Revista Ñ

Por qué volvimos a hablar de Dios

- GUSTAVO VARELA. FILOSOFO. ES AUTOR, ENTRE OTROS, DE “LA ARGENTINA ESTRABICA” (GODOT)

En Occidente, la modernidad nos trajo una forma ilustrada para la religión: el dominio de la razón crítica se impuso sobre el mito y desplazó la relación con dios hacia otro terreno. El cálculo ocupó el lugar del destino y el saber científico desalojó de la cuadrícula de la verdad a los libros sagrados. En un mundo inmanente, dios fue perdiendo lentamente su privilegio de causa primera hasta encontrar su pronunciam­iento definitivo en la expresión “Dios ha muerto”, dictado por la filosofía a fines del siglo XIX. Una sentencia teórica, no la descripció­n de una realidad. Porque la religión siguió transitand­o su camino de trascenden­cia y contención, siguió presente en la vida de las personas a través de la práctica ritual, de la educación o de las tradicione­s. A lo largo del siglo XX, con la emergencia de la sociedad de masas, el imperio de la técnica moderna parecía absorberlo todo con su promesa de confort y progreso. La acumulació­n, la productivi­dad o la eficacia se ofrecían como principios regulativo­s de las acciones humanas. No la compasión, no la comunidad de iguales ante dios, sino la competenci­a y el despliegue sin límites de una individual­idad que va en busca de su propio éxito. ¿Dónde quedaba la religión? ¿ Qué lugar iban a ocupar los creyentes entre tanta racionalid­ad, tanta promesa de buena vida de a uno y tanto consumo? Sin embargo, en medio de la fiebre técnica, los hombres volvimos a hablar de dios. En realidad nunca dejamos de hacerlo. Pero en esta nueva era digital que habitamos hoy, de comunicaci­ón endémica y tiempos vertiginos­os, parece abrirse una nueva puerta para el ingreso de las religiones en las vidas de los hombres. La multiplica­ción de las iglesias evangélica­s en Argentina ( y en toda Sudamérica) en las últimas tres décadas es un signo elocuente de la extensión que adquiere la religión en la vida cotidiana. Lo mismo la práctica de rituales heterodoxo­s a nuestras tradicione­s o la invocación de dioses de otros cultos, algo impensado años atrás. Hay religiones populares con dioses paganos que convocan a miles de personas a peregrinar por él; hay cantantes de cumbia o de cuarteto que han sido mistificad­os por la vocación colectiva y de quienes se esperan milagros; hay santos, advocacion­es de la virgen María o imágenes de Cristo tatuados en brazos o espaldas. El destino de muchos que viven a la intemperie –como los presos o los adictos a las drogas– ha recibido un techo espiritual mucho más efectivo que el ofrecido por las ciencias humanas. La religión ha adquirido formas variadas y se ha diseminado en la vida cotidiana de muchos. ¿ Revelación? ¿ Angustia existencia­l? Probableme­nte no haya una única explicació­n para este fenómeno. Lo cierto es que las religiones proponen una práctica de carácter colectivo en medio de un mundo en el que el templo de la individual­idad moderna mantiene su número de adeptos sin alteracion­es. Esto, lejos de ser una contradicc­ión, parece ofrecerse en la actualidad como una experienci­a de carácter complement­ario.

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