LA EXPANSIÓN EN EL ISLAM
La Magia Angélica de los hebreos y los gnósticos sobrevivió, prácticamente sin cambios, dentro del imperio islámico.
Probablemente, pudo subsistir porque los ritos caldeos originales fueron conservados a través del folclore y, además, porque las persecuciones fueron menores en esta parte del mundo.
Según una descripción de los textos mágicos de la biblioteca de Babilonia, que data del siglo X, las huellas de la Magia Angélica eran innumerables y contenían el
“nombre inefable” y otros misteriosos nombres de ángeles.
Fue mucho lo que agregaron los magos islámicos. Popularizaron el cuadrado mágico e inventaron talismanes basados en él. Hicieron proliferar, además, el uso de los caracteres planetarios (los siete nombres mágicos, cada uno consagrado a un planeta).
El imperio islámico no sólo preservó los rituales de Magia Angélica, sino que, además, los exportó a otras regiones del mundo que habían conquistado. Así, sus escritos se extendieron por el norte de Africa y por España, país que pronto devino en un centro de estudio de este arte, que incluía a la vez las matemáticas, la astrología, la alquimia y el tratamiento con los ángeles.
La primera traducción al latín de los textos mágicos árabes y arameos fue efectuada entre el siglo X y el XII por los judíos españoles y los miembros del clero católico de Francia y España.
La difusión en la tradición cristiana de estos rituales antiguos comenzó en el siglo X. En 967, un joven monje italiano llamado Gervasio viajó a España y compiló una serie de textos que incluían Matemáticas y Astrología en relación con la Magia Angélica. Se dice que fue Gervasio quien introdujo los números arábigos en Europa Central y difundió allí el uso de los relojes.
Muy pronto comenzaron a flotar en torno del joven monje una serie de leyendas. Se decía que había construido una cabeza parlante, una especie de autómata capaz de resolver todos los problemas que se le plantearan, por difíciles que éstos fueran. Se dice, también que era asiduamente visitado por los ángeles y que gracias a ellos había obtenido, años después, la corona papal.
Sus enemigos decían que había hecho un pacto con el demonio y que, al morir, legó el arte para comunicarse con estas
criaturas a sus sucesores.
Uno de ellos fue Gregorio VII, quien tenía reputación de ser un mago angélico. Él fue una figura muy importante de la Iglesia y quien estableció la ley de celibato para los clérigos.