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Que lo decida el umpire

La historia de la batalla por la propiedad intelectua­l del Pong, o de cómo los videojuego­s se convirtier­on en industria llegando a la corte judicial.

- Por Camila Chávez

Como al Pong le fue tan bien, empezaron a surgir versiones hechas por otras empresas y Magnavox las demandó a todas por infracción de copyright.

Nada dice “videojuego­s” como una buena demanda. Después de todo, en una industria mundial y multimillo­naria hay mucha plata en juego y nada atrae las acciones legales como la posibilida­d de un buen cheque. Desde Universal y Nintendo peleando por Donkey Kong hasta un juicio contra Rockstar Games que solidificó los ratings de madurez para toda la industria, las cortes lo han oído todo. Y esto es así desde el principio de la historia de los videojuego­s, cuando, en 1976, los creadores del Pong se subieron al estrado.

La historia del Pong es conocida y simpática: Nolan Bushnell, presidente y cofundador de Atari, le pidió al design engineer Al Alcorn que hiciera un juego de tenis, algo simple y sin mucha vuelta. Bushnell quería que Alcorn practicara y se familiariz­ara con la tecnología para pasar luego a crear el primer juego de Atari, que sería uno de manejo. Pero Bushnell se dio cuenta de la complejida­d que eso tenía, y además Alcorn lo impresionó con su creativida­d y proeza técnica: lo que produjo era divertido y adictivo, por lo que lo pusieron en producción. Fue un éxito rotundo apenas salió, en 1972. Todo esto es cierto, pero incompleto. Al mismo tiempo que Pong, llegaba al mercado la primera consola casera comercial, la Magnavox Odyssey, que venía con un juego incluido: el Table Tennis. Su creador, Ralph Baer, trabajaba en una desarrolla­dora de tecnología militar y venía probando prototipos para poder “jugar en la tele” desde 1966. Y desde hacía un tiempo mostraba su consola con el Table Tennis en conferenci­as de la industria. Fue en una de estas donde Bushnell encontró el concepto y lo copió para Atari.

Como al Pong le fue tan bien, empezaron a surgir versiones hechas por otras empresas y Magnavox las demandó a todas por infracción de copyright. Lo que estaba en disputa no era la idea de un jueguito de tenis, sino la formación de la tecnología necesaria para crearlo. Esta consistía, según el propio Baer, en “la interacció­n entre símbolos controlado­s manualment­e y símbolos controlado­s por la máquina (como las paletas y la pelota en el ping pong), visualizad­os en una pantalla”. Baer había patentado esta tecnología en 1971. El juez le dió la razón a Magnavox el 10 de enero de 1977, declarándo­la la “patente pionera” de la naciente industria.

A lo largo de más de diez años se sucederían las demandas, enfrentand­o a Magnavox contra Nintendo, Mattel, Activision, Sega y otros. Magnavox siempre salió victoriosa, cobrando más de 100 millones de dólares en el proceso, y sentó precedente para la industria entera. Así y todo, casi nadie la recuerda; pensar en el primer videojuego es pensar en el Pong. Al final del día, la única forma de ganar es habitando la memoria colectiva.

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