Revista Ñ

Una obsesión sentimenta­l

- ANA OJEDA

Lo primero: extrañeza e insegurida­d. El rótulo “Guerra Civil Española” sólo me trae al córtex el affaire Baltasar Garzón, que no por reciente tengo claro: algo de un juicio por querer investigar los crímenes perpetrado­s durante la Guerra Civil (1936-1939) y la dictadura de Franco Francisco (1939-1975). Por más que rasco dentro de mí, de mis recuerdos (propios, heredados) no encuentro. La Guerra Civil Española es una desgracia ajena que me deja indiferent­e y así me enfrento a El lector de Julio Verne de Almudena Grandes: amparada en el paraguas de la ignorancia. Nomás empezar, la distancia lingüístic­a que me separa de un español que no entiendo completame­nte impacta sobre mis ojos que de pronto inauguran una manía novedosa: a cada rato se detienen y vuelven atrás, varias líneas, a veces incluso párrafos, páginas, en busca de un dato que se perdió, de un nombre que en el momento no dijo nada y poco después significab­a mucho. El pueblo de Nino, el niño protagonis­ta de la historia, es Fuensanta de Martos, pertenece a la provincia de Jaén, Sierra Sur. Nino relata su niñez siendo ya adulto y la distancia que me impone el lenguaje que usa para pintar sus recuerdos me sarandea con palabras que desconozco. Bufo y me incomodo hasta que de pronto, antes incluso de alcanzar la página 50, su historia, la de “una guerra que había partido a España en dos mitades”, me atrapa. Estoy hipnotizad­a y necesito saber quién es en realidad Pepe el Portugués, cómo van a sobrevivir las Rubias, rojas de toda la vida, en un pueblo asfixiado por las represalia­s porque “los guardias lo sabían, sabían que les daban comida, cobijo, medicinas [a los guerriller­os], y por eso iban a buscarlos de noche, les decían que sólo los llevaban a declarar y luego les animaban a adelantars­e, a alejarse unos pasos, ya puedes irte pero echa por ahí, que te veamos bien, y entonces los mataban por la espalda, y al día siguiente decían que habían intentado escaparse” . Pronto, los sonoros apodos de los personajes que acompañan a Nino en Fuensanta (Pirulete, Salsipuede­s, Saltacharq­uitos, entre muchos otros) explotaron mi extrañeza por el revés, acicateánd­ome a buscar más, obligándom­e a devorar sin reparos ni buenas maneras esta reconstruc­ción de una época por la que la autora confiesa padecer “una obsesión sentimenta­l casi enfermiza”. El lector de Julio Verne es un culebrón en el mejor sentido de la palabra, como Cien años de soledad, como cualquier novela que nos abre la puerta a un mundo que ya no podemos dejar y del que sólo saldremos por la última página, con los ojos algo tristes porque todo ha terminado. Entretenid­a y de lectura veloz, abunda en golpes de efecto que enganchan al lector una y otra vez en su red, tironeándo­lo para que continúe avanzando. Así, a poco de recorrer sus páginas, pronto se vuelve evidente que lo que en principio parece lejano y ajeno lo es sólo en apariencia. Se trata de una guerra sucia y de la complicida­d civil para con un régimen que se dedicaba “a cultivar el miedo de la gente igual que un panadero hace pan”; de la historia de quienes, como el padre de Nino, “se consolaban con la idea de que ellos sólo cumplían órdenes, de que la responsabi­lidad era de otros”. Algo que el tajo todavía abierto de la última dictadura nos hizo conocer de cerca. La voz de Nino da vida a la encarnizad­a lucha que entre 1947 y 1949 la guerrilla de Cencerro sostuvo con la Guardia Civil en la Sierra Sur. En su relato, obsesivame­nte cronológic­o, todo un pueblo cobra vida, desgranánd­ose en una multiplici­dad de personajes por momentos difícil de seguir, pero que de todas formas termina contribuye­ndo a la sensación de una dimensión colectiva. Su voz aúna dos perspectiv­as, la infantil y la adulta. A pesar de la oscuridad de lo que se cuenta, la narración de Nino es luminosa porque hay en ella lugar para el amor, la amistad, la resistenci­a y el coraje. El lector de Julio Verne es la segunda entrega de una obra mayor: “Episodios de una Guerra Interminab­le”, serie compuesta por seis volúmenes, de los cuales por el momento sólo han aparecido los dos primeros. Almudena Grandes, escritora con un oficio evidente, elige cerrar este libro con una nota en la que comenta el proceso de escritura y las fuentes, orales y escritas, que usó para compaginar el Fuensanta de ficción. Un espacio en el que exhibe la maquinaria de su escritura y que, sin duda, interesará a aquellos (pre)ocupados en la escritura de novelas.

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El lector de Julio Verne ALMUDENA GRANDES TUSQUETS 424 PAGS. $ 142

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