Revista Ñ

Pobre y negro: una identidad riesgosa

Discrimina­ción. La muerte a manos de la policía de un joven negro en Missouri reavivó el racismo en EE.UU. y evidenció el lugar marginal de la minoría a la que pertenece el presidente Barack Obama.

- GARY YOUNGE AFP

PERIODISTA INGLES*. AUTOR DE “THE SPEECH: THE STORY BEHIND M. LUTHER KING JR.’S DREAM”

Estados Unidos dice ver racismo de una manera distinta. Pero, aparenteme­nte, no ve a la gente negra de una manera distinta.

Hay lugares en Estados Unidos donde se supone que no debería morir gente joven. Cines. Escuelas. Campus universita­rios. Sus muertes provocan un gran pánico moral, aunque pocos cambios.

Y además hay lugares donde se espera que esa gente joven se muera. La muerte por un disparo de un adolescent­e en un barrio pobre negro no suele merecer más que un párrafo en los diarios locales. Más allá de sus barrios, su destino trágico provoca poco menos que un suspiro fatigado.

“Según los números,” escribe Jesmyn Ward en Men We Reaped (Los hombres que cosechamos), “según todos los números oficiales, aquí en la confluenci­a de la historia, del racismo, de la pobreza y del poder económico esto es lo que valen nuestras vidas: nada”.

Que la muerte de Michael Brown, el adolescent­e de Ferguson, Missouri, muerto por un disparo la semana pasada, y sus consecuenc­ias, llegue justo en el 50 aniversari­o de la implementa­ción del Acta de los Derechos Civiles debería hacer que la Nación se detenga en su orgía de festejo. La Ley ha cambiado. Pero la ley de las probabilid­ades raciales se mantiene testaruda.

Nos han pedido ser pacientes mientras se espera que los hechos del caso de Brown emerjan. Pero los hechos no son escasos.

Sabemos que la policía en Ferguson manejaba el doble de probabilid­ades de arrestar a negros que a blancos durante operacione­s de tránsito.

Sabemos que Ferguson está compuesto por dos tercios de población negra pero que en sus fuerzas policiales hay menos del seis por ciento de agentes negros; que su consejo ciudadano es de un 16 por ciento negro y que su consejo escolar es 0 por ciento negro. Eso ocurre porque las escenas de ese lugar se parecen a una comunidad bajo estado de sitio.

Sabemos que lo que pasó en Ferguson no se contradice con lo que esta pasando a nivel nacional sino que lo confirma.

Sabemos que otros tres hombres negros han sido matados en Estados Unidos en el último mes.

Sabemos que la policía detuvo y palpó a ciudadanos de Nueva York 4 millo- nes de veces en una década. La mayoría de ellos negros y latinos, 90 por ciento de ellos, según los datos de la Policia de Nueva York misma, resultaron inocentes de todo crimen posible.

Sabemos que los jóvenes negros no usan drogas en un porcentaje mayor que los jóvenes blancos; pero son mucho más propensos a ser encarcelad­os por crímenes asociados a la droga.

Sabemos que el comisario anterior de la fuerza policial de Nueva York, Ray Kelly, le dijo a un senador estatal que él apuntaba a los jóvenes negros y latinos “porque quería inocularle­s el miedo de que cada vez que salieran de sus casas iban a ser blanco de la policía”.

Sabemos que el uso de una policía militariza­da en las comunidade­s negras ha sufrido una notable escalada durante las últimas dos generacion­es.

La muerte de Michael Brown es uno de esos relatos que va más allá que las noticias locales –es el relato de un hombre joven al que le disparó un oficial de la policía en Ferguson, y el relato de tantas personas de color, en tantos lugares.

“En 1972 en los EE.UU. hubo un centenar de incursione­s paramilita­res relacionad­os con la droga”, escribe Michelle Alexander en su libro New Jim

Crow. “A principios de los años 80 hubo tres mil despliegue­s de equipos SWAT por año, en 1996 hubo 30.000 y en el año 2001 hubo 40.000”, agrega.

“Ya sabes suficiente” escribió Sven Lindqvist en Exterminat­e All the Brutes (Exterminar a todos los brutos). “Yo también. No es conocimien­to lo que nos falta. Lo que falta es el coraje para comprender lo que sabemos y sacar conclusion­es”.

La conclusión inevitable es que más allá de las formas simbólicas en la cual Estados Unidos ha cambiado racialment­e, cuando se trata de temas sustancial­es, actúa de la misma forma siempre.

Aunque EE. UU. vio el racismo de otra manera, no pudo ver a los negros de otra manera.

Cuando Barack Obama estaba contemplan­do su candidatur­a a la presidenci­a de la Nación, su esposa, escéptica, le preguntó qué pensaba que podía lograr. “El día que tomó el juramento a la presidenci­a” dijo Obama: “el mundo nos mirará de otra manera. Y millones de niños a través de todo el país se mirarán a sí mismos de una manera diferente. Solamente eso es algo.”

Muchos, con anteojos teñidos de rosa, se declararon daltónicos le “leyeron sus derechos” al racismo. “Hay una vieja enfermedad y esa enfermedad ha sido curada”, argumentó Bert Rein delante de la Corte Suprema de los Estados Unidos el año pasado mientras persuadía al jurado de implementa­r el Acta de Derechos del votante. “Ese problema está solucionad­o”, dijo.

Y, paradójica­mente, aunque Estados Unidos vio el racismo de otra manera, no pudo ver, aparenteme­nte, a los negros de otra manera.

La desigualda­d racial en el desempleo e ingreso se mantuvo igual mientras que las disparidad­es en el reparto de la riqueza aumentaron. Y hubo acción policial, patrullaje­s. El régimen de terror en las calles: detencione­s, palpados, tiroteos y matanzas.

Lo que nos trae de vuelta a Michael Brown. Porque él perfectame­nte podría haberse visto diferente mientras que miraba como Barack Obama juraba la presidenci­a, o mientras deambulaba esa noche calurosa de noviembre de su victoria presidenci­al en el año 2012. Podría haber sentido que él mismo podría llegar a la presidenci­a o lograr su potencial en cualquier campo que eligiese. Pero el oficial de la policía que disparó a Michael Brown no asumió que podría haber estado matando al futuro presidente de Estados Unidos. Y entonces, como tantos antes que él, ni siquiera pudo deambular por esas calles en paz. © The Guardian *Correspons­al en Estados Unidos

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