La gramática del asco
La cultura humana se basa en la mierda. No sólo porque nuestras ciudades, prototipo de la civilización moderna, se erijan sobre gigantescos sistemas de aguas residuales. No sólo porque nuestro metabolismo no existiría, y por consiguiente tampoco la vida misma, sin la expulsión de excrementos, sino porque a través de la limitación de la mierda sabemos lo que la cultura es en realidad. Sin sombras no es posible la luz; sin suciedad no es posible la limpieza. Necesitamos enfrente a alguien inculto para poder tenernos a nosotros mismos por seres civilizados. Necesitamos la mierda para eliminarla y reafirmarnos, por medio de ella, en nuestro civismo. La mierda es indispensable para nuestra autognosis como personas modernas.
Este proceso nos acompaña durante toda nuestra vida. En el siglo IV, Agustín de Hipona ya señalaba que “nacemos entre heces y orina”; y así comienza nuestra controversia en relación con la materia oscura. Mediante nuestras excreciones aprendemos la gramática del asco, de la higiene y del aroma. Aprendemos que la palabra “mierda” es tabú y hacemos uso de ella como arma, provocación o gracia de un chiste verde. Durante la fase anal aprendemos a expulsar o retener nuestras evacuaciones, y con ello exploramos los límites, orificios y músculos de nuestro cuerpo.