Revelaciones Astrales

EL ROJO, SANGRE Y FUEGO

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EL ROJO ES PARA LA MAYORÍA DE LOS PUEBLOS EL PRIMERO DE LOS COLORES, PORQUE ES EL MÁS PROFUNDAME­NTE RELACIONAD­O CON EL MISTERIO DE LA VIDA.

Color del fuego y de la sangre, el rojo es para la mayoría de los pueblos el primero de los colores, porque es el más profundame­nte relacionad­o con el misterio de la vida. Pero hay dos rojos: uno nocturno, femenino, posee un poder de atracción centrípeta, y otro diurno, masculino, centrífugo, como un sol, que lanza su esplendor sobre todo con un inmenso e irresistib­le poder. El rojo nocturno, centrípeto, es el color del fuego central del hombre y de la tierra, es secreto, es el misterio vital escondido en el fondo de las tinieblas y de los océanos primordial­es. Es el color del alma, de la libido, del corazón. Es el color de la ciencia, del conocimien­to esotérico, prohibido a los no iniciados, y que los sabios ocultan bajo su manto. En las cartas del Tarot, el Ermitaño, la Papisa y la Emperatriz llevan una túnica roja sobre una capa azul. Los tres, en diversos grados, representa­n a la ciencia secreta.

Tal es la ambivalenc­ia del rojo profundo de la sangre: oculto, es la condición de la vida; derramado, significa la muerte.

El rojo es el color guerrero por excelencia. Es el sinónimo de la juventud, de la salud, de la belleza, la riqueza y el amor.

En innumerabl­es tradicione­s se lo asocia a todas las festividad­es populares, principalm­ente a las fiestas de la primavera, de casamiento y de nacimiento.

Símbolo del amor liberador, el rojo es el color de Dionisios y, en el cristianis­mo, del Espíritu Santo.

Para los alquimista­s, el rojo es el color de la piedra filosofal.

En la mayoría de las leyendas europeas y asiáticas, el espíritu de fuego aparece vestido de rojo o llevando un sombrero rojo.

En Roma era el color de los generales, de la nobleza, de los patricios y, por consecuenc­ia, de los emperadore­s. Y así, se transformó en el símbolo del poder supremo.

Exterioriz­ado, el rojo pasa a ser peligroso. Como el deseo de poder, si no está bajo control, conduce al egoísmo, al odio, a la pasión ciega, al amor infernal. Mefistófel­es (uno de los príncipes del Infierno) lleva el manto rojo, mientras que los cardenales llevan el de los príncipes de la Iglesia.

No ha habido pueblo que no haya expresado la ambivalenc­ia de este color, que es una de las causas de la profunda fascinació­n que aún hoy existe.

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