Basta de Platón
La universidad me enseñó a Platón, por supuesto, y su teoría del deseo que tanto gusta a cristianos y lacanianos –cara y ceca de la misma moneda–. Agregó además a Aristóteles y su metafísica, con interminables lecturas para saber si se traducía la ousía griega como la substantia latina; momentos de antología y, en el rol principal, un profesor miembro del Partido Comunista… La antigüedad, para la institución, es lo que hace posibles el idealismo, el espiritualismo, el cristianismo, el cartesianismo, el kantismo y otras ilusiones propias de esta Iglesia que prefiere la idea frente a lo real. Pero fue por fuera de las clases y de los programas, fuera de la enseñanza oficial y de los trabajos universitarios, que descubrí la figura radical de Diógenes de Sínope. ¿Por qué tanto aturdimiento retórico, sofístico, escolástico con Platón y Aristóteles –estaba por escribir Platóteles y Aristón– y nunca nada sobre los cínicos Antístenes, Crates, Diógenes, Hiparquia o los cirenaicos Arístipo, Teodoro y otros? ¿Cuál era el menú? Indigestión de Ideas o de Formas, y ayuno más allá de este festín conceptual indigesto. Hasta el mismo Sócrates solo aparecía vestido en las ropas de Platón, disfrazado por el filósofo en un panoplia proveniente de su guardarropa. Ese Sócrates platonizado parece estar muy lejos de lo que debe o puede haber sido más allá de este enrolamiento. El triángulo subversivo que une a Sócrates, Diógenes y Arístipo, tres contemporáneos que se conocían y se relacionaron, me parece mucho más lleno de potencialidades que los banquetes platónicos o los peripatéticos, si me permiten este juego de palabras, del estagirita. Diógenes fue entonces mi maestro, por lo menos un maestro que se niega a ser considerado como tal. Yo envidiaba esa vida sin cadenas, sin límites, esa existencia libre de un hombre que no manda y que sobre todo no quiere alguien que lo mande, que no es esclavo de nada ni de nadie, de ningún prejuicio; admiraba esa figura que no se ve censurada por ningún tipo de corrección política (una fórmula moderna para expresar algo bien viejo) y se propone llevar adelante la vida libre de un filósofo libre.
DE: “FILOSOFAR COMO UN PERRO”
(CAPITAL INTELECTUAL)