La fiesta de una mujer en construcción,
Un anticipo de la obra performática con textos de Pedro Mairal que estrenarán en La Plata.
El camino que dibuja con sus pasos es certero. Su andar tiene la calma y la fuerza de una criatura que habita la selva. No importa cuántos peligros la acechen, se ocupará de cada uno cuando llegue el momento. Ahora, su misión es dejar huella, desordenar el lienzo para tejer una maleza. Algunos elementos ya la acompañan, otros se harán esperar, y cuando empieza a declamar el texto algo se encrespa: el relato personal y la copa que remonta vuelo giran a su alrededor y parece que están a punto de tocar la platea; la rozan con su sonido y después bajan, pero la historia recién empieza.
El lugar es el subsuelo del Teatro Argentino de La Plata, donde funciona el Centro de Experimentación y Creación (TACEC) y donde la semana próxima se estrena Mi fiesta, de Mayra Bonard, con dirección de Carlos Casella.
Minutos antes, ambos se enfrentan a un cuadrado de madera pulidísimo. Falta resolver cuestiones importantes y ellos estrenan pronto, pero no desesperan. Están decididos a apoyar con su trabajo uno de los pocos espacios oficiales dedicados a la experimentación. Con esa convicción, ocupan sus lugares y se disponen a ensayar.
“Al principio yo estaba trabajando sola con los objetos y en un momento necesité un texto”, cuenta después Bonard, entregada a la charla. “Entonces lo llamé a Pedro Mairal y enseguida a Carlos”. No hay duda de que todo su poder físico y el de su voz se multiplicaron en esos llamados. “Cuando probamos con los primeros textos sentíamos que quedaba muy forzado, muy ficcionado”, comenta Casella, uno de sus compañeros durante los años de El Descueve. “Nos conocemos hace tanto tiempo que enseguida logramos un buen feedback artístico”, apunta Bonard, “y en determinado momento decidimos que no hubiera texto, pero después volvimos a esa idea”.
Así fue que subió a escena lo que Casella denomina “el anecdotario”: una serie de momentos de la biografía de Bonard que ella misma le contó a Mairal y que él escribió para que regresaran a los labios de la solista. Una vez rodeada de objetos sobre el cuadrado pulido, ella incorpora el texto como otro elemento para poner a rodar. “Es muy interesante el poder que se despliega cuando una empieza a trabajar con un material propio y lo ficciona, porque a la vez que tiene algo propio pasa a ser un objeto más allá de una, de lo real o lo no real. Mairal especialmente trabaja con la potencia del lenguaje hablado y eso funcionó muy bien acá, porque si bien en el armado hay una literatura, por supuesto, también te estoy contando algo”.
Tan trabajada como los giros del lenguaje que Bonard entona está la superficie por la que viajan sus tacos. En esa madera sedosa, los objetos emprenden su vuelo ra- sante a control remoto: no es fácil describir la forma en que Bonard dice y se desplaza en escena. En palabras de Carlos Casella: “Lo que ella hace es un poco border, tiene una cosa muy sofisticada y apaciguada, son todas situaciones de mucho control dentro del caos que se crea. Los relatos también tienen algo de torcidos, de controversiales: hay personajes que nunca entendés de qué lado están, si ella está de un lado o los otros están de ese lado y después cambian, quién está jugando qué rol. Ese complicado lugar de las relaciones, de lo supuestamente preestablecido en la ética, resultaba interesante”.
El texto de Mairal remite a distintos momentos de la vida de una mujer en construcción: de la adolescencia a la adultez, situaciones que van dejando una hendidura en la trama del relato, una marca subrayada que, llegado el momento, será referencia para volver y retomar. “Para mí, en la dirección, fue muy excitante trabajar con eso”, relata Casella, “poner en juego un borde personal. Es el primer solo que hace ella, una experiencia muy iniciática, y viene con todo: con el cuerpo, con lo emotivo, con su personalidad y su universo”. Esa vida que se entrevé en Mi fiesta muestra también el filo de la hoja, la inflexión de la voz que nos advierte que todo está calculadísimo, pero que también está, en cada momento, ocurriendo por primera vez.
Los mismos oídos que atienden a la narración son alcanzados por Wagner, enfrentado a Diego Vanier, que hizo con una de sus piezas algo análogo a lo que Pedro Mairal hizo con las de Mayra Bonard: seleccionó, subrayó, tachó, reinventó. Y lo hizo luego con otros: “Usamos temas musicales que son parte de mi memoria”, explica ella, “que yo traje, y Diego se dedicó a intervenir. Fue todo un trabajo cómo insertarlo (en la obra). La música también construye un relato”. Música, texto y acción permanecen autónomos, condición necesaria para que puedan entablar un diálogo en vivo. “Nos divertía la idea de que fueran tres planos que juegan al mismo tiempo –comenta Casella–, que giran concéntricamente en torno de ella. Giran en direcciones distintas: lo que ella hace físicamente y lo que está diciendo no forman parte del mismo mundo, sino que se funden al encontrarse acá”.
Los puntos en común se tocan y comienzan a reverberar los armónicos compartidos: la tensión que generan y la artesanía del trabajo revelado caracterizan a la obra. “La idea de la dramaturgia es que quede en evidencia que hay un ensayo, una repetición de su historia”, sintetiza Casella. Con ese horizonte se entrelazan los pasajes y paisajes de Mi fiesta, un convite más cercano a la ceremonia que a la celebración. Divididos y multiplicados, los objetos y momentos de la pieza “dan la posibilidad de imaginar que esto es un ritual que ella hace, que lo hace a diario, que lo está perfeccionando, como si estuviese moldeando su propia historia”.
Así presentado, ese trabajo que inicia en la biografía se asume como un proceso sin fin, que se resiste a cedernos una versión definitiva mientras haya vida. El trabajo sobre esa palabra propia sigue levando a lo largo de la obra y rebalsa la primera persona. “Nos gusta esa curva de empezar con algo personal e ir abriendo hacia algo más trascendental. Eso es a lo que vamos llegando con el texto final”.