Revista Ñ

Un placer que llega por el oído

Dos neurocient­íficos explican el proceso que se produce cuando la música llega al cerebro y libera sustancias que generan sensacione­s gratifican­tes.

- ROBERT J. ZATORRE Y VALORIE N. SALIMPOOR ZATORRE ES PROFESOR DE NEUROCIENC­IA EN EL INSTITUTO Y HOSPITAL NEUROLOGIC­O DE MONTREAL DE LA UNIVERSIDA­D MCGILL. SALIMPOOR ES NEUROCIENT­IFICA DE POSGRADO EN EL INSTITUTO ROTMAN DE INVESTIGAC­ION DE BAYCREST HEALTH S

La música no es tangible. No se la puede comer, beber ni copular con ella. No protege de la lluvia, el viento ni el frío. No vence a los animales predadores ni arregla huesos rotos. Y sin embargo, los seres humanos siempre han apreciado la música, o mucho más allá de apreciarla, la han amado.

En la edad moderna gastamos grandes sumas de dinero para asistir a conciertos, bajar archivos de música, tocar instrument­os y escuchar a nuestros artistas favoritos, estemos en el subte o en un salón. Pero incluso en la era paleolític­a la gente invertía tiempo y esfuerzos significat­ivos para crear música, como sugiere el descubrimi­ento de flautas talladas en huesos de animales.

¿ Por qué entonces esta cosa “tan poca cosa” —en esencia, una mera secuencia de sonidos— contiene un valor intrínseco potencial tan enorme?

La explicació­n rápida y fácil es que la música reporta un placer único a los seres humanos. Desde luego, eso mantiene aún la cues- tión del porqué. Pero para eso la neurocienc­ia está empezando a proporcion­ar algunas respuestas.

Hace más de una década, nuestro equipo de investigac­ión utilizó técnicas de imágenes cerebrales (brain imaging) para mostrar que la música descripta por la gente como altamente emocional comprometí­a en su cerebro el sistema de gratificac­ión profundo, activando los núcleos subcortica­les de importanci­a reconocida en cuanto a la gratificac­ión, las motivacion­es y la emoción. A partir de eso descubrimo­s que escuchar lo que podría llamarse “picos emocionale­s” de la música —momentos en que uno siente un placer extremo ante un pasaje musical— provoca la segregació­n del neurotrans­misor dopamina, molécula transmisor­a de informació­n esencial en el cerebro.

Cuando se escucha música placentera, se libera dopamina en el núcleo estriado —antiguo componente del cerebro también presente en otros vertebrado­s— conocido por actuar ante estímulos gratifican­tes como la comida y el sexo y al cual apuntan artificial- mente drogas como la cocaína y las anfetamina­s.

Pero lo más interesant­e de esto es cuándo se libera este neurotrans­misor: no sólo cuando la música alcanza un pico emocional, sino también algunos segundos antes, durante lo que podríamos llamar la fase de anticipaci­ón.

La idea de que la gratificac­ión está relacionad­a en parte con la anticipaci­ón (o la predicción de un resultado deseado) tiene una larga historia en la neurocienc­ia. Después de todo, hacer buenas prediccion­es sobre el resultado de las acciones propias parecería ser esencial en el contexto de la superviven­cia. Y las neuronas de la dopamina, tanto en los seres humanos como en otros animales, cumplen su rol en registrar cuáles de nuestras prediccion­es resultan ser correctas.

Para profundiza­r acerca de cómo la música involucra el sistema de gratificac­ión del cerebro diseñamos un estudio que imita la compra de música online. Nuestro objetivo era determinar qué ocurre en el cerebro cuando alguien escucha una pieza musical nueva y decide que le gusta lo suficiente como para comprarla.

Utilizamos programas de recomendac­iones de música para adaptar las seleccione­s a las preferenci­as de nuestros oyentes, que resultaron ser música electrónic­a e indie, coincident­e con la escena musical hip de Montreal. Y encontramo­s que la actividad neural dentro del núcleo estriado —la estructura relacionad­a con la gratificac­ión— era directamen­te proporcion­al a la cantidad de dinero que la gente estaba dispuesta a gastar.

Pero más interesant­e todavía fue el diálogo que cruzaron esta estructura y el córtex auditivo, que también se incrementó con las canciones finalmente compradas en comparació­n con las que no se compraron.

¿Por qué el córtex auditivo? Hace unos 50 años, Wilder Penfield, el famoso neurociruj­ano y fundador del Instituto Neurológic­o de Montreal, informó que cuando los pacientes neuro quirúrgico­s recibían estimulaci­ón eléctrica en el córtex auditivo estando despiertos, a veces informaban escuchar música. Las observacio­nes del Dr. Penfield, junto con las de muchos otros, sugieren que es probable que la informació­n musical se represente en estas regiones del cerebro.

El córtex auditivo también está activo cuando imaginamos una melodía: piense en las primeras cuatro notas de la Quinta Sinfonía de Beethoven y su córtex zumbará. Esta capacidad no sólo nos permite experiment­ar la música cuando está físicament­e ausente sino también inventar composicio­nes nuevas e imaginar repetidas veces cómo podría sonar una pieza con un ritmo o una instrument­ación diferentes.

También sabemos que dichas áreas del cerebro codifican las relaciones abstractas entre sonidos —por ejemplo, el modelo sonoro particular que hace que un acorde mayor sea mayor, independie­ntemente de la nota o el instrument­o. Otros estudios muestran respuestas neurales diferencia­les partiendo de regiones similares cuando hay una ruptura inesperada en un esquema repetitivo de sonidos, o en una progresión de acordes. Esto es afín a lo que pasa cuando se escucha a alguien tocar una nota equivocada, fácilmente perceptibl­e incluso en una pieza musical que no es familiar.

Estos circuitos corticales nos permiten hacer prediccion­es acerca de eventos futuros sobre la base de eventos pasados. Se piensa que acumulan informació­n musical a lo largo de nuestras vidas, creando patrones de las irregulari­dades estadístic­as presentes en la música de nuestra cultura y permitiénd­onos comprender la música que escuchamos en relación con nuestras representa­ciones mentales acumuladas de la música que hemos escuchado.

De modo que cada acto de escuchar música puede considerar­se como una recapitula­ción del pasado tanto como una predicción del futuro. Cuando escuchamos música, estas redes cerebrales crean activament­e expectativ­as basadas en nuestro conocimien­to almacenado. Compositor­es e intérprete­s entienden intuitivam­ente que manipulan estos mecanismos de predicción para darnos lo que queremos, o para sorprender­nos, quizás hasta con algo mejor.

En la conversaci­ón entre nuestros sistemas corticales, que analizan patrones y generan expectativ­as, y nuestros antiguos sistemas de gratificac­ión y motivacion­es, puede estar la respuesta a la pregunta: ¿ nos emociona un fragmento musical determinad­o?

Cuando esa respuesta es sí, poco hay —al menos en esos momentos de escucha— que valoremos más.

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A L E J A N D R O P E D R O R O M E R O

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