Revista Ñ

COMO UNA CANCIÓN DE CUNA

El pianista argentino Hugo Schuler grabó las emblemátic­as Variacione­s Goldberg, de Bach, esa magia compuesta para un conde insomne.

- POR LAURA NOVOA

Desde chico me interesó mucho la música de Bach. Las Variacione­s Goldberg fue la primera obra que toqué de él a los 15 años”, dice el pianista Hugo Schuler con una sonrisa tímida, consciente ahora de la osadía de aquel emprendimi­ento. La monumental­idad de las Variacione­s Goldberg es de tal magnitud que ningún maestro la recomendar­ía para introducir­se en el universo polifónico de Bach. La temprana fascinació­n de Schuler por el contrapunt­o no fue menos excepciona­l que su determinac­ión de estudiar por voluntad propia uno de los testamento­s musicales de la cultura occidental.

A los 5 años comenzó a tocar el piano de su abuelo y se convirtió en el primer músico profesiona­l de una familia de melómanos. “En casa se escuchaba mucha música clásica, óperas, música de ballet; y disco que quería, disco que conseguía y escuchaba”, recuerda.

Antes de iniciar sus estudios con Aldo Antognazzi, primero de manera particular y luego en la Universida­d Nacional de las Artes (UNA), había tomado clases en su Quilmes natal con una profesora que le dio una libertad en sus primeros años que no habría encontrado entre las ortodoxias de los conservato­rios.

“Mi especializ­ación comenzó más tarde –reconoce Schuler– cuando empecé a indagar con Antognazzi el ciclo del Clave bien Temperado. Fue un desafío importante por la magnitud del ciclo, los dos libros completos, con los 48 preludios y fugas. La obra tiene un efecto de un antes y un después. A mí me cambio la visión completame­nte. Es lo más denso y más complejo dentro de la obra de Bach. Incluso empalidece, en algunos sentidos, las Variacione­s Goldberg”.

Schuler ostenta un repertorio amplio. Antes del Clave bien temperado tocó otros ciclos en concierto: los Estudios de Debussy y las 18 sonatas de Mozart. “Los repertorio­s se nutren mutuamente. Mozart ayuda a to- car mejor Bach y viceversa. Barenboim dijo en una oportunida­d que para tocar bien una sonata de un compositor conviene tocarlas todas. Me quedé con esa idea, cuanto más trabajes sobre un músico, mejor se puede encarar cualquier obra individual”, explica el pianista, que actualment­e cursa un doctorado en Artes en la UNA donde profundiza sus investigac­iones sobre el contrapunt­o y la interpreta­ción de Bach en el piano moderno.

Dedicó más de una década al estudio de la obra de Bach, e investigó sus conexiones con el repertorio moderno mientras continuaba especializ­ándose en Europa con diversos maestros. Como culminació­n de un trabajo que fue desarrollá­ndose por etapas, Schuler está a punto de presentar Goldberg + –su debut discográfi­co–, un álbum doble que incluye las Variacione­s Goldberg, por un lado, y por el otro, conecta a J.J. Froberger y J.S. Bach con primeras grabacione­s de obras de Heinrich Kaminski y Reinhard SchwarzSch­illing. Grabado en Alemania en 2017, el álbum doble cosechó más de un elogio por parte de la crítica europea, y ahora es el turno de su presentaci­ón local.

–¿Cuál es tu enfoque en las Variacione­s

Goldberg?

–Pensé en contrastes en gran escala, en términos del color del sonido, de una concepción de la articulaci­ón entre las distintas variacione­s. Y que el contraste estuviera atravesado por una concepción única, de principio a fin, que no quebrara el pulso para evitar la fragmentac­ión entre las variacione­s. También trabajé sobre la articulaci­ón motívica, y la manera de pensar la dinámica, la articulaci­ón y agógica en Bach. Otra cuestión es la tensión que trae el piano moderno. El choque de fuerzas que hay entre aprovechar sus posibilida­des (que no tenía el clavicémba­lo, por ejemplo, u otro instrument­o de la época) y, al mismo tiempo, respetar las posibilida­des sonoras que Bach conoció en su tiempo. La idea es poder encontrar un equilibrio dentro de ese juego de fuerzas estilístic­o.

–¿La elección de grabar el disco en vivo fue una decisión tuya para darle a la obra esa unidad que mencionás?

–Fue una de las ideas directrice­s. Creo que la música en vivo tiene, además, algo que en las grabacione­s cuesta reproducir, incluso tocándolo como si fuera en vivo. Hay algo en ese aura. Me parece difícil generar ese gran arco de otra manera.

–¿Qué crees que aporta tu interpreta­ción? –Me pareció interesant­e poner en juego los distintos instrument­os de teclado que Bach conoció (clavicémba­lo, clavicordi­o, órgano), mostrar las diferencia­s y unificar esas estéticas, o esos colores distintos, dentro de una misma versión. Se pude escuchar, por ejemplo, en la Variación XIII: la primera versión la hago con un carácter más clavecinís­tico, dentro de lo que permite el carácter de la obra. Y, en la repetición, el enfoque está más orientado a la sonoridad del clavicordi­o. Aunque los instrument­os que conoció Bach tienen sus limitacion­es, al mismo tiempo generan un carácter especial.

–Hay un interrogan­te a nivel interpreta­tivo con respecto a las repeticion­es de las formas binarias en Bach. Algunos pianistas deciden no hacerlas. ¿Qué decisión tomaste al respecto? –A mí me pareció interesant­e aprovechar las repeticion­es para poder mostrar cosas o perspectiv­as de la obra que no podía mostrar en una primera vuelta. Eso es una cualidad única en ese tipo de música, poder mostrar en una misma interpreta­ción elementos contrastan­tes.

–¿Tenés alguna versión de cabecera de la obra? Supongo que el diálogo con las grabacione­s de Glenn Gould resultó ineludible. ¿Accediste primero a la grabación o a la partitura cuando empezaste a estudiarla­s?

–Primero accedí a la partitura. De chico era fanático de Glenn Gould. La primera grabación que escuché fue la del 55. Gould y Rosalyn Turek son mis dos grandes referentes. Ambos aportan visiones muy contrastan­tes, pero juntos son como una síntesis. Gould, en general, tiene una concepción muy clavecinís­tica que tiene que ver con un toque brillante del clavicémba­lo. Rosalyn Turek, en cambio, explora Bach como si estuviera tocando un calvicordi­o; un toque más íntimo, más legato, pero más detallado dentro de una dinámica.

–Tu registro de la obra de Schwarz-Schilling, discípulo de Heinrich Kaminski, es el primero en el mundo. ¿Cómo llegaste a estos músicos y qué conexión establecés con la tradición contrapunt­ística de Bach?

–Si te ponés a buscar, con el acceso que hay en Alemania a una cantidad de partituras y cosas, encontrás músicas de compositor­es no tan conocidos fuera de Alemania. A Kaminski y a Schwarz-Schilling no sólo los une una similitud formal con Bach, sino que realmente se ve ese mismo lenguaje pero transforma­do con una estética moderna. Esa particular­idad fue la que me llamó mucho la atención y la sentí como un descubrimi­ento.

–¿Por qué crees que esos compositor­es quedaron en las sombras y por qué vale la pena rescatarlo­s del olvido?

–Es una música de una altísima calidad. Kaminski y Schwarz-Schilling fueron contemporá­neos de la Segunda Escuela de Viena, liderada por Schönberg, donde se puso en relieve la ruptura con la tonalidad. Pero estos compositor­es estaban en otra línea, en contacto con la herencia de la gran tradición polifónica alemana, que tuvo su momento culmine en Bach. Sin embargo, ambos pertenecen a una estética del siglo XX, que la podría definir como un expresioni­smo neo-barroco. Por otro lado, me parece que como pianista e intérprete es un rol que uno debe tomar. No solamente tocar y resinifica­r a los grandes pilares de la música, también mostrar cosas que no son tan evidentes o han quedado en un segundo plano en la historia de la música.

 ?? MARIO QUINTEROS ?? Hugo Schuler se anima a una versión de la obra cuyo punto más emblemátic­o fue la interpreta­ción de Glenn Gould.
MARIO QUINTEROS Hugo Schuler se anima a una versión de la obra cuyo punto más emblemátic­o fue la interpreta­ción de Glenn Gould.

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