COMPUTADORAS PARA LAS MASAS
Juda Jacek Trzmiel llegó a Nueva York el 10 de noviembre de 1947 con tan solo 10 dólares en sus bolsillos. Había nacido en Lodz, Polonia, en 1928, en el seno de una familia judía. Como tantos otros compatriotas, le tocó vivir el horror del nazismo. A sus 11 años, con la ocupación alemana de Polonia, Trzmiel y sus padres habían quedado confinados en el gueto de Lodz hasta 1944, cuando fueron enviados a Auschwitz.
Allí fue examinado por el mismísimo
Josef Mengele y reasignado a un campo de trabajo en Hannover; su madre sería relocalizada en Terezin, República Checa, y sobreviviría a la guerra. No así su padre, que moriría en Auschwitz. Trzmiel fue rescatado en 1945 por la 84a División de Infantería de los EE. UU. y migró allí, cambiando su nombre a uno más conocido: Jack Tramiel.
Dar en la tecla
Instalado en los suburbios de Nueva York, Tramiel se sumó a las filas del ejército estadounidense. ¿Por qué esa decisión? Quería conocer más del país que lo había liberado y además se sentía en deuda con las fuerzas que lo habían rescatado. Allí tomó contacto con máquinas de escribir y “adding machines”, equipos mecánicos que servían para sumar; prontamente aprendió cómo arreglarlos y se anotó en la IBM School for Office Technology, donde además conoció las primeras máquinas de escribir eléctricas. Todo esto le permitió comenzar a reparar equipos por su cuenta, a la vez que manejaba un taxi por las noches para alimentar a su esposa y sus tres hijos: Sam, Leonard y Gary.
Tramiel vio la veta del mercado de las máquinas y comenzó a estudiar negocios. El haber estado en el ejército le permitió pedir en 1953 un préstamo de 25 mil dólares: el Gobierno federal salió como garante debido a los servicios prestados. Paradójicamente, este dinero le sirvió para independizarse de las fuerzas y montar junto con un socio una compañía de reparación de máquinas de escribir. Con la plata prestada, alquilaron un local y compraron 200 máquinas IBM de un lote que vendía la ONU.
El paso siguiente lo dio en 1958, cuando fundó Commodore Portable Typewriter en Canadá. La decisión de hacerlo en el país vecino se debió a la idea de comenzar un negocio en un país más chico con menos competencia. El nombre “Commodore” remite, obviamente, a la jerarquía militar. Originalmente pensó en “General”, pero ya había varios (General Motors, General Electrics, etc.); el siguiente fue “Admiral”, pero también existían empresas con ese nombre. De viaje en Berlín con su mujer vieron un auto modelo Commodore, lo que terminó decantando en esa elección onomástica.
Durante toda la década del 50 y hasta mediados de los 60, Commodore se dedicó a fabricar equipamiento de oficina, adquiriendo plantas en Europa y metiendo plata en distintos fondos de inversión. Uno de ellos, la Atlantic Acceptance Corporation, quebró en 1965, llevándose puestas a miles de empresas canadienses, al punto de transformarse en el mayor escándalo financiero del país. Commodore estuvo al borde de desaparecer, y lo hubiera hecho si no fuera por el financista Irving Gould, un personaje tan amado como odiado: en ese momento fue quien salvó la empresa poniendo 500 mil dólares, pero a cambio se quedó con un 18% de Commodore y la silla de presidente.
Business is War
Salvada ya la compañía, Tramiel comenzó a estudiar el mercado japonés, donde, a fines de los 60, las calculadoras pisaban fuerte. El mercado de las máquinas de escribir estaba en franco retroceso, así que Tramiel decidió apostar a la fabricación de calculadoras, mudando la compañía a Silicon Valley para comenzar la producción en 1969. Hay que comprender que en aquella época la sola idea de ser dueño de un dispositivo que permitiera realizar las operaciones básicas era de ciencia ficción. Las calculadoras existían como dispositivos, pero estaban limitadas a lugares específicos. La idea de negocios de Tramiel siempre fue apuntar al mercado masivo de consumo, ofreciendo un producto que fuera accesible. Comenzaron rebrandeando un modelo de Casio y luego fabricaron sus propias calculadoras. Así fue que Commodore
comenzó un lucrativo negocio, con distintas líneas y modelos que bien podrían cubrir una nota propia; situación análoga a su etapa de typewriters y adding machines. Pero el ingreso a este mercado haría que la empresa fuera virando hacia el futuro mercado de computadoras.
Todo marchaba relativamente bien para Commodore hasta que comenzó a marchar relativamente mal, debido a la querida mano invisible del mercado. Las calculadoras electrónicas utilizaban chips de terceros que Commodore no fabricaba, sino que compraba a fabricantes como Texas Instruments (TI), que oportunamente decidió entrar a fabricar sus propias calculadoras. El gigante de los circuitos integrados, sin dudas amparándose en los designios de la libre competencia, lanzó en 1975 una calculadora a un precio al que nadie más que él podía vender. Commodore nada podía hacer y tuvo que retirarse de la batalla por las calculadoras, herida mortalmente por los texanos, que habían decidido ingresar en este mercado para escupirle el asado a Tramiel (históricamente TI había sido contratista dentro del Gobierno federal de los EE. UU., vendiendo electrónica al ejército).
Nuevamente, el financista Gould apareció en 1976 para salvar la situación poniendo la tarasca necesaria. Esta vez con un objetivo concreto: comprar varios fabricantes de circuitos para llegar a la integración vertical, es decir, producir sin
depender de proveedores. Esto llevó a una reestructuración de la empresa, que pasó a llamarse Commodore International, con sede financiera en Bahamas (!) y los headquarters en Pensilvania, oportunamente cerca de MOS Technologies, un fabricante de semiconductores y uno de los tantos proveedores que Commodore había comprado con la guita de Gould. Tramiel entendía que para liderar el mercado de calculadoras no debía depender de ningún proveedor y manejar todo el proceso productivo. Pero eso ya no iba a importar, porque con la compra de MOS, las calculadoras serían cosa del pasado.
La Santísima Trinidad
Chuck Peddle le vendió a Wozniak un puñado de procesadores 6502 en un evento de electrónica donde MOS Technologies estuvo invitada. Comprar circuitos integrados como quien vende tornillos en una ferretería no era posible. Hasta ese entonces, ningún procesador resultaba tan barato de adquirir por el ciudadano de a pie. Peedle era el ingeniero de MOS Technologies, antiguo empleado de Motorola encargado de diseñar el Motorola 68K y creador del MOS 6502, un nuevo procesador potente y accesible que ahora Commodore tenía. Mientras que un Motorola 68K o un Intel 4004 costaban arriba de 90 dólares, el MOS 6502 costaba 25. Por eso, Jobs y Wozniak estaban comprando chips; ya habían hecho la Apple I con el procesador de Peedle y la Apple II estaba en camino. Chuck también quería hacer una computadora y por eso, ahora que Commodore los había comprado, decidió contarle su idea a Leonard Tramiel, quien se la comentó a su padre. Peddle se reunió con ambos y, como buen ingeniero y cyberciruja que era, sacó de su mochila una placa diseñada por él mismo, la KIM-1, que corría con un MOS 6502. Podía ser programable y además permitía almacenar software en casetes. Tramiel le dio 6 meses para transformar eso en un producto vendible al mercado y así fue como nació la Commodore PET.
1977 será recordado para siempre como el año de la Santísima Trinidad de las home computers: la TRS-80, la Commodore
PET y la Apple II, todas nacieron ese año. Ninguna de ellas logró crear realmente un mercado de consumo hogareño, pero sí sentar ciertas bases de la incipiente informática popular. Tanto la Apple II como la PET se terminaron pensando para nichos de usuarios, sobre todo para el mercado de negocios o educativo; mientras que la TRS-80 logró sostenerse gracias a la distribución que Radio Shack tenía a través de todo Estados Unidos. Commodore logró tener más éxito con la PET y sus variantes en el mercado europeo, rebautizando la línea como Commodore Bussiness Machine (CBM). Pero aún pese a que la PET vendió bien, a Tramiel no le terminaba de cerrar, ya que su idea siempre fue apuntar al mercado de masas. No fue hasta el año 1978, con el lanzamiento de Visicalc, la primera planilla de cálculo para la Apple II, que se terminó de demostrar que las computadoras tenían un uso más allá del hobbismo informático; incluso cuando ese uso era para lo que hoy llamaríamos ofimática (software de oficina, planillas de cálculo, procesador de texto, etc.). Visicalc levantó la perdiz, hizo crecer la venta de computadoras y potenció el negocio de las home computers.
La familia se agranda
Commodore no quería quedarse atrás. Tramiel entendía que necesitaban fabricar una computadora orientada al consumo hogareño, que fuera mejor o igual que la Apple II. La PET no poseía color, gráficos ni sonido, era cara (unos 800 dólares) y no tenía un gran catálogo de software, ya que estaba pensada más bien para que las personas crearan sus programas. En este punto, para llegar al mercado de consumo masivo, el precio era crucial, por lo que la computadora a diseñarse debería no solo ser la más barata del mercado, sino también contar con un gran catálogo de software. Justamente fue en un viaje al Reino Unido donde Tramiel conoció de primera mano los microordenadores que Clive Sinclair vendía allí, equipos que se vendían entre las 79 y 99 libras, un precio accesible para cualquiera. Jack quedó fascinado ante la idea de fabricar un equipo lo más barato posible pero lo suficientemente potente e interesante para poder desbancar a Apple. Pero, por otro lado, Chuck Peddle quería seguir en el rumbo de la PET con equipos más “profesionales” y potentes. Tras algunos intentos frustrados de hacer un equipo similar al que pedía Tramiel, Peddle terminaría abandonando Commodore en 1980 y el proyecto de la siguiente computadora de Commodore, la VIC-20, sería tomado por otros y saldría en Japón ese año y en 1981 en los Estados Unidos.
La nueva computadora de Commodore llevaba su nombre por el MOS Video Interface Chip (VIC) 6520, encargado de los gráficos y colores de la máquina. No entraremos aquí en los detalles de este chip ni de toda la arquitectura detrás ya que, como otras tantas cosas en esta gran historia, requeriría páginas y páginas de análisis. Lo importante de la VIC-20 es que Commodore introdujo en el mercado de consumo masivo una computadora a color, con software, periféricos y un diseño entre lo industrial, profesional y popular a menos de 300 dólares, mientras que la com
La idea de negocios de Tramiel siempre fue apuntar al mercado masivo de consumo, ofreciendo un producto que fuera accesible.
petencia costaba por lo menos el doble. Si bien la computadora era limitada (tenía tan solo 5 Kb de RAM disponible), el catálogo de software, lo económico del equipo y la enorme campaña de prensa catapultaron la VIC-20 al éxito: sería la primera computadora en vender un millón de unidades.
Si la Commodore PET fue vendida para que la gente creara su software allí, la VIC20 estaba orientada principalmente para el uso de software de terceros. La máquina venía con todos los manuales y esquemáticos para enseñarte a programar, pero Commodore la lanzó ya con un catálogo de 6 juegos en cartucho y 10 aplicaciones de ofimática y/o empresariales, entendiendo que la adopción de la plataforma movería el incipiente mercado de software allí. Prontamente comenzaron a aparecer los primeros porteos de arcades, de otras plataformas de 8 bits e incluso títulos originales. Una miríada de periféricos se crearon para ampliar las prestaciones de la máquina, siendo tal vez el más revolucionario el Vicmodem, el primer módem accesible para el uso masivo por menos de
100 dólares. En esa época los BBS proliferaban y ya era posible conectarse a esa proto-internet desde un procesador de 8 bits y 5 Kb de RAM.
Computadoras para las masas
Como fiel seguidor de la filosofía nipona del bushido, esto es, el camino del guerrero, Jack se envalentonó para seguir peleando; pero no contra otros, sino contra sí mismo, al mejor estilo del karate. A estas alturas, Apple ya no existía a los ojos de Commodore: mientras que Jobs a duras penas vendía 50 mil computadoras por mes, Tramiel vendía 500 mil. Tramiel buscaba superar el éxito de la VIC con un equipo más potente y lanzarlo cuanto antes. El equipo de diseño de MOS ya estaba trabajando en el chip VIC II o MOS 6567 en el 81, con la VIC todavía caliente en las estanterías. Este nuevo chip traía importantes mejoras, como las interrupciones por ráster, mayores resoluciones de video y, fundamentalmente, el manejo de sprites. La incorporación de sprites, entre otras features, ampliaría las posibilidades de la máquina como plataforma de juegos. La VIC-20, al no tenerlos, tenía que dibujar constantemente los objetos, mientras que con el chip VIC II se podía guardar sprites que luego se utilizaban en juegos, facilitando la programación y potenciando las posibilidades de desarrollo: sin sprites resultaba más complicado realizar cosas tan simples como la colisión de objetos.
La Commodore 64, sucesora de la VIC, salió al mercado en agosto de 1982 y hasta su aparición no había ninguna computadora sobre la faz de la Tierra capaz de reproducir música y sonido como lo hacía el chip MOS 6581, mejor conocido como el SID (Sound Interface Device), presente en el nuevo producto de la empresa. Si pensamos en cualquier otra home computer de la época, probablemente la recordemos muda o emitiendo sonidos simples como beeps; si pensamos en videojuegos o arcades, la experiencia de sonido no mejoraba demasiado. Hay un antes y un después en la producción de sonidos y música para videojuegos, y esto se lo debemos a la aparición del SID. El chip
es un potentísimo generador de sonidos y sintetizador, herramientas que antes no estaban al alcance de cualquiera, y ahora se podían obtener comprando una computadora de Commodore. El equipo contaba además con 64 Kb de RAM para almacenar y/o ejecutar programas; claro está, con ciertos trucos, ya que el BASIC que corría la máquina ocupaba casi más de la mitad de la memoria. Esa cifra se le ocurrió a Tramiel en el proceso de diseño y no tiene más misterio que ese; aunque, si analizamos las máquinas de la época, muy pocas poseían por default más RAM que esa. El procesador sería el 6510, una reversión del original 6502, que corría a 1,026 MHZ. El precio, como siempre en la empresa, era determinante; originalmente salió a unos US$595, pero ya en 1983 bajó a 300. De hecho, una de las causas del crash del videojuego del 83 la podemos encontrar en la agresiva campaña de Commodore para bajar precios y liquidar a la competencia.
Lo cierto es que en el año 1982, por todas las prestaciones ofrecidas, la Commodore 64 era lo más innovador en cuanto a computadoras hogareñas. La accesibilidad de la máquina y su potencial transformaron la C64 en la plataforma ideal para programar juegos; de hecho, precisamente por el crash al cual Commodore había colaborado, muchos de los estudios de videojuegos que sobrevivieron (Epyx, Electronics Arts, SSI, entre otros) basaron su supervivencia en las ventas para la Commodore. Sí, leyeron bien; aunque nos parezca irrisorio a nuestra pirateada existencia, la Commodore 64 motorizó un mercado de juegos para computadoras enorme, ya que prontamente la máquina escaló en adopción. ¿Quién no querría desarrollar juegos para una plataforma que vendía 500 mil unidades al mes?
Bajando el precio de la máquina a la mitad, a tan solo un año de la salida, Tramiel terminó de liquidar a la competencia. Texas Instruments, que comercializaba la TI99/4A, terminó yéndose para siempre del mercado de home computers. No pudo hacer frente a las rebajas de Commodore, que para mediados del 83 era ofrecida a US$200 en algunas tiendas. TI intentó reaccionar llevando su máquina a US$99, pero terminó yendo a pérdida. Esas rebajas en los precios tan precisas no fueron para nada azarosas. Commodore ya no competía con Apple. La empresa de Jobs no significaba nada con relación a los productos que Tramiel quería ofrecer; no hay que olvidarse de que Commodore ya había tenido encontronazos con TI, y la filosofía de Tramiel, para quien los negocios eran una guerra, se cumplía a rajatabla. Si Texas Instruments había ganado la batalla de las calculadoras, Commodore había ganado indiscutiblemente la guerra de las home computers, reventando en el camino a los texanos que años antes lo habían madrugado.
Los buenos micros maduran con el tiempo
Como sucede en muchos casos, tuvieron que pasar algunos años para que la plataforma explotara. Si analizamos los juegos salidos en el inicio, veremos que no son demasiados ni tan buenos. Pero a partir de 1985 comienza una explosión de títulos. Sagas icónicas del gaming, como The Bard’s Tales (de Brian Fargo), The Way of the Exploding Fist, Ultima IV, International Karate, entre decenas de títulos más, saldrían a mediados de los años 80. Incluso desarrolladores estrellas, como Ron Gilbert o Will Wright, iniciarían su carrera con la C64. Pero no solo serían desarrolladores de juegos quienes se sumarían a la plataforma, sino que la máquina, debido a sus increíbles prestaciones, permitió que decenas de músicos comenzaran a producir obras para la máquina. Personalidades como Rob Hubbard, Martin Galway, Jeroen Tel, entre otros, les pusieron sonido a las músicas más icónicas de los 8 bits. Muchas veces sucedía que los juegos no resultaban tan buenos como su soundtrack. Monty on the Run quizá no sea el mejor plataformero de la historia, pero sin lugar a dudas suena mejor que ningún otro.
A medida que pasaban los años, los desarrolladores ganaban experiencia en la plataforma, que, a diferencia de otras, era muy transparente y abierta. Esto parece un poco paradójico, ya que la C64 era una arquitectura totalmente privativa y cerrada como pieza de hardware. Sin embargo, la estrategia de Commodore siempre fue brindar toda la información posible de su hardware para facilitar el desarrollo de software; ellos simplemente se contentaban con vender la máquina y que luego cada uno hiciera lo que quisiera. La adopción masiva del formato de disquete de 5¼ permitió crear juegos más complejos; no hay que olvidar que todo debía cargarse en los 64 Kb de RAM de la máquina. Los floppies permitieron una mayor cantidad de almacenamiento, lo cual llevó a que los juegos se cargaran por partes, a diferencia de los casetes, que tenían menos capacidad, eran más lentos y debían ser cargados en su totalidad.
El nacimiento del arte popular digital
Pero, sin lugar a dudas, el mayor valor que aportó la Commodore al mundo informático fue el de ser la máquina pionera para la realización de arte digital popular. No es que antes no existieran expresiones artísticas digitales, pero lo cierto es que o bien eran meramente experimentales y muy costosas (las instalaciones de Xerox en Palo Alto), o bien poco conocidas. Con relación al mercado masivo de consumo, nada había similar; quizá lo más parecido a un equipo que permitiera realizar arte fuera el experimento fallido de la Apple Lisa, que costaba unos 9 mil dólares de la época. Cuando la C64 alcanzó su precio base de US$200 y comenzó a poblarse de software,
el mayor valor que aportó la Commodore al mundo informático fue el de ser la máquina pionera para la realización de arte digital popular.
se transformó en la plataforma predilecta para experimentar.
El crecimiento del mercado de videojuegos motorizó, a su vez, el pirateo a mansalva. El crackeo se fue transformando paulatinamente en todo un arte que originó la creación de crews que se dedicaban a romper las protecciones de los juegos. Pero no solo eso, sino que propició el mundo de las intros y cracktros, pequeñas introducciones previas a la carga del juego, que tenían mensajes hacia otras crews con animaciones y música, como si de pequeños videoclips se tratase. Prontamente estos desafíos por piratear se transformaron en la posibilidad de expresar mediante la programación y el crackeo una experiencia visual, musical y, sobre todo, artística. De esta manera nació, de las entrañas mismas de los 6510, el VIC-II y el SID, el arte digital popular que tendría dentro de la demoscene su máxima expresión.
La demoscene o scene nuclearía originalmente a los copiadores de juegos y crackeadores, pero con el tiempo comprendieron que podían hacer mucho más que piratear software. La C64 –y también el resto de las computadoras de
8 y 16 bits– permitió a toda una generación experimentar por primera vez con la programación, el pixel art, PETSCII art y, por supuesto, la síntesis de música gracias al SID. Además, la C64 nació en el momento de la explosión de los BBS en los EE. UU., por lo que la utilización de módems para conectarse a otros sistemas vía líneas de teléfono facilitó la creación de comunidades online en tiempos en los que todo eso eran sueños de ciencia ficción para el común de la gente. De hecho, muchas crews surgieron en esos foros de la proto-internet y se dedicaban a crear arte y código estando cada uno a kilómetros de distancia. Es así como muchos juegos piratas, arte digital y música SID circuló no solo en las famosas copyparties, sino también a través de módems de 1200 baudios (ver n° 26, 27 y 28).
Replay
La ida de Tramiel y el fin de la supremacía
En enero de 1984, debido a cortocircuitos entre Gould y Tramiel, este último terminó yéndose de la empresa que había creado desde cero. Tramiel era un tipo muy jodido de tratar, sumamente violento en sus modos de trabajo, y a Gould ya no le gustaba para nada la fama que Commodore tenía debido a las prácticas violentas en el mercado. Los recortes excesivos de precios habían llevado a infinidad de críticas en los medios de comunicación, que veían a la empresa como una competidora desleal. Además, si bien sus computadoras eran baratas y se vendían, muchas familias estadounidenses las terminaban guardando porque las pantallas de READY parpadeando en azul resultaban muy intimidantes. Esto, más temprano que tarde, ocasionó un crash dentro del mercado de computadoras, el cual redujo las ventas, aunque a Commodore mucho no la afectó, ya que aún así manejaba volúmenes de ventas enormes hasta pasada la mitad de la década del 80.
Tramiel se tomó un tiempo para recorrer el mundo y, de paso, comprar la división de
Atari de consolas y computadoras, bajo la cual lanzaría la icónica Atari ST. Commodore, por su parte, compraría una empresa que estaba al borde de desaparecer: Amiga Corporation. Todas estas movidas de compra y venta están plagadas de tejes y manejes complicados para contar en otra ocasión (¿quién les dice que, si Replay existe en 2025, no lanzamos un número por los 40 años de la Amiga?).
Pero, volviendo a la C64, Commodore la mantuvo en producción hasta el año 1994. Según palabras de Tramiel, se llegó a vender 25 millones de computadoras. Pero según investigaciones más reales, la cifra está entre los 12 y 17 millones. Sean 25 o
12, sigue siendo la computadora de modelo único más vendida de la historia.
Commodore para la eternidad
Pero tras estos 28 años de su ensamblaje final, la C64 está más viva que nunca, más activa y firme que en los años 80. Hace varios años que salen anualmente unos 20 o 30 juegos para la plataforma, sin contar otros juegos que surgen desde la demoscene o ámbitos aún más marginales que el under informático mismo. Algunos podrían considerarlo exagerado, pero viendo los desarrollos que se lanzan año a año, no parece una locura sostener que la innovación en el arte digital y el videojuego no se da en las plataformas actuales, que están plagadas de juegos triple A con bellísimas cinemáticas y soporíferas mecánicas ya inventadas en los 80: la revolución está en las home computers. Cualquier pelagatos te llena de polígonos, narrativa soporífera o arte un juego teniendo almacenamiento y RAM de sobra, pero ¡anda a hacerlo con 64 Kb de RAM y un procesador de 1 MHZ! La proeza de crear títulos para estas plataformas está, sin lugar a dudas, en el desafío técnico que implica desarrollar en ese hardware tan “limitado”. Esto no se da solo en la Commodore, que, por ser una de las más populares, es la que tiene una comunidad harto activa, sino también en las Spectrum o MSX.
Debido al paso de los años, se ha generado una pericia y conocimiento de estos hardwares casi extremos, pero aun así, año a año siguen surgiendo producciones que nos sorprenden. Juegos como Sam Journey, Rogue 64, Briley with Chronicles, Spacelords o tantos otros que venimos reseñando número a número en esta publicación dan cuenta de una computadora que, aun a 40 años de su salida, produce entusiasmo. Si además sumamos la demoscene, con la creación de código-arte, música SID, pixel art y tantísimos experimentos más, la vigencia de la C64 está asegurada para siempre. De las consolas actuales…, en 40 años hablamos..