victoria y tres en Federación. Ya hay establecidos, además, dos viñedos en el Departamento Uruguay, otros dos en Gualeguaychú, uno Nogoyá, otro en Tala y otro en La Paz.
Las cepas predominantes son Tannat y Malbec en tintas, y Chardonnay en blancas. Y un dato clave es que ningún viñatero está ahí para abastecer a la verdulería o al supermercado: excepto un pequeño 5% que es vendido como uva de mesa, la totalidad de la producción es para elaborar vino. Un negocio que está retornando de manera definitiva a la provincia.