Las fuerzas extrañas
En Los campos magnéticos hay una teoría curiosa, que oblicuamente ilumina la apuesta en que hace pie el proyecto narrativo de Luciano Lamberti: hay fuerzas invisibles que son capaces de regir incluso sobre lo visible. No son fuerzas naturales (o naturalizadas) capaces de identificarse con el destino. Son fuerzas extrañas, no descritas si no a través de sus efectos (inesperados) en la deriva de una ficción con marcas propias y singulares. No es una mera contingencia estética; es más bien un programa deliberado y sutil, al que eventualmente se suma (solitaria) la narrativa de su coterráneo Carlos Godoy. El despliegue de esa poética se sirve de la paradoja para afirmar su monstruosidad. Tiene algo de costumbrismo. Trabaja sobre un núcleo anecdótico empírico que es el material de- primente que moldea la novela realista burguesa: un sustrato de escenas típicas que anuda relaciones frustradas, recuerdos intolerables, conflictos familiares o letargos de alienación y trivialidad donde la vida se torna opaca y miserable. Pero procesa y desnaturaliza esas escenas bajo un pulso modernista: en la literatura de Lamberti, que abomina del efectismo delirante y que no guarda –por cierto– ningún miedo atávico a la narración, se impone siempre un resto inasimilable que se manifiesta con la cruda indiferencia de lo real y corroe desde adentro la causalidad que grava el presupuesto realista (“la única verdad es la realidad”), sustrayéndose así – lúcidamente– a toda pretensión pedagógica. La determinación ética es indeclinable y se deja leer tanto en El asesino de chanchos como en El loro que podía adivinar el futuro. Lamberti escribe lejos de la buena conciencia pero también lejos de la mala fe. De ahí extrae ese extraño costumbrismo modernista que rechaza (ridiculizándolas) las mezquinas convenciones que contraponen lo popular a lo literario, pero también las que implícita o explícitamente asimilan realismo a etnografía.