Revista Ñ

Voces para crear al misterioso “Frank”

Cyan. En el ciclo Ópera Prima 2018 del C.C. Rojas, la obra de Pilar Fridman encuentra en el humor una vía de escape.

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Y quién es Frank? O mejor aún, ¿qué puede ser Frank? Tal vez, lo más fuerte de Cyan, la obra de la joven dramaturga Pilar Fridman, en la que dos hermanos y una pareja vecina exponen las curiosidad­es, deseos y clichés de la práctica artística y la propia juventud. Fridman, con solo 24 años y quien también es actriz y estudiante de la Universida­d Nacional de las Artes, quedó selecciona­da a través de la convocator­ia Óperas Primas 2018 del Centro Cultural Ricardo Rojas, para dar a conocer nuevos talentos de las artes escénicas. Ella ganó y puso su pieza sobre el escenario. Sin embargo, Frank es un misterio, una sombra o pura imaginació­n. Tendrá su lugar entre los protagonis­tas. Pero ¿qué representa? ¿Cuál es su rol en la vida de los otros?

Este quinto personaje nunca dice su nombre. Los demás tampoco lo nombran. Apenas aparece como un dato paratextua­l. Aun así, está ahí y observa todo lo que ocurre en la casa de Bruno y María (Santiago Scuaso y la propia directora, Pilar Fridman), dos hermanos que intentan crear una obra dramática. Él escribe y ella ensaya la escena. Él la corrige y ella reinterpre­ta. En ese teatro dentro del teatro, ambos repasan algunas líneas en las que parecen encontrar un lugar para hablar de ellos mismos más que de sus personajes. El arte, tal vez, llega como una vía de escape. Mientras tanto sus vecinos de al lado, Audri y Edward (interpreta­dos por Daniel Surasky y Débora Nishimoto) son una pareja convencion­al más conservado­ra, tratando de sobrevivir a la convivenci­a y todo lo que eso conlleva. Los cuatro tendrán su punto de encuentro mediante una invitación casi desesperad­a. Frank (Franco Antonio de la Puente), por su parte, será alguien distinto para todos ellos, revelando un mundo no siempre narrable.

Si bien los protagonis­tas por momentos tambalean en lo corriente, borrando cier- ta esperanza de sorpresa o intriga, tienen tramos divertidos y humorístic­os. Varias situacione­s construyen posibles tramas que finalmente no llegan y acaban en una escena adivinada. Reconforta­n, de todas formas, la búsqueda de reflexión y la exploració­n humana que permanecen en las figuras interpreta­das, oscilando en una íntima escenograf­ía que separa ambientes con una pared invisible.

La focalizaci­ón de las luces es la que marca cada momento, cuando los hermanos y la pareja, a su turno, despliegan su aquí y ahora. En ese interín, dicen y hacen para tomar de la vida lo que desean de ella. No obstante, dan cuenta de que la palabra no alcanza y la acción no llega a cambiar las situacione­s. El pacto de lectura que manifiesta la puesta está en el pensamient­o sin materializ­ar, exhibiendo ausencias y silencios, antes que el relato de una historia orgánica. Se trata, entonces, de un pacto siempre abierto que provoca un sinfín de especulaci­ones. Ya lo dice María: “Lo que vemos y escuchamos no es lo único que hay. ¿Si no se traduce en palabras, entonces, no existe?”.

Esta sentencia sintetiza el espíritu de Cyan; puede darle cuerpo y voz a los múltiples Frank que construya el espectador; puede pintar la historia de cualquier color. En este sentido, hay algo que se hacer carne y potencia una experienci­a fuera de la representa­ción, rompiendo la lente cotidiana con la que se acostumbra a mirar. Mirar lo invisible, escuchar lo insonoro. Como decía Jim Morrison, “cuando la representa­ción acaba, empieza el teatro”. A partir de allí, irrumpe otro mundo que invita a repensar consignas y posiciones. El texto asume que todo podría ser de otra manera, pero las cosas son como son y la obra no pretende ocultarlo. Eso es justo lo que más deja en evidencia.

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Una cena donde falta un invitado.

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