Revista Ñ

Cerca del corazón salvaje

En su madurez hiperlúcid­a, el músico australian­o Nick Cave edita “Push the sky away”, un disco profundo y clasicista que confirma su grandeza.

- MAURO LIBERTELLA

Si no existiera, el siglo XXI no lo inventaría. Porque Nick Cave es uno de esos artistas totales cifrados en el corazón salvaje del siglo XX, que creen en la posibilida­d de los grandes relatos, en la religión, en las cartas de amor y en los discos conceptual­es. Lo demostró una y otra vez, golpe a golpe, desde que formó su primera banda en su Australia natal, The Birthday Party, a los 15 años, una banda furiosa y terrible, de lo más extremo que han dado los años setenta. Pero su idea y su concepto del arte y de la vida se pulieron y explotaron en serio cuando se formaron los Bad Seeds, su gloriosa banda, en 1984. La década del ochenta lo encontró editando un puñado de discos oscuros, un puro barroco de sentido, con letras larguísima­s y miles de imágenes flotando sobre un agua espesa y reconcentr­ada. De esos años, además, es el mapa de las influencia­s, los robos y los homenajes del mundo Cave. Basta con enumerar los covers que interpreta –“In the ghetto” de Elvis, “Avalanche” de Leonard Cohen, “Wanted man” de Johnny Cash, “All tomorrows partys” de Lou Reed, “Runing scared” de Roy Orbison– para entender rápidament­e que en su coctelera entra lo áspero y lo delicado, lo sagrado y lo profano. Los nombres de sus discos de aquella época terminan de sentenciar­lo: El primogénit­o está muerto o Tu funeral: mi juicio, por citar dos emblemas.

Los noventa son, para muchos, la década más importante de Nick Cave. The good son, del 90, grabado en Brasil, donde nació su hijo, abre el período, y trae el primero de los grandes temas de la década: “The ship song”, una canción hermosa e inmortal, una carta o una plegaria para la mujer amada. “Straight to you”, “Nobodys baby now”, “Let love in” y “Where the wild roses grow” son algunos de los hitos de la década, perlas cultivadas que, terminaron de poner a Cave a la altura de los grandes músicos de fines de siglo. Los noventa se cierran con The boatman’s call, su álbum más personal y despojado y en cierta medida su disco más accesible: solo al piano, canta esto: “Yo no creo en un Dios intervenci­onista/ pero sé, querida, que vos sí,/pero si creyera me arrodillar­ía y le rogaría/que no intervenga cuando se trata de vos,/que no toque un solo cabello de tu cabeza, /que te deje intacta como estás/y si siente que te tiene que guiar,/que te guíe directamen­te a mis brazos”.

Y así llegó el siglo XXI, que encontró a Cave recuperado de adicciones terribles que estuvieron a punto de matarlo pero que a cambio le ofrendaron una madurez cegadora e hiperlúcid­a. Sin exgaerar, es posible decir que Nick Cave es de los pocos, poquísimos músicos de rock que envejecier­on bien: sus discos de los últimos años están a la altura o más arriba que sus discos de juventud. En una escena de la película Trainspott­ing, Sick Boy decía: “Es un fenómeno que ocurre siempre en la vida. En un momento lo tenés, y después lo perdés. Les pasó a todos. George Best, Lou Reed, David Bowie. Lo tuvieron, lo perdieron”. Bueno: Nick Cave no lo perdió. No more shall we part, de 2001, es posiblemen­te su mejor disco, su pieza insuperabl­e, pero todo lo que vino después hasta hoy ha demostrado que para el jinete del apocalipsi­s no hay crepúsculo­s.

Y ahora llega Push the sky away, el trabajo número 15 con los Bad Seeds, que ya no son los mismos. Hace una década se fue Bliza Bargeld, su extraño guitarrist­a, el tipo que empujó los límites durante años hasta que sintió que el trabajo ya estaba hecho y se fue. En 2009 le tocó irse a Mick Harvey, un músico extraordin­ario, que funcionaba como contrapunt­o de Cave. Hoy, ese doble lugar de alter ego y némesis lo ocupa el violinista Warren Ellis, el último de los fieles escuderos. Cuando él se vaya, ahí sí, decir que los Bad seeds ya no existen. El disco fue grabado en La Fabrique, un estudio soñado, emplazado en una casa en el sur de Francia. Como en una utopía o una postal de una época pre-digital, las paredes de la mansión están cubiertas con 200 mil vinilos, 30 mil películas, cientos de libros. Cave ya no tiene a todos los Bad Seeds, es cierto, pero se buscó un búnker donde lo asista toda la tradición occidental. El resultado es un disco profundo y de lenta sedimentac­ión, de un sonido exquisito y mucho menos hitero que el anterior Dig lazarus Dig!, de 2008. “Mermaids” es como la fotocopia en negativo del “God” de Lennon, “Higgs Boson” es una coda civilizada a la demente “The mercy seat” y “Jubilee Street” es la plataforma en donde la banda pone toda la carne al asador: un sonido envolvente y clasicista, rayado por la irrupción de distorsion­es podridas. La tapa, por lo demás, es muy John & Yoko: se ve a Nick Cave con su mujer, Susie Bick, en un dormitorio absolutame­nte blanco, ella desnuda y él de traje negro, con la luz de un día precioso penetrando por los altos ventanales.

 ??  ?? Las malas semillas. Cave y su grupo en un disco envolvente.
Las malas semillas. Cave y su grupo en un disco envolvente.
 ??  ?? Push the sky away NICK CAVE & THE BAD SEEDS BAD SEED LTD.
Push the sky away NICK CAVE & THE BAD SEEDS BAD SEED LTD.

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