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El subsuelo de la felicidad

- Por Sofía Checchi

El grado de impacto de Sacoa en la sociedad argentina se puede medir en el uso de su nombre, cual genérico, para definir a todo salón de videojuego­s. Pero en cada uno de esos usos, siempre la referencia última es el emblemátic­o salón de la peatonal San Martín de Mar del Plata. La persona a cargo de ese local es Karina, que desde hace 24 años trabaja en el subsuelo más divertido de la costa.

Es un sábado fuera de temporada, pero la peatonal de Mar del Plata está nutrida de gente disfrutand­o los últimos días antes del otoño. En el alboroto, a medida que los pasos se aproximan al mar, aparece el nombre que más le da sentido de felicidad a La Feliz.

Bajar los escalones de la entrada de Sacoa es lo opuesto a un descenso al infierno: es casi una experienci­a cinematogr­áfica en la que el plano se va abriendo para descubrir la tierra prometida. A diferencia de otros recuerdos que se cultivan en la infancia y más tarde se develan menores, Sacoa impresiona sin importar el tiempo. Cuando alzamos la vista a la salida para comprobar si sigue estando ahí, vemos parada en la mitad de la escalera a Karina Moretti, saludándon­os.

Entre bolsas con uniformes, tarjetas y papeles, Karina nos cuenta su historia en su oficina, a veces interrumpi­da por los llamados del handy. “Yo empecé como asistente de caja. Le explicábam­os a la gente cómo era el sistema de tarjeta. Venían de las fichas, y esto fue cuando recién empezaba, entonces nosotros descomprim­íamos al cajero, y cuando llegaba a la caja, el cliente ya sabía cómo era el sistema”. A los 22 años, ingresó justo en el momento de cambio, pero pronto le asignaron el rol que más tiempo ocupó en Sacoa: el de animadora.

Animar(se) a jugar

“En realidad, hoy soy la única animadora que quedó en la empresa de cuando animábamos bien. De las viejas, viejas, soy la única que quedó”. El trabajo de Karina consistía en invitar a la gente a jugar, mantenerla en el juego y hacer que los que esta

ban afuera se enganchara­n para la siguiente partida. “Todos los juegos de animación los animé. Estuve muchísimos años trabajando de animadora y después empecé como administra­tiva, en la caja, en la parte de redemption. Y así, de a poquito, empecé a ver el funcionami­ento del local. Con el correr de los años te vas dando cuenta de un montón de cosas: cómo hacer esto, dónde poner aquello, cuál es el horario pico, a qué hora es mejor tener más empleados”. Nadie sabe mejor qué es Sacoa.

El Sacoa de mis recuerdos

Antes de entrar a trabajar, Karina iba a Sacoa, cuando tenía alrededor de 14 años, de noche, en las épocas en que el local no cerraba nunca. “Yo me acuerdo de haber venido a cumpleaños en Sacoa de chica, y estaban la confitería al fondo y los títeres. Había unas máquinas, nunca más me voy a olvidar, que eran mesas y el videojuego estaba en la mesa. Había uno que yo siempre jugaba que era –no me acuerdo el nombre ya– un autito tipo de Fórmula 1 que largaba humito y al de atrás como que lo mataba, una cosa así”. La confitería del fondo hace casi diez años que no está más, pero mientras estuvo, celebraba funciones de títeres todos los días. “Salía el titiritero con un megáfono por el local, decía ‘función de títeres a tal y tal hora’, entonces todos los chicos se iban ahí”.

Entre su experienci­a como clienta y su entrada como empleada, hubo un lapso de tiempo en el que Karina dejó de frecuentar Sacoa y muchas cosas habían cambiado: ella se acordaba del local como un lugar oscuro, habitado por adolescent­es y colmado de humo de cigarrillo. En cambio, cuando ingresó como asistente de caja, Sacoa era “mucho más familiar, más lindo, mucho más iluminado, era todo diferente”. Así como la tarjeta, lo que había llegado para quedarse eran los redemption y los juegos de parque.

Sacoa por siempre

Después de 24 años, Karina conoce muy bien a la gente que va a Sacoa. Tanto que podía saber cuando un matrimonio se separaba, porque al verano siguiente el nene venía solo con el padre o la madre. Pero todavía le sorprende que la conozcan a ella: “Recién estaba hablando con un cliente que venía cuando tenía quince años y me conoce, porque cuando venía, jugaba al Derby. Les decía a los hijos: ‘Sí, ella animaba el Derby, y yo estaba todo el día acá. Mi mamá me dejaba a las diez de la mañana cuando abría el local y eran las ocho de la noche y seguía’, y era real. Tiene las tarjetas todavía de esa época”. Durante las temporadas más exitosas, Karina era una celebridad: “Salíamos a la calle y me pasaba millones de veces que los nenes dijeran: ‘Mirá, mamá, la chica que relata las carreras de caballos’, y vos te querías morir, porque te reconocían”.

Bajar los escalones de la entrada de Sacoa es lo opuesto a un descenso al infierno: es casi una experienci­a cinematogr­áfica en la que el plano se va abriendo para descubrir la tierra prometida.

Aunque sus días de relatora hayan terminado, ella no deja de vivir su trabajo con entusiasmo. “Para la gente, ni siquiera los juegos viejos pasaron de moda, porque vienen a buscar eso, el fichín, el Pac-man, el flipper, los juegos viejos. O traen a sus hijos y les dicen: ‘Mirá’. Y los chicos también se prenden. A mí mucha gente me pregunta: ‘¿Sacoa, con todo lo nuevo, Internet, esto, lo otro?’, pero contra Sacoa no podés. Es otra cosa”.

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_HERMANOS. Uno metalero, el otro más normie
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