Ser productivo no alcanza, pero ayuda
No podemos cambiar al vecindario, pero sí mejorar nuestra casa. La competitividad sistémica depende en primera instancia del Estado: la Nación, con leyes que tropiezan entre sí, ventanillas de recaudación que sólo se incrementan y una infraestructura prácticamente abandonada desde la crisis de 2001. El rol del Estado se complementa con provincias y municipios que, con honrosas excepciones, siguieron al gobierno nacional en su decisión de privilegiar el gasto sobre la inversión. En ese marco, una situación de atraso cambiario deja a los empresarios que quieren exportar, o a aquellos que buscan defenderse de la importación, casi inermes. La competitividad sistémica viene a ser el vecindario: poco y nada puede hacer una empresa individual frente a eso. Mucho menos una pyme.
Pero, puertas adentro, manda la productividad: se pueden mejorar procesos, ser más flexible y creativo ante la demanda de los clientes, aprovechar circunstancias favorables para conseguir máquinas con financiamiento barato. Y esperar a que la situación general mejore. Ninguno de los siete casos relevados en nuestra nota de tapa tiene la vaca atada. Aunque ofrecen ejemplos diversos, a menudo creativos, del manual argentino para salir adelante de la crisis.
Pero, como bien señala Vicente Donato en la imprescindible columna que les ofrecemos en esta edición, es un error grosero suponer que la mejora de la productividad individual va a compensar, por ejemplo, una situación de atraso cambiario. Las siete historias de la nota de tapa muestran el costado práctico: se mejora la productividad para mantenerse a flote, para conquistar otro mercado más, para no tener que echar gente a la que se capacitó a lo largo de años.
Y, mientras, se gana tiempo, a la espera de una luz al final del túnel. Nos vemos en febrero.