Los 90: la dependencia
La Argentina consolidó una inserción internacional dependiente en la década de los noventa. Esto implicó: la extranjerización en la producción de bienes y servicios y, por lo tanto, la restricción a la capacidad para generar y difundir tecnología; el aumento de la oligopolización de los mercados y del poder de las grandes empresas para formar precios; la consolidación de un proceso de desindustrialización iniciado en la última dictadura militar, la fragmentación del sistema productivo y del mercado de trabajo; la profundización de la concentración económica; la depredación de los recursos naturales en función de la obtención de ganancias extraordinarias por parte de empresas extranjeras; el sometimiento de las definiciones de política económica a los dictámenes de organismos internacionales que responden a los intereses de las grandes potencias del sistema internacional, etc. En el área específica de la política exterior, este tipo de inserción económica redujo ampliamente el margen de autonomía en la toma de decisiones por parte del Estado y orientó los objetivos de la Cancillería a la implementación del modelo económico neolioberal. Eso fue la política exterior en “clave económica”. Esta expresión remite a la prioridad de las cuestiones económicas en la agenda de política exterior, relegando temas políticos y estratégicos vinculados con el interés nacional o regional. Lo significativo es que la “clave económica” significó orientar la acción gubernamental a la inserción económica en la globalización de acuerdo a lo estipulado por el Consenso de Washington, en el contexto de la “trampa” generada por el endeudamiento externo. Las políticas exteriores vinculadas con la seguridad internacional y la no proliferación fueron utilizadas como gestos para obtener el beneplácito de las potencias, esperando –en mayor o mejor medida– una contraprestación en términos económicos o, por lo menos, construir una imagen de confiabilidad para los capitales extranjeros.