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YO CONTRA LOS ARCADES (1990-∞)

- EMMANUEL FIRMAPAZ

Mi abuela ya se había dormido y, en plena siesta, el monedero de cierre flojo que dejaba en la cocina era una tentación para chafarle unos metálicos y salir con la bici con destino a los videos que tenía a dos cuadras de casa, Los Tres Chiflados - Villa Bosch, que me abrazaba a la diversión y los desafíos desde los 6 años.

Un par de años más adelante, y después de horas de quemada de pestañas, la abuela me vino a buscar de los pelos para ir a merendar a casa y preparar la tarea del cole para el otro día. Le dije que me dejara media hora más y volvía a casa. Increíblem­ente, aceptó. En esos 30 minutos me preguntaba qué tan difícil podrían ser esos deberes pendientes, cuando la dificultad extrema de Billy Kane en el Fatal Fury 2 me dejaba los bolsillos secos en esa pantalla de los engranajes con el castillo de fondo. Pobre mi Terry Bogard. Antes de irme de los videos, la Furia Fatal se me vino cuando le metí tres patadas voladoras con las Flecha blancas al mueble Baleno gris con rayas rojas y negras, logrando que Rubén, el dueño del local, me echara del recinto y no poder volver por unos meses. Ni la bici me quería devolver. Me había zarpado una vez más y no era la primera vez que me marcaba la salida. Complicado, el pibe. La diversión volvió a la comodidad de casa junto con el Family y Sega, pero ninguno me transmitía lo que me pasaba con los arcades: desafíos, manquismos, práctica y victoria. Pasó el tiempo y Rubén me volvió a aceptar, recuperé la práctica, le gané al forro de Kane y los otros cuatro que le siguen para terminar ese maldito juego. Hoy, a más de 30 años de esos desafíos, sigo jugando de pie, sufriendo y divirtiénd­ome como en aquella época, sin extrañar absolutame­nte nada porque los videos están ahí, siempre que los quiero jugar y desafiar. Hace unos años conocí a y es como un arcade: puedo meter unas fichas y Replay jugar al lado de mostros, combear con charlas, material y notas, el desafío de luchar contra el tiempo de una revista en papel y, lo mejor de todo: la alegría y emoción cuando vuelvo a casa, ya sin la bici ni las patadas voladoras, pero con un nuevo número para disfrutar. ¡Larga vida a esta hermosa revista!

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