El circo peronista incomoda al público
Seguro que Evita no se sintió tan incómoda. En 1948, Perón y la primera dama asistieron al reestreno del circo Sarrasani, que había sido acribillado en el bombardeo de Dresden en la Segunda Guerra Mundial. Al matrimonio presidencial lo cautivó tanto el espectáculo que dos años después –a instancias de la primera dama– le confirió el título de Circo Nacional Argentino. La semana pasada la nueva generación del Sarrasani realizó la primera de sus 40 presentaciones en el exclusivo Tatersall de Palermo, un lugar (en los papeles y tarifas) no del todo peronista. En Graf Story –así se llama la obra– hay ilusionistas, acróbatas que trepan postes como si fueran el hombre araña, música en vivo y humor. Hay también, entre acto y acto, oportunidad para comer y los platos, como el espectáculo, son de primer nivel. Lástima que exista esa malsana costumbre de interactuar con el público. Y que las interrupciones culinarias, les den la chance. Frente a mí se para una contorsionista que acaba de pasarse la pierna por detrás de la cabeza y tiene más flexibilidad que la niñita de El exorcista. Interpreta a la muñeca mágica del conde Graf, protagonista de la velada. No emite palabra y si lo hiciera, lo haría en ruso. Me río de compromiso y el resto de los comensales se ríen de mi vergonzosa inacción. “¿Qué? ¿Qué?”, le pregunto en vano a la muñeca. “¿Qué quiere?”, le ruego a una compañera. La muñeca rusa no se va (¿disfrutará en silencio de mi desconsuelo?). Sólo me señala. ¿Querrá comida? Le ofrezco un bocado, pero lo rechaza. La escena dura dos minutos eternos hasta que por fin frustrada y/o despiadada se va. Cuesta reponerse. Menos indemnes saldrán los “periodistas–estrella” de la TV, que más a mano de los artistas, en las mesas centrales, son forzados a bailar: Jorge Lafauci mueve las caderas; imposible decir con qué grado de resignación. Los mozos se llevan la peor parte, no sólo tienen que atender a los comensales; también los obligan a posar arriba del escenario como si fueran actores. La mayoría baja la cabeza, pero siempre hay uno que sonríe.