Mapa caliente para extranjeros
Néstor García Canclini. Narcocultura, jóvenes, lecturas, fronteras son los conflictos que este antropólogo utiliza para interrogar el presente regional.
H a cruzado fronteras para estudiar al otro y para establecer sus propios puntos de anclaje; ha interpretado signos de capas modernas y posmodernas en el continente volcados en obras clave para entender estos tránsitos de una era a otra y de sus superposiciones. Néstor García Canclini, antropólogo argentino residente en México desde 1976 es una referencia clave en las ciencias sociales de estos tiempos, posee una obra abundante donde aparece nítidamente el reconocido Culturas híbridas. Este libro fue objeto de análisis críticos pero dejó una innegable marca en los estudios culturales latinoamericanos. Después hubo otros tantos textos fotocopiados dentro y fuera de las facultades. Está en Buenos Aires invitado a las Jornadas sobre Cortázar de la Biblioteca Nacional. También presentó su flamante libro El
mundo entero como lugar extraño (Gedisa) y recibió un Doctorado Honoris Causa en la Universidad Nacional de Rosario. De esos mundos que habitan Latinoamérica y su propia vida habló en esta entrevista donde el voseo forma parte de su forma de entablar los diálogos plasmados en su libro donde desestructura hasta los propios géneros en los que solía expresarse.
–¿Por qué necesitaste un formato de diálogos, ensayos descontracturados para escribir este nuevo libro?
– Sentí que había que arriesgar deconstruyendo cualquier estructura discursiva que diera seguridades difíciles de encontrar y la forma era darle estilo de entrevista o de diálogos o discusiones en congresos de ciencias sociales, poner a temblar los géneros y las formas tradicionales del ensayo. No estamos ya sólo ante una crisis de la política sino una crisis de los propios modos de decir. Todo se va convirtiendo en preguntas y este libro surge de ensayar otras maneras de preguntar.
–Y dentro de este replanteo de las ciencias sociales de su papel, ¿qué desafíos y qué riesgos tiene el antropólogo a partir de entonces?
–La antropología es una de las disciplinas mejor entrenadas para pensar la interculturalidad. Casi siempre la ha pensado en relaciones bilaterales de una sociedad nacional con sus minorías indígenas, o de los países colonizadores con los colonizados. Ahora estamos en una trama mucho más compleja, interactiva, aún con los más lejanos. La antropología se constituyó como fundamentadora de lo nacional, acompañando demandas étnicas o de grupos urbanos oprimidos, marginados, asumiendo esas banderas como propias. Puede tener elementos mayores que otras disciplinas para repensar las preguntas con más apertura, pero no tiene certezas más consolidadas.
–México –y parte de Latinoamérica– aparece como un laboratorio inundado por el narcotráfico. Surge la narco-
cultura. ¿Qué hace el antropólogo?
–No juzgar. Desmarcarse de la tentación más frecuente de los medios que prohíben la transmisión de los narcocorridos mientras parte de la sociedad los considera su música más representativa, su nueva épica. Y no sólo el narcocorrido: el reggaetón, el hip hop, las cumbias, las cumbias villeras están cargadas de toda esa informalidad social que tiene explicaciones por la descomposición generalizada por el desempleo, por la búsqueda de recursos alternativos fuera de la legalidad. Lo he trabajado en la frontera norte cuando estuve haciendo trabajo de campo en Tijuana. Y en los últimos años, más que nada con los jóvenes, donde se exasperan todos los indicadores de conflictividad y de precariedad: el desempleo. Hay una pérdida en las nuevas generaciones de las certezas de la seguridad social y de la continuidad laboral, de los derechos en general. –Hace unos años, Rossana Reguillo, me decía que habían concluido que los jóvenes no podían pensar el futuro… – Sí. Lo vemos en sus propias manifestaciones culturales. Las letras de sus canciones, el ritmo acelerado de sus músicas, de su estilo de vida. La estridencia de los relatos escritos por jóvenes y la imposibilidad de hacer afirmaciones ni utópicas ni distópicas sobre el futuro; más bien se trata de cómo sobrevivir en el presente. Pasamos de una etapa en que nos preocupábamos por las formas de convivencia a otra donde nos ocupamos de las formas de sobrevivencia.
–¿Y qué pasa cuando el antropólogo llega a un lugar como Tijuana? ¿Cómo es recibido?
–Hace años que venimos diciendo que además de los movimientos de urbanización, de transferencia poblacional del campo a la ciudad, la inseguridad más extrema en zonas rurales ha obligado a urbanizarse y a la antropología a concentrarse en ciudades más protegidas, donde los conflictos son menos exasperantes y permite cuidar la vida. Hay muchas investigaciones, tesis que se han interrumpido porque ya no se puede visitar más un lugar. Yo trabajé en los 70 y 80 en Michoacán, en el centro de México, en zonas a las que ahora no podría volver porque las balaceras diarias entre narcotraficantes, autodefensas y la represión militar son intensísimas. Hay muchos antropólogos que están acompañando estas luchas, tratando de interpretar lo que sucede. Pero a la vez son laboratorios, lugares en los cuales es atractivo entrar para acompañar la vida y el padecimiento de enormes sectores, y también para entender por dónde se está descomponiendo y