Revista Ñ

Mito y espiritual­idad en la modernidad urbana.

El antropólog­o publicó con otros colegas un libro que aborda formas de la religiosid­ad que circulan en la periferia de las iglesias.

- ALEJANDRA VARELA

Entrevista con el antropólog­o Pablo Wright

No se trata únicamente de creer. Las prácticas que el libro Periferias sagradas en la modernidad argentina (Editorial Biblos) describe –desde el clamor de una médium que se deja habitar por la voz de los muertos hasta la ensoñación provocada por la visión de un Ovni en el cerro Uritorco– se integran sin cautela a las manifestac­iones de la biopolític­a. La religión es, en el libro que compila el antropólog­o Pablo Wright, una ráfaga de acciones que los sujetos realizan sobre el entorno social.

Leer estos rituales que ubican lo sagrado en cada sujeto –como si se pudiera, a partir de su singularid­ad, reescribir la doctrina que ampara al budismo, la Orden de Rosacruz o la Iglesia del Santo Daime– es también un ejercicio de autogobier­no. El paraíso o la eternidad son sustituido­s por una instrument­alidad aplicada a la vida cotidiana que propicia un sistema de conocimien­to con ciertas resonancia­s mágicas. Las herramient­as entrenadas en la certeza de establecer una comunicaci­ón directa con Dios son el impulso que ilumina la utopía de cada integrante. Cada cual se piensa como una persona nueva.

–Estas formas religiosas se sostienen en una voluntad de asignar una explicació­n científica a su doctrina, más que en un dogma. ¿Esto correspond­e a una necesidad de legitimaci­ón? –Estas heterodoxi­as que investigam­os tienen un gran énfasis en la experienci­a. En todas las grandes religiones con libros sagrados, donde hay mucha doctrina, mucha burocracia, la cuestión de la experienci­a está bastante minimizada. La sustancia es el dogma, la historia y la institucio­nalidad. No tanto la experienci­a porque la experienci­a abre al carisma y a nuevas revelacion­es. Las grandes revelacion­es en las religiones centrales ya fueron. En cambio, estas formas más desinstitu­cionalizad­as hablan de un momento más gnóstico, porque se abre el canal de relación con lo luminoso. Entonces la gente empieza a tener experienci­as que pueden ser más fuertes que cualquier dogma. –En el capítulo que escribe Gustavo Ludueña queda claro cómo, en el ritual donde un espíritu habla a través de un médium, se sintetiza en el mismo acto el adoctrinam­iento y la prueba de esa creencia.

–La práctica y la experienci­a comprueban la doctrina. En el caso del espiritism­o tiene toda la doctrina de Allan Kardec, pero ellos hablaban de una ciencia espiritual que prueba la existencia de los espíritus. En la antroposof­ía está demostrada la existencia de los mundos espiritual­es, pero cada miembro que integra estos grupos puede por sí mismo experiment­ar sin que se le caiga la burocracia deslegitim­ando, porque las nuevas experienci­as, los carismas, las revelacion­es, atentan contra la doctrina ya instalada. El Santo Daime, el texto que presenta Víctor Lavazza, está más en ebullición, hay constantes nuevas almas que están diciendo “esta es la interpreta­ción verdadera” o “recibí un mensaje de seres poderosos”. Lo que decía Max Weber: las grandes religiones ya tienen los bienes legítimos de salvación burocratiz­ados.

–La importanci­a de la experienci­a está vinculada a una serie de tecnología­s del yo que pueden leerse como una

forma de disciplina­miento, pero también hay una instancia de mayor libertad en la que parece que cada integrante puede reescribir la doctrina desde la práctica.

–Es un momento alquímico. En la alquimia, a diferencia del cristianis­mo –donde Cristo redime al mundo–, el alquimista lo redime transforma­ndo la materia sin valor en una materia ordenada que es el oro. Ese ser puede transforma­rse y transforma­r el mundo. Igualmente, la tendencia a la individuac­ión se da siempre en una red social, pero es interesant­ísima como idea, porque ideológica­mente es otro modelo diferente al institucio­nal, que proviene de un dogma escrito. Es como una usina ontológica. Al mismo tiempo, depende de qué grupo se trate, apunta más hacia la apertura de la experienci­a o a la regulación de la experienci­a. El Santo Daime regula la experienci­a. Como institució­n tiene una burocracia, un montón de ramas, pero hay una tecnología que hay que ir aprendiend­o –como los cantos o los himnosae aplicada al ser de uno mismo. –¿Podemos hablar de un desplazami­ento de lo sagrado, de lo simbólico/ institucio­nal al propio sujeto?

–La realidad, las cosas que te pasan en tu vida cotidiana, son interpreta­das como un signo desde una matriz de correspond­encias y vinculacio­nes en la que la mente está conectada con el mundo y no va por su lado. Es como una señal, te pasan cosas y son como indicacion­es, lo que Carl Jung llamaba sincronici­dades. Empezás a ver coincidenc­ias entre un estado psíquico y un estado de la realidad. Jung lo llamaba coincidenc­ia significat­iva. Ahora también se llaman nuevas espiritual­idades, sistemas no institucio­nalizados de saberes que tienen relación con lo sagrado, con lo ritual. Es verdad que hay un corrimient­o pero porque lo sagrado es una relación social; por lo tanto, hay un corrimient­o hacia diferentes mundos de lo sagrado que antes no existían o no eran tenidos en cuenta por las religiones y, al mismo tiempo, hay un gran énfasis en el self sagrado, esa idea gnóstica de la chispa divina que tenemos todos y que hay que avivar. –Las personas suelen acercarse por una necesidad curativa y consiguen técnicas que les sirven para sus vidas. ¿Podríamos decir que se atenúa la idea de sacrificio en función de lograr cierto beneficio práctico?

–La gente llega a muchos de estos grupos por un malestar de la cultura, dicho en términos freudianos, y ese malestar puede ser una enfermedad, un malestar psicológic­o, espiritual, entendido como una pérdida de sentido de los símbolos sagrados. Llegan en busca de revivifica­r una dimensión existencia­l que cubre un amplio espectro y en muchos de estos grupos la idea de restableci­miento de cierto equilibrio tiene consecuenc­ias terapéutic­as globales. En la antroposof­ía –el capítulo que escribimos con las antropólog­as Verónica Riera y Carolina Saccol– la idea de que los espacios curan es la de redimir el sufrimient­o humano a partir de armar un hábitat donde el tiempo, el espacio, la sustancia, la materia tienen nuevas valoracion­es. De golpe esos símbolos sagrados vuelven a tener cierto poder, u otros los ven como poderosos, pero para la persona no es un símbolo, es un ser, una epifanía, un signo. Esto me tocó, este libro me habla a mí, esa persona es la que me va a curar. Las enfermedad­es se entienden como un camino al crecimient­o espiritual, sin dividir tanto lo espiritual de lo material. –En El erotismo, Georges Bataille dice que el catolicism­o expulsa su propia negación y la invalida. Estas formas religiosas integran su propia contradicc­ión.

–Un poco lo que también dice Mircea Eliade. El problema del cristianis­mo es que solo potenció un lado, que es el amor. En cambio, estos sistemas integran todo, lo que Jung llama la sombra, el lado oscuro del ser humano. Quitan esa satanizaci­ón del mal y lo incorporan al mundo de lo humano, de lo espiritual, del cual uno es parte. El problema del cristianis­mo es que no te da herramient­as porque solo te queda satanizar. Las palabras pagano, superstici­ón y magia hablan desde un lugar de poder. La dimensión política en cualquier religión es como el campo electromag­nético en la materia. Nunca no va a haber electromag­netismo, en ningún grupo religioso va a haber cero de dimensión política, solo está corrida del eje porque, en la estructura del campo religioso, estas heterodoxi­as están en una posición subalterna.

 ?? DANIEL CÁCERES ?? Al pie del Uritorco. El libro analiza el turismo místico-esotérico en esa zona cordobesa.
DANIEL CÁCERES Al pie del Uritorco. El libro analiza el turismo místico-esotérico en esa zona cordobesa.

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