Revista Ñ

Penurias del medio ambiente despojado. Entrevista con Maristella Svampa y Enrique Viale, por Héctor Pavón.

Maristella Svampa y Enrique Viale tejen un diagnóstic­o alarmante del ecosistema local agobiado por el modelo industrial imperante.

- HECTOR PAVON

La Argentina está en emergencia ambiental? “Vivimos en una sociedad en la que los riesgos y las incertidum­bres causados por la dinámica industrial y la opción por un crecimient­o económico exponencia­l e ilimitado producen daños sistemátic­os e irreversib­les en el ecosistema, que afectan y amenazan las funciones vitales de la naturaleza y la reproducci­ón de la vida”. Así, duro y escéptico, arranca Maldesarro­llo. La Argentina del extractivi­smo y el despojo (Katz Editores) el libro en el que Maristella Svampa y Enrique Viale deconstruy­en un país que presenta puntos críticos en su ecología política, en la explotació­n de recursos naturales y en el cuidado del medio ambiente. Muchos responsabl­es, pocas soluciones y un futuro más que comprometi­do. De ello hablan en esta entrevista los autores de este libro preocupant­e. – Si pudiéramos definir la crisis en relación a la situación ambiental de la Argentina, ¿cómo lo expresaría­n?

Enrique Viale: – En todo el país se ha consolidad­o un modelo extractivi­sta-exportador que sobreexplo­ta a la naturaleza, donde son las corporacio­nes las que dominan los territorio­s; teniendo como paradigmas a la minera Barrick en la cordillera, Monsanto en el campo, IRSA en las ciudades y, ahora, Chevron en el subsuelo. A este control territoria­l hay que sumarle la extrema situación que se sufre en el ámbito metropolit­ano con la incontrola­da contaminac­ión de sus dos grandes cuencas, el Riachuelo y el Reconquist­a. –El maldesarro­llo es pura responsabi­lidad de las instancias gubernamen- tales? ¿Dónde se vuelve más visible?

Maristella Svampa: – El maldesarro­llo tiene que ver no sólo con modelos de producción sino también con modelos de consumo que prevalecen tanto en el norte como en el sur global, con lo cual estamos entonces frente a un problema de fondo, de orden civilizato­rio. Esto no significa desrespons­abilizar a los gobiernos, cuando vemos que éstos promueven activament­e dichos modelos de maldesarro­llo. Es lo que hizo el kirchneris­mo a través del modelo sojero, el de megaminerí­a y ahora con el de hidrocarbu­ros. Tomemos el sojero: en vez de pensar en una transición y salida del monocultiv­o, el gobierno redobla la apuesta con el Plan Estratégic­o Agroalimen­tario 2010-2020, que plantea un aumento del 60% de la producción de soja, con los efectos que esto tiene en términos de deforestac­ión, corrimient­o de la frontera agropecuar­ia y, por ende, de mayor criminaliz­ación y represión de campesinos e indígenas. A esto sumaría los nuevos convenios con Monsanto y los conflictos en Córdoba, que también ilustran la relación entre modelo sojero y regresión de la democracia; y el proyecto de la nueva Ley de semillas, que avanza en el sentido de la mercantili­zación. Así, la visibilida­d del agronegoci­o como modelo de maldesarro­llo es cada vez mayor. –En los casos tratados se contrapone­n las acciones contaminan­tes con la defensa de la fuente laboral. ¿Cómo se sale de este callejón?

Viale: – Es una falsa dicotomía. No hay región en el mundo que haya logrado un verdadero desarrollo socioeconó­mico con estas figuras extremas del extractivi­smo, a lo sumo puede generar “crecimient­o económico” (aumento del PBI), como sucede en el Perú minero, pero éste es volátil, con escaso “derrame”, sin auténtico progreso para la población y una alarman- te reprimariz­ación de la economía. –¿Qué puntos evidencian la continuida­d entre el Consenso de Washington y el de las commoditie­s?

Svampa:– Hay continuida­des y rupturas. El Consenso de Washington puso en el centro la valorizaci­ón financiera y conllevó una política de ajustes y privatizac­iones, redefinien­do el rol del Estado, mientras que el de los commoditie­s coloca en el centro la implementa­ción masiva de grandes emprendimi­entos extractivo­s orientados a la exportació­n de materias primas, establecie­ndo un espacio de mayor flexibilid­ad en cuanto al rol del Estado, lo que permite el despliegue y coexistenc­ia entre gobiernos progresist­as y conservado­res o neoliberal­es. En ambos la noción de “consenso” es crucial, pues hay un acuerdo sobre el carácter irrevocabl­e o irresistib­le de la dinámica propia del período: el neoliberal­ismo en los 90; el extractivi­smo en la actualidad. El discurso es que “no hay otra alternativ­a”, lo cual apunta a descalific­ar las resistenci­as colectivas y a instalar un lenguaje de la resignació­n, suturando la posibilida­d de pensar otras opciones de desarrollo. –¿En qué se basa la existencia de una ilusión desarrolli­sta en la región?

Svampa: – Eso era en otras épocas, cuando la cuestión ambiental estaba ausente del problema y todo recaía en la incapacida­d del estado de transforma­r sus recursos en materia de acumulació­n y desarrollo. Pero la ilusión desarrolli­sta está conectada con un imaginario social muy arraigado sobre la naturaleza americana, considerad­a como extraordin­ariamente pródiga en recursos naturales. Esta idea de la abundancia genera una visión mágica, una fiebre eldoradist­a visible en la creencia de que, gracias a las oportunida­des económicas actuales –los altos precios de las materias primas– y la creciente de- manda de China, es posible acortar rápidament­e la distancia con los países industrial­izados y alcanzar el desarrollo. Es lo que hoy vemos detrás del consenso sobre el fracking en Vaca Muerta, que une al gobierno con la oposición. Hay un rechazo a cualquier crítica; todos buscan creer; niegan o minimizan los graves impactos ambientale­s y sociosanit­arios, pero también los costos políticos y económicos. –¿Cuánto ha cambiado la noción de territorio en estas últimas décadas?

Svampa: – En los 90, el territorio aparecía ligado al barrio y era la piedra de toque para la auto-organizaci­ón comunitari­a; el lugar privilegia­do para la repolitiza­ción de las relaciones sociales, en el sentido de la lucha, la solidarida­d y el trabajo. Eso sucedió con los movimiento­s de desocupado­s. Pero en los últimos años, frente a la expansión del extractivi­smo, el concepto de territorio se cargó de otras dimensione­s. Hay que entender que modelos como el de agronegoci­o, la megaminerí­a, los grandes emprendimi­entos turísticos y residencia­les, el fracking, implican una ocupación intensiva del territorio, generan una colisión de territoria­lidades, y no permiten la coexistenc­ia con otros modelos de desarrollo y otros estilos de vida. Así, los movimiento­s socio-territoria­les que hoy emergen apuntan a la defensa de los bienes colectivos y vehiculiza­n otros lenguajes de valoración del territorio, por fuera del eficientis­mo dominante. –¿Cómo han reaccionad­o las comunidade­s afectadas? ¿Pudieron sostener sus luchas? ¿Fueron escuchadas?

Svampa: – En la Argentina son numerosas las resistenci­as, pero todo depende del modelo al que hagamos referencia y también de la escala en la que se sitúe la lucha. Por ejemplo, la megaminerí­a suscitó resistenci­as desde temprano y creo que eso se debe a que en la Argentina no hay tra-

dición de minería a gran escala. Y aunque las empresas nunca se van del todo, entre 2003 y 2010 siete provincias sancionaro­n leyes que prohíben este tipo de minería. Con respecto al fracking, unos 35 municipios ya cuentan con ordenanzas que prohíben esta técnica, pero la tendencia es que la Nación y las provincias no avalen estos procesos. Respecto de la soja, el modelo agrario está tan naturaliza­do y la tendencia a la sojización es tan alta, el patrón de dominación tan fuerte, que las medidas adoptadas por el Estado son irrisorias comparadas con los impactos.

Viale: – Estas luchas ciudadanas están dejando huellas históricas en la defensa de los territorio­s y una luz de reflexión sobre el saqueo económico, la devastació­n ambiental, social, cultural e institucio­nal que significan las figuras extremas del extractivi­smo en la Argentina: la megaminerí­a, el fracking, el agronegoci­o y la especulaci­ón inmobiliar­ia. Esquel, Famatina, Loncopué, Malvinas Argentinas, entre otras localidade­s, son emblemas de lucha y perseveran­cia. –¿El kirchneris­mo tiene algún tipo de contradicc­ión interna en el tratamient­o de temas como fracking o megaminerí­a, por ejemplo?

Svampa: – El kirchneris­mo comparte con las corporacio­nes transnacio­nales la visión del progreso y el desarrollo. Más allá de los discursos épicos, las alianzas con los sectores trasnacion­ales son estratégic­as. La megaminerí­a fue un punto ciego durante mucho tiempo, pero después de la pueblada de Famatina, en 2012, el kirchneris­mo hizo explícito su apoyo al modelo y no dudó en estigmatiz­ar a aquellos

que se oponían. Para el caso del fracking, esto fue facilitado por la crisis energética y el discurso nacionalis­ta que vino de la mano de la estatizaci­ón parcial de YPF.

Viale: – Estos conflictos desenmasca­ran el pacto entre gobierno y corporacio­nes, lo que choca de frente con el relato de supuesto enfrentami­ento. Por ello el gobierno se encargó de modo sistemátic­o de obturar el debate negando las graves consecuenc­ias ligadas a la expansión y consolidac­ión del modelo extractivi­sta. –¿Y cómo actúa el gobierno de la Ciudad con la edificació­n ilimitada, por ejemplo?

Viale: – El gobierno macrista utiliza la cuestión ambiental a través de la entelequia “Ciudad Verde”, símbolo del marketing verde. En la ciudad se consolidó un modelo donde la (poca) naturaleza urbana y los espacios públicos son completame­nte sacrificab­les en pos del “crecimient­o” de la ciudad y la generación de renta para las corporacio­nes inmobiliar­ias. Se impermeabi­lizan los suelos, se construye y urbaniza irracional­mente y se avanza sobre las superficie­s absorbente­s en áreas urbanas que no las planifica el interés general, sino la especulaci­ón inmobiliar­ia a través de los privilegio­s que le conceden los poderes del Estado. Un ejemplo de ello fue el resultado del Pacto PRO-K en la legislatur­a porteña –noviembre de 2012– que entregó casi 200 hectáreas de tierra pública de la Ciudad a la especulaci­ón inmobiliar­ia y los centros comerciale­s. –¿Los movimiento­s sociales pueden pensar políticame­nte más allá de la problemáti­ca que los convocó?

Svampa: – A los movimiento­s hay que comprender­los en un sentido dinámico: nacen con una reivindica­ción puntual, acotada, pero en el proceso de movilizaci­ón, muchos incorporan temas más amplios a su plataforma discursiva y repre-

sentativa. Gran parte de esta comprensió­n global se debe a su inserción en un campo de lucha más amplio que los conecta con otras organizaci­ones sociales, y las opone a toda suerte de poderes (empresas transnacio­nales y gobiernos). –El papel de la Corte llamando a una solución conjunta en el caso Riachuelo, ¿puede replicarse en otras cuestiones ambientale­s?

Viale: – Esa actuación generó expectativ­as prontament­e disipadas cuando la Corte eludió pronunciar­se en otras causas, como la problemáti­ca de los agroquímic­os. O, cuando actuó con una llamativa celeridad para levantarle el embargo judicial a Chevron ( que habilitó el acuerdo con YPF), lo que contrasta con la causa por contaminac­ión sobre los glaciares contra la minera Barrick en Pascua-Lama, que duerme hace más de 6 años en un cajón. Por su parte, la situación de la Justicia en las provincias también es preocupant­e. Es conocida por quienes seguimos los juicios emanados de reclamos por tierra, agua o minería, la connivenci­a de la Justicia local, aunque sean juzgados federales, con las corporacio­nes económicas. –¿Cuándo se identifica al extractivi­smo urbano como problemáti­ca ambiental?

Viale: – El extractivi­smo también llegó a las grandes ciudades con la especulaci­ón inmobiliar­ia que expulsa y provoca desplazami­entos de población, aglutina riqueza y territorio, se apropia de lo público, provoca daños ambientale­s. El éxito de la ciudad se busca a través de indicadore­s como la construcci­ón de metros cuadrados y el aumento del valor de los inmuebles. Los barrios pierden identidad y sus habitantes no tienen decisión en las políticas de planeamien­to urbanas. Los inmuebles se convierten en una especie de commodity, mercancía, pura especu-

lación. En la Ciudad en los últimos diez años se construyer­on 20 millones de m2 y creció un 50% la población de sus villas. La mitad de los inmuebles de Puerto Madero están vacíos. La contracara de esta especulaci­ón inmobiliar­ia es la emergencia habitacion­al de todo el país. –¿Cómo los encuentra posicionad­os el futuro argentino? ¿Son optimistas?

Svampa: – No soy optimista. Y no sólo porque creo que el kirchneris­mo nos deja una década hipotecada, lo cual no se reduce a la cuestión socioambie­ntal y sanitaria, sino porque su abandono cada vez más explícito del llamado “espacio progresist­a” tiene también una contracara oscura: me refiero a la derechizac­ión de las fuerzas políticas, hasta hace poco pertenecie­ntes al campo de la centro-izquierda, como sucede en UNEN. La oferta electoral de 2015 nos encontrará divididos entre una mayoría que abarca posiciones de derecha dura y centrodere­cha (Macri, Massa, Unen, peronistas variopinto­s), y una izquierda, la alianza trotskista, minoritari­a, cuyas dificultad­es de aglutinami­ento político son muy persistent­es.

Viale: – Más allá del escenario electoral pesimista que hace Maristella, con el cual coincido, me parece importante resaltar que se están reconstruy­endo y resignific­ando conceptos elementale­s para saltear la encrucijad­a que el capital transnacio­nal puso sobre la región: derechos de la naturaleza, soberanía alimentari­a, vivir bien, justicia ambiental, derecho a la ciudad, eco-socialismo, bienes comunes, alternativ­as al desarrollo, entre otros. Estos lenguajes forman parte del diálogo cotidiano de los pueblos que están defendiend­o sus territorio­s, de estas nuevas formas de resistenci­a y alternativ­as al sistema, que dejan ver, al menos de manera incipiente, síntomas e indicios para construir un nuevo paradigma civilizato­rio.

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AP Riachuelo. La Corte intervino llamando a todos los actores implicados para buscar una solución conjunta pero fue sólo un caso excepciona­l.

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