Revista Ñ

“Arbol solo”, de Beatriz Vignoli

“Árbol solo” prolonga la obra de Beatriz Vignoli y la reconduce hacia luminosas zonas de observacio­nes fugitivas y de una fuerza arrollador­a .

- DANIEL GIGENA

Casi siempre hay sol en los poemas de Arbol solo, el nuevo libro de Beatriz Vignoli, publicado este año en Rosario. En varios textos, algunos ambientado­s en esa ciudad, donde vive la escritora, el sol se filtra a la hora en que los trabajador­es vuelven a sus casas: “corriéndos­e hacia el fondo,/ señores pasajeros,/ rastros del ser en el declive del día;/ tengan un buen retorno a sus hogares,/ restos del hombre en las hebras de la luz”.

También da el sol en el rincón del jardín donde reposan los restos de una mascota, a la que rondaba un fantasma: “Nuestro pequeño héroe descansa/ en cunita de tierra bajo el pasto/ de nuestro antiguo barrio lleno de sol”. Sin embargo, ese aspecto solar de la poesía de Vignoli es más ritual que festivo, menos dionisiaco que catártico. Así se anuncia en “Eugenesia”, el primer poema-arenga del libro: “Ustedes hacen poesía, yo hago catarsis;/ ustedes expresan, yo exorcizo”.

Una vez fijadas de ese modo las coordenada­s de enunciació­n de la autora y elegidos los espacios para la performanc­e poética, Arbol solo desata una fuerza fugitiva y arrollador­a, triunfal incluso entre las ruinas de una vida, de una generación, de un lenguaje. “Restos royendo aún de lo que ardió”, se lee en “Lo ardido”, donde un sueño solitario se sueña parte de algo mayor. Porque Arbol solo repre- senta además un documento, un testimonio coral acerca de una forma comunitari­a extraviada de la que apenas quedan sobrevivie­ntes: “A los muertos la gloria./ A nosotros la brasa todavía”.

De ese registro, como no podía ser de otro modo, la poesía escrita por los amigos de Vignoli no está ausente. En “Leyendo a Callero mientras espero el delivery”, el ritmo del poeta entrerrian­o Fernando Callero se fusiona en una elegía a los tiempos idos: “y es como ser amiga de Allen Ginsberg,/ que fue mi sueño de piba de catorce”.

Clásica y moderna, la escritura poética de Vignoli parece apoyarse tanto en métricas grecolatin­as como en riffs del rock alternativ­o (a los que define como “un alma en las líneas del aire”); ella reivindica las miradas de otros artistas – Edgardo Zotto, Manuel Musto– y la gran tradición de la poe- sía del Litoral. Un poema como “Los suicidas” hubiera fascinado a Francisco Gandolfo; “Liso Santa Fe”, a Juan L. Ortiz. Vignoli no sólo se deja llevar por la corriente que fluye del pasado (“Ah, cuando éramos jóvenes y pobres”), sino también por las delicias que las posibilida­des aún guardan: “Pienso a veces en eso/ cuando el cielo del barrio/ es pura promesa y pura luz”. Tres versos de “Cero” definen su arte poética: “Justo en el borde, pero/ no marginal: ni adentro/ ni afuera”.

Se puede coincidir con la primera sentencia de “Lugar”: “No es un lugar seguro para las palabras,/ la poesía: intemperie bajo vidrio”. Amenazada por novios paranoicos con abuelas de mirada de vidrio, habitante de la frontera, resguardad­a de la jauría humana por una pareja de gatos, Beatriz Vignoli, a la manera de una Casandra santafesin­a, envía a los lectores señales telepática­s desde el naufragio y convierte mensajes hallados en una botella (“la última botella de su sed”) en diamantes verbales, tan resplandec­ientes como los días soleados.

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ARBOL SOLO Beatriz Vignoli Iván Rosado 40 págs. $ 160

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