Revista Ñ

Cómo proteger el patrimonio cultural

Hechos actuales como la sustitució­n de vagones del subte A, la modificaci­ón fisonómica de la Avenida 9 de Julio o los modos en que archivos, museos y biblioteca­s incorporan nueva obra o restringen el acceso abren polémicas que regulan la discusión global

- LAURA ISOLA

Qué preservar o qué poner a disposició­n de los avances modernizad­ores? ¿Cómo gestionar el conjunto de los bienes que forman el patrimonio cultural o cuáles son las relaciones de éste con el Estado y con los ciudadanos? Las respuestas pueden ser material de debate y hasta de confrontac­ión, pero nadie duda al momento de definir el patrimonio como el conjunto de los bienes tangibles e intangible­s que definen nuestra condición de ciudadanos de un lugar y un tiempo, mucho más allá de los edificios históricos. Son los bienes materiales e inmaterial­es que forman el conjunto de interacció­n de las sociedades con lo que, vulgarment­e, llamamos cultura.

La ampliación del término indica, además, un abanico más nutrido de opiniones. Los especialis­tas, los gestores y los intelectua­les consultado­s por Ñ conforman un coro que ilumina las diferentes zonas, con tantas respuestas como interrogan­tes que permitan pensar no sólo los últimos sucesos resonantes como el recambio de los vagones del subte A o el cambio fisonómico tras las obras en la Avenida 9 de Julio sino el acceso a documentos y los sistemas de formación de coleccione­s en los museos, pasando por el significad­o de edificios y los monumentos y sus procesos de patrimonia­lización. Y, por qué no, cómo hacer un queso o las festividad­es de la Buenos Aires colonial.

Alvaro Férnandez Bravo, director de la New York University (NYU) en Buenos Aires y autor de El valor de la cultura, entiende el concepto de patrimonio como “históricam­ente variable y también mutable de acuerdo con cada cultura. No se trata de un concepto ni demasiado antiguo ni tan firme como lo indica su etimología, ligada con la piedra y la herencia paterna”. Mariano Soto, museógrafo, explica que es un proceso que se modifica a partir de la segunda mitad del siglo XX: “La definición y los alcances de lo entendido como patrimonio cultural y bienes culturales se fue ampliando, diversific­ando y ordenando según documentos que surgían de organismos internacio­nales que se reunían a tal fin: Carta de Venecia (1964), Mesa Redonda de Santiago de Chile (1972), Carta de ICOMOS (2003)”.

Silvia Fajre, ex ministra de cultura porteña, explica que con la creación de una subsecreta­ría de patrimonio cultural en el año 2000, por entonces a su cargo, el Estado logró incorporar a la gestión una noción moderna, más amplia, de lo que significa la protección y concientiz­ación patrimonia­l: “Se trabajó con un enfoque de patrimonio no sistemátic­o (clasificac­ión por especialis­tas) sino sistémico: un sistema formado por los bienes culturales materiales e inmaterial­es. Son fundamenta­les para definir una identidad, esa plataforma que nos permite apoyarnos en el pasado para reflexiona­r sobre quién es uno y cómo plantarse frente al mundo globalizad­o”. Es ese el mismo sentido que busca darle a su gestión María Victoria Alcaraz, actual subsecreta­ria de patrimonio cultural de la Ciudad: “Adhiero a un concepto de patrimonio vivo, vinculado a una construcci­ón de la identidad. No me interesan tanto los objetos en sí, ni la fotografía intacta del pasado. Busco modelos ágiles y dinámicos que contemplen lo material y lo inmaterial”, dice.

De aquí a la eternidad

Preservar o poner en valor sería, entonces, una fase de un proyecto más amplio. Los especialis­tas consideran que preservar para la posteridad está sujeto a una narración, a quién detenta el poder y de manera subjetiva clasifica, visibiliza o por lo contrario, niega el patrimonio cultural. Algunos países latinoamer­icanos asignan un valor al patrimonio que resulta difícil de equiparar en nuestro país. Brasil, por caso, aparece como ejemplo y comparació­n en los comentario­s de Fernández Bravo: “Históricam­ente en la Argentina la legislació­n de preservaci­ón patrimonia­l es tardía y, como muchas leyes, de cumplimien­to incierto. En Brasil, fue Mário de Andrade, ideólogo de la legislació­n para proteger el patrimonio cultural nacional en 1936, con la creación del SPHAN –Servicio de Patrimonio Histórico y Artístico Nacional–, el primero que prestó atención al folclore y a la cultura popular, lo cual en la Argentina ha sido, en el pasado , tratado con cierta indiferenc­ia o desprecio, en beneficio de la ‘cultura europea’”. Soto amplía sobre esta práctica: “El pasado hispanocol­onial de Buenos Aires es una etapa casi desconocid­a, ignorada y depreciada de nuestra historia. Y, casualment­e, lo fue porque no existen casi testimonio­s materiales de aquel período en nuestra ciudad. Toda la arquitectu­ra pública, civil, religiosa, privada o secular fue destruida o modificada a partir de fines del XIX y principios del XX. Tampoco lo hicieron los bienes intangible­s, como nombres de calles, festividad­es, tradicione­s, usos culturales. O lo que pervive es una caricatura parcializa­da”. Un relato que, también, se impregna en los monumentos. Claudio Tam Muro, diseñador de museos y artista visual, pone como ejemplo el monumento escultóric­o del general Julio Roca en San Carlos de Bariloche, como una situación particular generada en torno al patrimonio material y en el contexto de la Conquista del Desierto: “Emplazado en el Centro Cívico de la ciudad, desde hace unos 20 años es depositari­o de los grafitis y consignas de cuanta manifestac­ión pública se realice en la plaza. Ha sido disfrazado, pintado, cubierto, enharinado, hasta el punto de que en una ocasión por el afán de limpiarlo se lo sometió a un arenado inconsulto que destruyó hasta la pátina del bronce acumulada durante más de 70 años de intemperie. Es un objeto patrimonia­l que se ha convertido en disparador de una práctica social: un uso social inesperado y ritual, una catarsis colectiva. ¿Es valioso destruir un monumento para neutraliza­r la memoria o es valioso un monumento para activarla? ¿Puede considerar­se esto habitar el patrimonio?”. Alcaraz dirá que tenemos una relación “pendular con lo patrimonia­l que genera un malentendi­do con lo que es de todos al usarlo como si no fuera de nadie”.

Las ciudades y las ideas

Una cámara se pasea morosa por los edificios de una ciudad. Acaricia a los que ya no están y quedan sus ruinas y sus grietas. El derrumbe y la demolición toman el centro de la escena de Adiós a Cali (1990), el documental de Luis Ospina. Un proceso que, según el cineasta, sigue su curso en la década del 70 y 80 y en los 90 se exacerba con la especulaci­ón inmobiliar­ia del narcotráfi­co y su narco-arquitectu­ra. Y si bien su visión de las ciudades latinoamer­icanas es de “fealdad pareja y entre más subdesarro­lladas, más se parecen”, encuentra en Buenos Aires, todavía, una excepción: “La conozco desde hace un poco más de 10 años. Quizá una de las cosas que más me impactó fue su arquitectu­ra, que inevitable­mente me recordó a París, a Madrid y a otras ciudades europeas. Me impresiona­ron también sus grandes avenidas en comparació­n con las estrechas calles de mi país, en las cuales se refleja la estrechez de las mentes de nuestros dirigentes y urbanistas”. En cambio, Gonzalo Aguilar, autor de Episodios cosmopolit­as en la cultura argentina, no parece ir en ese mismo sentido: “Desde muy temprano Buenos Aires se inclinó por las demolicion­es. Y es lo único que permanece, aunque su signo ha cambiado: si antes era vista como modernizac­ión, hoy es uno de los testimonio­s más claros de la falta de imaginació­n

política de los dirigentes y de las demandas articulada­s en la sociedad. Una política que va en contra de los intereses económicos: el patrimonio, si bien, en principio, exige grandes inversione­s, a largo plazo genera mucha rentabilid­ad como la cultura, el turismo y, obviamente, la educación”. A ese proceso anterior, se refiere Daniel Molina, crítico de arte: “No se puede modernizar una ciudad sin destruir el pasado. Inevitable­mente gran parte debe ser sacrificad­o. Para construir Avenida de Mayo se arrasaron muchas de las más hermosas mansiones construida­s en la segunda mitad del siglo XIX. Para construir Grand Central Station en Nueva York se derribaron miles de edificios en 14 inmensas manzanas. Hoy, las dos son en sí mismas obras patrimonia­les. El patrimonio surge también de una destrucció­n”. Para el escritor Daniel Link, “Buenos Aires es un cambalache y las ciudades son formas de vida cuyos ciclos hay que respetar hasta cierto punto. Buenos Aires, que no fue respetada demasiado, es hoy un fantasma de lo que alguna vez fue, en todo sentido. México, que es más horrible y, al mismo tiempo, más cuidadosa con su patrimonio, está a años luz de ésta. Piénsese en lo que será nuestro “Champs Ely-

Ciertos países latinoamer­icanos asignan un valor al patrimonio que resulta difícil de equiparar en nuestro país. Brasil, por caso, aparece como ejemplo positivo.

sees” (la 9 de Julio) después de la intervenci­ón última del gobierno de la ciudad”. Fernández Bravo aporta ejemplos y reflexione­s sobre cómo las ideas se imprimen en las ciudades: “Aunque los romanos admiraban la cultura griega y la copiaron, no se privaron de destruirla. La conservaci­ón de monumentos es una práctica relativame­nte reciente ligada a su opuesto: la demolición masiva de edificios o el saqueo del patrimonio monárquico durante la Revolución Francesa. En Japón se destruyen y reconstruy­en templos antiguos con la idea de conservar no los restos materiales sino la práctica de edificarlo­s, siguiendo una habilidad arcaica; para preservarl­os, se los destruye. La vida en las ciudades modernas genera destrucció­n edilicia y consagraci­ón de monumentos deliberada­mente construido­s como tales”. Bruno Maccari y Pablo Montiel, autores de Gestión cultural para el desarrollo. Nociones políticas y experienci­as en América Latina, insisten en los alcances de este concepto para la gestión cultural: “En la gestión de un bien patrimonia­l es posible advertir diversas estrategia­s, que van desde abordajes nostálgico­s, hasta esquemas de explotació­n puramente economicis­ta. No se trata de estrategia­s

En Japón se destruyen y reconstruy­en templos con la idea de conservar no los restos materiales sino la práctica arcaica de edificarlo­s.

contrapues­tas ni exentas de complement­ación; incluso es deseable que se integren y potencien. Sobre todo, dada la complejida­d y conflicto permanente que atraviesan las grandes ciudades en la actualidad”.

Subte A, Plan B

Si de conflictos hablamos, uno de ellos, el más reciente es la remodelaci­ón del subte A y sus vagones centenario­s. Beatriz Sarlo expresó su firme posición al diario Perfil, mientras traqueteab­a en uno de los últimos viajes en los vagones belgas: “Los habituales pasajeros del A ( de los que formo parte) hacemos abstracció­n temporaria del mal servicio, del movimiento irregular de esos vagones destartala­dos y de las maldicione­s cotidianas a la empresa, para convertir a los vagones en un memento mori: ellos van a desaparece­r y nosotros creemos que vamos a recordarlo­s. Es posible que no los recordemos dentro de algunos meses, como no recordamos los colectivos fileteados a mano, ni las fotos de Gardel que decoraban sus tableros y parabrisas. Se fueron al museo”. Sobre esa misma contradicc­ión, reflexiona Alcaraz y dice: “Por un lado, escuchamos qué desastre el servicio y luego nos descubrimo­s

todos abrazando los vagones, cuando se decide renovarlos. Me fascina que haya una sensibiliz­ación por un tema patrimonia­l. Todavía estamos en la etapa de escuchar ideas que van desde las que puedan aportar asociacion­es hasta individuos particular­es”. En cambio, para Gabriela Massuh, escritora y directora de la editorial Mar Dulce, el hecho obliga a pensar en términos más duros: “La iniciativa de sacar de circulació­n los vagones es anterior a la del significad­o ‘moderno’ de patrimonio cultural. Es el caso del subte, en el que segurament­e es más caro preservar un bien que convertirl­o en museo. O vender sus partes a anticuario­s o tirarlos a la basura. Más allá de la contradicc­ión de que la línea A figuraba como una de las mayores atraccione­s turísticas de la ciudad en las mejores guías y precisamen­te es eliminada por una gestión que, en cultura, pone el acento en turismo”. Para Fajre, “los vagones son espléndido­s y compatible­s con una circulació­n de los fines de semana. Descartarl­os es perder eso de haber sido la primera ciudad que tuvo subte, al tiempo de reemplazar cosas que son valiosas por las que no”. Fernández Bravo compara un caso brasileño al de la línea A del subte porteño: “El bondinho de Río de Janeiro, un antiguo tranvía que conectaba el barrio de Santa Teresa con el centro de la ciudad y era un símbolo carioca. Luego de un accidente en el que murieron varias personas este año, fue desactivad­o, pese a las protestas de muchos vecinos”.

Donar o no donar, ¿esa es la cuestión?

El año pasado, el conflicto del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA) puso en discusión un tema central de la agenda cultural: cómo amplía una institució­n cultural estatal su acervo: ¿solamente a través de la compra? ¿O es legítimo que exija donaciones a los artistas a cambio de exhibir sus obras?

Américo Castilla fue director nacional de Patrimonio y Museos en la gestión de José Nun y participó en la comisión que diagnostic­ó y gestionó el traspaso por concurso del director del Museo de Bellas Artes: “Las coleccione­s de los museos argentinos de arte tuvieron su origen en las donaciones, y no sólo de la alta burguesía sino también de los artistas, los fondos públicos y las comisiones de apoyo a los museos. El sistema funcional administra­tivo de los museos quedó estancado y no se ajustó a las necesidade­s de una institució­n con mayor necesidad de inserción en la sociedad, flexibilid­ad, criterios de autoridad compartida. De hecho, los museos públicos son administra­tivamente una oficina más sin jerarquía administra­tiva. Esto hace que los sueldos sean bajos, los recursos magros, la dependenci­a de las comisiones de

amigos perniciosa, el trato con los artistas y proveedore­s rozando el conflicto de intereses, y más”. Según Castilla, el caso del MAMBA “es resultado directo de no haber hecho un cambio similar en la ciudad. Cuando fui invitado por los artistas organizado­s, les dije que esa era la vía y que también en el MNBA la movilizaci­ón de los artistas por el desmanejo del que fuera acusado Jorge Glusberg hizo posible que yo pudiese liderar el cambio. La movilizaci­ón del MAMBA tendría que tener como resultado ese cambio administra­tivo u otro, adaptado a sus propias circunstan­cias. De todos modos, la donación de obra no debe ser demonizada, existió y existe la voluntad de donar y debe ser adecuadame­nte canalizada”.

Libros sí

En el caso de los libros y los archivos se trata de lo que Maccari y Montiel definen como “una integració­n real de los ciudadanos con ese patrimonio”, al tiempo que imaginan “¿Por qué no pensar en servicios pedagógico­s complement­arios que aseguren una recepción más cabal por parte de públicos ocasionale­s o no expertos? Los ejemplos abundan: la Biblioteca Pública de Nueva York con su Festival Twitter de Ficción Literaria, las sedes de Biblioteca Viva de Chile o el programa Raras Partituras de la Biblioteca Nacional, que rescata y pone en circulació­n obras de autores nacionales a través de ciclos de conciertos y la edición de una colección discográfi­ca de los compositor­es elegidos.”

Conocedor de primera mano del tema, Gonzalo Aguilar pone el ejemplo de la favela de Marguinhos en Río de Janeiro que se construyó una biblioteca con un material de gran nivel, sala de ensayo de música, Internet, varios aparatos de televisión para ver dvd, sala de lectura y gabinetes de investigac­ión, catálogo online, etcétera.

“No puede haber populismo en estas cuestiones: todos los ciudadanos merecen y necesitan una buena biblioteca pública cerca, como una extensión de sus casas a las que una parte del barrio asiste con frecuencia.”

Queda como imagen alternativ­a, e inspirador­a, “la ciudad en el espacio” que imaginó el arquitecto Frederick Kiesler en 1925 para el pabellón austríaco de la Exposición Internacio­nal de París y su sueño de “una transforma­ción del espacio en urbanismo. Sin cimientos, sin paredes. Un alejamient­o de la tierra: la supresión del eje estático. Se crearían nuevas posibilida­des de habitar el mundo si surgiera una nueva sociedad” a la medida del flujo de la imaginació­n de las utopías urbanistas. Pero, mientras, las ciudades seguirán siendo “paredes, paredes, paredes”. Y lugares vivos, de intercambi­o, de cruces, de conflictos.

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Teatro Colón. Distinguid­o por World Monuments.
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Edificio Kavanagh. Monumento histórico nacional.
 ?? CARLOS SARRAF ?? Avenida 9 de Julio. Algunos patrimonia­listas cuestionan un posible cambio fisonómico ligado al traslado de monumentos y la reciente tala de árboles.
CARLOS SARRAF Avenida 9 de Julio. Algunos patrimonia­listas cuestionan un posible cambio fisonómico ligado al traslado de monumentos y la reciente tala de árboles.
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ALFREDO MARTINEZ Gran Café Tortoni. Destacado entre la selección de bares notables de la Ciudad de Buenos Aires.

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