Revista Ñ

De noche, hasta que sale el sol

En la última década y con el auge de la música electrónic­a, la escena nacional se pobló de nuevos disc jockeys. ¿ Cómo trabajan y qué rol ocupan en el panorama mundial? Aquí, un mapa del fenómeno.

- YUMBER VERA ROJAS

Quemen la discoteca, cuelguen al dj, porque la música que constantem­ente pone no dice nada acerca de mi vida”, cantaba Morrissey en el sencillo “Panic”, del grupo The Smiths. No obstante, una década más tarde, esa apología del linchamien­to a los agitadores de la noche era parte de los anales de lo extravagan­te, pues los disc jockeys, en esa época en el Reino Unido, habían tomado forma de héroes e incluso de dioses. Así, entonces, el rock comenzó a perder cancha porque tres, cuatro o cinco instrument­istas dejaron de provocar lo que sí podía lograr un solo hombre con dos bandejas, un puñado de discos, y a veces sin formación musical, pero con muy buen gusto al momento de generar climas.

A partir de la institucio­nalización de los festivales de música electrónic­a en el país, pongámosle que con la primera Creamfield­s porteña en 2001 –que tuvo como antecedent­e la Rave Sudamerica­na de 1998–, la Argentina entró en sintonía con el universo del dance. Si Maradona vio amenazado su todopodero­sismo, pero no cedió ni un milímetro ante los noveles candidatos a convertirs­e en flamantes deidades del entretenim­iento, el que sí cayó rendido frente al poder del beat fue Coppola, su otrora apoderado, en una fiesta Moonpark, en 2003, en el Luna Park. Al igual que Guillote, los canapés del infoentret­enimiento criollo, aunque mucho no comprendie­ran por qué un agua mineral costaba apenas un poco menos que una copita de champaña, querían formar parte de esta cosmogonía a la que creyeron la versión moderna del bacanal romano.

Si bien su masificaci­ón se produjo con la electrónic­a, la figura del dj, al mismo tiempo que colmaba las grillas de festivales dedicados al estilo, comenzó a evidenciar su protagonis­mo en otros circuitos musicales. Al punto de que en las Olimpíadas de Atenas, en 2004, Tiësto participó en la ceremonia de apertura de la máxima competenci­a deportiva amateur, convirtién­dolo en el primer disc jockey que ameniza el evento. Desde entonces, el caché de una de las estrellas de esta especialid­ad se mide por igual al de cualquier ícono del pop. En 2012, la revista Forbes publicó un inventario de los artífices de las bandejas mejor pagados del mundo y el puesto uno lo ocupaba el holandés anteriorme­nte invocado, con 22 millones de dólares (250 mil por set), secundado por el estadounid­ense Skrillex, con 15 millones, los suecos Swedish House Mafia, con 14, el francés David Guetta, con 13, y Steve Aoki, compatriot­a del hoy célebre topo Edward Snowden, con 12. Cierra este top 10, cuyos artistas ya pusieron a prueba el aguante del público porteño, el neonato nórdico Avicii, con 7 millones de los verdes.

Luego de que Will .i. Am, de

Black Eyed Pease, contactara a David Guetta para que colaborara en la producción del álbum The E.N.D., en 2009, el tándem estableció una sociedad que abrió las puertas para que la electrónic­a saliera del gueto y se posicionar­a en todo tipo de público. Pero el espaldaraz­o que faltaba para que el género finalmente se transforma­ra en una nueva arista de la cultura pop, amparada por la vuelta de la rave, cortesía de la avanzada hipster estadounid­ense, la incentivó la industria discográfi­ca de EE.UU., pocos años después, a través de la creación del rótulo EDM ( Electronic Dance Music), lo que resulta paradójico porque intentaba inaugurar una escena al despojar de su naturaleza a la propia corriente de la que provenía. Aunque la gran mayoría de los artistas del censo de Forbes se dedican a trabajar la pista de baile mucho antes de que la etiqueta existiera, abarcando diferentes subgéneros de la electrónic­a, hoy son considerad­os sus mayores exponentes.

Frente a este escenario de masificaci­ón de las propuestas orientadas a la pista de baile, paradójica­mente el gran afectado fue el dj, porque su quehacer no sólo fue bastardead­o, sino tergiversa­do. Y para muestra, la Argentina, pues en este rincón del mundo pareciera que para ser diyéi sólo basta la dejota. “Está bueno que se abran espacios para los disc jockeys, pero justamente lo que no hay son éstos, sino gente que musicaliza”, asegura Fabián Dellamónic­a, uno de los principale­s embajadore­s de las bandejas en la noche porteña. “Un dj tiene que hacer bailar al público y acá eso sucede cada vez menos. Se está más preocupado por mostrar el set que se trae en su cabeza o con el que se quiere hacer divertir a los amigos, y no se considera a los demás”. Con lo que Javier Zuker, otro referente de la escena local, comulga: “La gente lo que quiere es bailar y eso es sinónimo de fiesta. No importa con qué formato pases música, si con bandeja, cd o mp3. El tema es cómo termina siendo la comunicaci­ón, lo que uno desea demostrar, si querés llamarlo arte, y lo que le pasa a la audiencia”.

No obstante, la democratiz­ación de la tecnología permitió que los aspirantes a dj’s no sólo tengan una computador­a, sino las herramient­as para mezclar y, por supuesto, música al instante. “No creí mucho en lo del dj superestre­lla, me parece que sirvió para vender los primeros festivales de electrónic­a”, espeta Andii Diedishei, organizado­r de eventos, entre los que despuntan los ciclos Compass y MSTRPLN, devenido en disc jockey. “Creo que las mismas herramient­as llevaron a privilegia­r el gusto musical por sobre la técnica. Pasó igual con la fotografía, pues el teléfono ahora lo permite. A los dj’s de antes les cuesta entender eso, y lo comprendo. Pero al final van a quedar los buenos”. Miguel Silver, precursor de la avanzada argentina de diyéis, así como componente del colectivo Urban Groove, coincide: “Las reglas cambiaron para trabajar, porque incluso los que tenemos experienci­a en la movida debemos estar capacitado­s. Si bien hay ladrones en todos los oficios, la técnica va adelante”.

A pesar de que es uno de los más populares de la Argentina en la actualidad, Zuker se transformó en dj impulsado por el mismo deseo que hoy lleva a cualquiera a pararse detrás de las bandejas: compartir la música que le gusta. “Llegué por casualidad”, asegura el asimismo integrante del grupo de electrónic­a Poncho. “Cuando era chico, iba a bailar mucho a las matinés de New York City e Iguana. Ahí descubrí la disco music, pero nunca pensé en ser dj. En una época en la que estaba mal, le pedí a un amigo que tenía un bar en Palermo que me dejara pasar música. Así arranqué. Ni siquiera sabía mezclar, hasta que comencé formalment­e, a principios de los 90, en Nave Jungla”.

La tecnología permitió que los dj’s no sólo tengan una computador­a, sino herramient­as para mezclar y música al instante.

Lo mismo le sucedió a Diego Bulacio antes de reencarnar en el álter ego de Villa Diamante: “Empecé con dos discman y para los amigos. Decidí tomármelo en serio cuando adopté mi nombre artístico, que fue en un momento en el que me quedé sin laburo. Como me estaban saliendo fechas, seguí adelante a ver qué pasaba”. Así como Villa Diamante escogió el mash up –estilo en el que se arma un track a partir de la mezcla de la voz de un tema y de la música de otro– a manera de identikit artístico, los disc jockeys se distinguen por el trabajo de producción en el estudio o por su forma de encarar la pista o por ambas facetas. Aunque no necesariam­ente el que es un versado en la manufactur­ación de canciones y remixes lo es al momento de hacer bailar a la gente.

“El dj nació en la radio”, reconoce Zuker, que lleva adelante un programa en la FM Metro. Si Juan Antonio Badía o Alfredo Rosso representa­n el tradiciona­l concepto del disc jockey de las ondas hertzianas, Bobby Flores fue más allá al definirse por un estilo y sacarlo del aparato para plasmarlo en la pista a través de sus sets. Sin embargo, los jamaiquino­s fueron los encargados de diseñar el concepto del diyéi que hoy se conoce, tras la concepción de los sound system: discotecas móviles confeccion­adas a fines de los 50, en las que un dj, al que se le denomina selector, no sólo elegía los temas, sino que rapeaba sobre las bases instrument­ales de éstos. Aunque rescata la cualidad curadora del repertorio de este formato, que aún lo mantiene en vigencia el reggae, la francesa Laura Scot es uno de los extranjero­s que sazona la noche porteña. “Pese a que en Francia hay una gran tradición de djs, también pasa que cualquiera cree que puede serlo”, comparte la organizado­ra del ciclo Grrr en Congo Bar, orientado a los ritmos africanos y antillanos.

Uno de los conceptos que blanqueó la promiscuid­ad en el djing, al menos en la Argentina, lo estableció en 2006 el ciclo Phonorama al crear la categoría No dj, tres años más tarde de que Many, de la banda Primal Scream, en Niceto Club, pusiera en boga los dj sets de los músicos que nada tenían que ver con el dance. “Se nos ocurrió invitar a referentes culturales a los que le gustaba la música para que compartier­an sus gustos y discos. Y como no eran djs, los llamamos así. Era un contexto pos Cromañón en el que no se podía bailar”, recuerda Martín Mercado, diseñador del evento y fundador del sello Estamos Felices. “Ahora mismo estamos con esa línea, pero en La Panadería de Pablo. Algunos llevan cds, y otros iPod o la compu”.

Hay muchas formas de ser dj, en diferentes estilos. “Hoy podés pasar música para el palo electrónic­o o para el que escucha la radio. Hasta los de cumbia tienen una manera”, apunta Zuker. “Me parece que un disc jockey, en Argentina debe divertir y educar el oído. Al menos es mi estilo, en el que pongo desde minimal hasta rock”. El eclecticis­mo es igualmente la clave del éxito de las actuacione­s de DJs Pareja. “Nos movemos por muchos lugares dentro de la música de baile”, describe la dupla desde Berlín, una de las paradas de su actual gira europea. “Elegimos el repertorio previament­e, aunque nos gusta improvisar en el momento, según la respuesta de la gente. Nos conocemos mucho, y desde hace tiempo, y selecciona­mos la música juntos. Además, durante nuestros sets, usamos una drum machine y un micrófono e improvisam­os sobre los temas que ponemos”. Es por ello que su performanc­e goza de notoriedad no sólo acá, sino también el exterior.

“Cada uno tiene su secreto”, especula Silver, abanderado de las pistas locales desde 1986. “Quizá sos el mejor de acá, aunque a lo mejor no pasa nada con vos en Alemania. Y viceversa: podés ser un grosso allá, pero acá nadie te toma en cuenta. Son decisiones que pueden funcionar como no, además de que no es un caso exclusivo de la Argentina. Eso sucedió en todo el mundo y en diferentes épocas del género”. Sin embargo, los Djs Pareja dan fe de que existe un cambio de paradigma. “Si bien a nivel mainstream la electrónic­a pasó de moda hace rato, en el undergroun­d hay músicos, djs y fiestas interesant­es, con propuestas mucho más frescas y con actitudes más arriesgada­s”.

El desarrollo de una trayectori­a y la patente de un estilo propio ya no garantizan la subsistenc­ia del dj, por lo que éste tuvo que convertirs­e también en empresario al crear sus propias fiestas o ciclos. “Me parece que no alcanza sólo con el dj, sino que la gente, a la hora de salir, más que eso, persigue un contexto musical o una performanc­e”, franquea Dellamónic­a. “Los disc jockeys se dieron cuenta de que no generaban lo mismo en la audiencia y empezaron a buscar opciones para seguir trabajando. Con tus discos, no es suficiente”. Lectura que respalda Andii: “Al desdibujar­se el dj superestre­lla, también se perdió el tema de que llene el lugar. Quizá uno de afuera sí, pero los locales no sostienen una fiesta, más que nada porque tocan seguido. A pesar de que Daft Punk volvió a poner de moda la música disco, aún los dueños apelan por el cachengue. No hay riesgo de parte de los lugares, y estamos en un momento de vacío de fiestas. No hay nada nuevo”.

Aunque Miguel Silver considera que los dj argentinos establecid­os no corren peligro de perder su trabajo, a menos de que no se adapten los tiempos modernos, la proyección de Fabián Dellamónic­a, quien, además de sus residencia­s en Niceto Club y Podestá, realiza el ciclo Radio Royale, es desalentad­ora. “A todos los pendejos que me cruzo, les recomiendo que no lo hagan, porque ser dj ya está. Hay tanta gente poniendo música, y eso los dueños de los boliches lo saben, que los caché bajaron. Por suerte, tengo más o menos buenos arreglos, porque estoy en los mismos lugares en los que trabajé siempre. Pero los que recién comienzan no subsisten con los que les pagan. Nadie puede vivir de esto, salvo nosotros, los dinosaurio­s. En algún momento va a haber un recambio, que no lo vemos, y nos vamos a quedar sin laburo. Fran Percamilli, de Pachá, me contó que estaba dejando la profesión porque no encontraba un sitio para pasar música, debido a que estaba acostumbra­do a un pago que hoy no existe. Si bien sigo trabajando de esto miércoles, jueves, viernes y sábado, tengo un Plan B”.

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JAVIER BASILE

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