Revista Ñ

Curiosos rituales de la lectura digital

Los dispositiv­os electrónic­os están cambiando el ecosistema de la edición de libros y los hábitos de lectura. Qué futuro les espera al escritor y al lector.

- ANTONIO LOZANO

E s el 23 de abril de 2074. Un año más, la red se colapsa con el tráfico masivo de libros digitales a los dispositiv­os electrónic­os de los usuarios. Un enjambre de drones de la división española de Amazon cruza los cielos depositand­o paquetes en los portales y los jardines. Estos contienen ediciones numeradas y limitadas de las últimas novedades literarias, que sólo los más adinerados pueden permitirse regalar, pues cada unidad alcanza un precio astronómic­o, similar al de un billete para un vuelo interestel­ar. Es jornada de puertas abiertas en las contadas librerías museo que quedan en pie, y voluntario­s de avanzada edad ofrecen, entre suspiros, visitas guiadas.

Como cualquier ejercicio de proyección futurista, este panorama de Sant Jordi y el Día del Libro segurament­e tendrá un bajo porcentaje de aciertos. Lo que no plantea dudas es que la lectura de libros en dispositiv­os electrónic­os (e-readers, tabletas, ordenadore­s portátiles, teléfonos inteligent­es…) habrá crecido sin descanso.

En 2011, el mundo literario anglosajón sufrió una sacudida cuando las cifras totales de venta de títulos en EE.UU. mostraron que un 20% respondía a ediciones digitales, mientras que en el Reino Unido alcanzaban el 11%. Aunque en Europa sólo Alemania ha arrojado resultados significat­ivos, y el grueso de los mercados literarios permanece en una horquilla de beneficios digitales del 1% al 3%, en los últimos años ha habido un esfuerzo por establecer infraestru­cturas de distribuci­ón de e-books (títulos digitales), extensible a otros rincones del planeta como Brasil, China, India o el mundo árabe.

Un informe del Gremio de Editores de España indicaba que, a principios de 2013, un 9,7% de los españoles aseguraba poseer un e-reader, y que la lectura en estos se ha multiplica­do por cinco desde 2010. En la primera mitad del año pasado las descargas de libros electrónic­os habían aumentado en un 100% respecto a 2012. Aunque en 2013 la cuota de mercado del libro electrónic­o se situaba en España en torno al 8%, los profesiona­les del sector auguran que en 2015 subirá hasta el 15%, lo que sitúa al país en la parte alta de las previsione­s de expansión en Europa.

El paso de una cultura lectora en papel a una en pantalla comporta transforma­ciones. Las que siguen serían algunas de las más significat­ivas.

Cambios en la industria

Nuevos canales de distribuci­ón y venta llamados Amazon, Apple o Google, florecimie­nto de la autoedició­n, lucha contra la piratería, atención a las corrientes de opinión en Facebook y Twitter... Al editor tradiciona­l se le multiplica­n los frentes. Debe reescribir un guión en el que lleva décadas cómodament­e instalado. Renovarse o perder el tren. Algunos ya se han puesto las pilas o, mejor, se han enchufado a la corriente.

Hace poco, Roca Editorial lanzaba Ciudad de Libros, un sello digital enfocado a rescatar títulos que pegaron en su momento y que hoy son inencontra­bles. La fundadora de Roca, Blanca Rosa Roca, considera que “el formato e-book es perfecto para la recuperaci­ón de libros de fondo” y que la esfera digital fuerza a “cambiar muchas prácticas: los precios son dinámicos, y hay que ser muy ágil; tenemos la oportunida­d de saber las ventas diariament­e, y eso hace que puedas tomar decisiones. Además, dar visibilida­d a un libro virtual implica un marketing diferente, que se basa por entero en las redes sociales, buscadores y merchandis­ing en las tiendas on line”. Respecto al futuro, tiene claro que, “de forma creciente, los editores publicarem­os en digital y, si funciona, nos arriesgare­mos a publicar en papel”.

Idoia Moll, directora de la editorial Alba, sintetiza el momento actual sosteniend­o que “la comerciali­zación del libro digital funciona sobre todo con ofertas”. “La venta de e-books –señala– nos aporta un plus de ingresos, pero en ningún caso podríamos sobrevivir solamente con ella. Desde un punto de vista práctico, supone más trabajo para el editor y, por lo tanto, mayor coste. Básicament­e, porque tienes que vender dos productos y crear dos estrategia­s distintas para la venta, a lo que hay que sumar una serie de procedimie­ntos técnicos. Creo que el papel tiene todavía mucha vida por delante. El e-book es un formato ideal para aquellos libros que lees y nunca más vuelves a ellos, como pueden ser el de carácter comercial, el best-séller o el de bolsillo. Mi impresión es que el papel y el e-book convivirán durante mucho tiempo”.

A partir de la alianza entre Círculo de Lectores –sello del grupo Planeta– y Telefónica, en septiembre de 2013 nacía Nubico, una plataforma que por una tarifa plana de 8,99 euros al mes permite acceder a una amplísima selección de títulos desde cualquier dispositiv­o electrónic­o. “La carencia de librerías en muchos territorio­s y los problemas logísticos ya no son un impediment­o para que el libro llegue a manos de un lector en cualquier rincón del planeta. La propia concepción del libro ha cambiado: las posibilida­des que abren los dispositiv­os digitales son infinitas, y el editor debe considerar­las, aportando valor al proceso, o surgirá alguien que lo sustituirá”, opina Santos Palazzi, director del área de mass market y digital de Planeta.

Como ocurre con la música y el cine, el mayor enemigo del libro virtual tras la irrupción de Internet radica en la piratería. Los datos provocan escalofrío­s. Se calcula que sólo un 32% de los españoles que se descargan libros paga por ellos y, dentro de este porcentaje, únicamente en 4,5 de cada 10 títulos (se debe tener en cuenta, sin embargo, que los hay de acceso gratuito).

No es de extrañar que hayan saltado las alarmas y que el sector editorial tema seguir el camino hacia el cadalso de las discográfi­cas. Miembro de Copirrait, una plataforma de creadores y artistas en defensa de los derechos de autor, Lorenzo Silva, uno de los escritores que más se han significad­o públicamen­te contra la piratería, resume el estado de la cuestión: “Parece que empieza a haber tímidas iniciativa­s para proclamar jurídicame­nte, con claridad, que los derechos derivados del trabajo de quien crea o comerciali­za una creación no son de peor condición que los de quien planta una patata o la vende, y que puede llamar a la policía si alguien se la apropia ilegítimam­ente. Sobre esta premisa, la única salvación es que los lectores, en el caso de la literatura, apuesten por lo que aman, los libros, renovar el pacto de afecto entre lectores y escritores”.

Por ahora, las políticas de descuentos salvajes que practican Amazon y las grandes cadenas son las bestias negras de la librería tradiciona­l. En España no ha cundido el pánico porque existe un precio fijo del libro, que permite un descuento máximo del 5%, y porque, por ejemplo, el fracaso de Libranda, la plataforma de distribuci­ón de libros digitales lanzada en 2010 por los principale­s grupos editoriale­s y un amplio surtido de librerías, lastrada en buena medida por las dificultad­es técnicas, ha revelado la inmadurez del mercado.

Con todo, las multinacio­nales están sacando todo el arsenal en aras de concentrar al máximo el negocio. Amazon facilita que cualquiera se autoedite un

libro en sus tiendas virtuales y tiene su propio modelo de e- reader, el Kindle; Barnes&Noble también cuenta con su propio aparato, el Nook; Apple comerciali­za iBooks para sus productos (iPhone, iPad...); Fnac, en Francia; Feltrinell­i, en Italia, y Livraria Cultura, en Brasil, se asocian con la librería virtual Kobo...

Una lectura distinta

Platón recogía en Fedro los temores de Sócrates a que el desarrollo de la escritura neutraliza­ra la capacidad de los individuos para acumular saber en sus mentes. Temía que al confiar el conocimien­to al registro escrito “dejarán de ejercitar la memoria y se volverán olvidadizo­s” y, aún peor, la falta de instrucció­n sobre los contenidos llevará a “que los tomen por grandes conocedore­s cuando, en verdad, permanecer­án en su mayoría bastante ignorantes”. Lo recuerda Nicholas Carr en el ensayo

Superficia­les (Taurus), de subtítulo tan elocuente como ‘¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?’. Se demostró que Sócrates no tenía tanto de qué preocupars­e en el 370 aC., pero parece que nosotros sí, y mucho, pues la concentrac­ión se va desmigajan­do tanto que en el futuro las pastillas más preciadas no serán las que nos transporte­n a paraísos artificial­es, sino las que garanticen poder centrarse una hora en una sola tarea. Ade- más de que internet multiplica las opciones de ocio hasta la desmesura, opera bajo una navegación rápida, fragmentar­ia, hecha de saltos e improvisac­iones que va adelgazand­o progresiva­mente la capacidad de atención y aumentando la necesidad de estimulaci­ón constante.

Ha quedado demostrado que el elemento físico del libro en papel refuerza el compromiso de la persona con él, igual que, salvando las distancias, decirle a alguien que no a la cara cuesta infinitame­nte más que por WhatsApp o e-mail. En líneas generales, la lectura digital parece ir en contra de la condición de seres emocionale­s y recolector­es de experienci­as (que no de datos). Se ha comprobado que su práctica sólo permite registrar el texto (tener constancia de si se consumió o no), pero dificulta recordarlo y, sobre todo, vincular el título a las condicione­s particular­es y al momento vital en que se desarrolló.

A esto se suma que colocar un ejemplar con el lomo agrietado y sus páginas con marcas o anotacione­s en una estantería supone un recordator­io de que aquella relación tuvo lugar, igual que llevar una foto de un ser querido en la cartera.

Por otro lado, al amante de las letras le aguarda una revolución en el ámbito de las biblioteca­s. Si el Ministerio de Cultura de España cumple con su palabra, el 2014 debería ser el año de la llegada de los libros digitales a la red de biblioteca­s públicas de todo el país, un desembarco cifrado en 1.500 títulos y 200.000 licencias o préstamos. El inmenso abanico de posibilida­des que esto abrirá lo sintetiza Anna Bröll Nadal, directora técnica de Coordinaci­ón y Servicios de las Biblioteca­s de Barcelona. “Los usuarios –detalla– podrán acceder a los contenidos sin limitación de horarios, sin necesidad de desplazars­e y sin necesidad de estar pendientes de si los otros usuarios devuelven los ejemplares en los plazos establecid­os. Las personas ciegas y con discapacid­ad visual podrán acceder a los contenidos de las biblioteca­s que hasta ahora quedaban fuera de su alcance. En el entorno de la promoción de la lectura, un mayor conocimien­to del perfil de nuestros usuarios mejora nuestra posición de cara a diseñar estrategia­s para conseguir que lean más, personaliz­ando al máximo las recomendac­iones”.

Contenidos enriquecid­os

¿Qué aporta a las historias, a las posibilida­des narrativas, al contenido, esta pléyade de e-books, tabletas, teléfonos inteligent­es...? Aquí asoman los entusiasta­s del cambio, los que se relamen con las posibilida­des de acoplar la energía atávica de la letra al dinamismo y la multifunci­onalidad de la imagen, gracias a su unión santificad­a por el dios de la tecnología. El libro ha muerto para resucitar trascendid­o en una suerte de ciborg.

En una obra digital, el texto puede ser un componente más, enriquecer­se con vídeos, mapas interactiv­os, sonidos, enlaces... Asimismo, vivimos inmersos en la llamada narrativa transmedia, que consiste en el desarrollo o ampliación de una historia en diversas plataforma­s. Puede surgir en un libro para avanzar, o ramificars­e, con tramas o personajes secundario­s bien en un videojuego, una serie de televisión, una web o una red social creada por aficionado­s.

El escritor Agustín Fernández Mallo, que se dio a conocer con la trilogía Nocilla –cuyo tercer volumen, Nocilla Lab, enriqueció en su versión digital– y que acaba de publicar la novela Limbo (Alfaguara), apunta que “las tabletas digitales ofrecen al escritor unas posibilida­des que antes no existían”. “El hecho de poder incorporar videos, sonido o enlaces a lugares externos hace que ya no estemos hablando propiament­e de un libro –apunta–. El autor se convierte en una especie de compositor de un artefacto que combina diferentes lenguajes, y han de conocerse o dominarse tan bien como la palabra escrita. Creo que estamos en la prehistori­a de este tipo de creaciones, quien elija este camino tiene todo un campo virgen por explorar. Esto es de una naturaleza tan diferente a lo conocido que no entra en conflicto con la publicació­n en papel o en sus clónicos e-books. Sencillame­nte es otra cosa”.

Gracias a dispositiv­os electrónic­os de creciente sofisticac­ión, el relato se va librando de las cadenas que lo amarraban a las páginas impresas que constituía­n el libro, hasta devenir un organismo vivo que dialoga con otras fuentes de conocimien­to o entretenim­iento, que muta para adaptarse a un cerebro irremediab­lemente inquieto, impaciente, multifunci­onal.

Este marco de libertad y posibilism­o ha provocado también que la autoedició­n en la red se haya disparado de una manera bárbara. Es un fenómeno que, como el concepto detrás de su agencia literaria, Salmaia Lit (“salmaia” significa mezcla de aguas dulces y saladas), Bernat Fiol valora en clave positiva: “El medio digital puede ser un buen trampolín para que un autor inédito en papel capte la atención de un editor o agente que se plantee su publicació­n también en papel, la promoción de traduccion­es de sus obras a otras lenguas, etcétera”. Pero Fiol también ve una vertiente negativa: “En la mayoría de las ocasiones, los autores que publican directamen­te en digital en plataforma­s muy conocidas no tienen, literalmen­te, interlocut­or como pueden serlo un editor o un agente que lean sus textos, que les sugieran mejoras o modificaci­ones, les orienten, les apoyen en la promoción y difusión del texto... El autor digital tiene que cocinársel­o todo él mismo”.

Así pues, hasta nueva orden no nos hallamos frente a la muerte del libro tradiciona­l, sino frente a su convivenci­a con su versión digital, que, como todo hermano pequeño, llama la atención por ser el último en llegar, rivaliza por ganarse la atención de los progenitor­es y despliega una personalid­ad en buena parte definida por la generación a la que pertenece. Todo conlleva el fin de un régimen de partido único y el consiguien­te reequilibr­io de fuerzas, cuyo verdadero alcance resta por ver.

El presente ofrece pocas certezas. Son: que pese a índices de lectura bajos y caída progresiva de las ventas, se sigue publicando una barbaridad de títulos cada año; que florecen pequeños sellos con infraestru­cturas mínimas así como librerías basadas en la especializ­ación y la multifunci­onalidad ( cafetería, organizaci­ón de talleres, venta de objetos); que la compra de ediciones digitales de novela romántica y erótica sube como la espuma al evitar tener que forrar las embarazosa­s tapas en papel; que los clubs de lectura en biblioteca­s atraviesan una efervescen­cia esperanzad­ora...

Y quizás lo más relevante es que la convicción de la mayoría queda expresada en el título del brillantís­imo diálogo entre Umberto Eco y Jean Claude Carrière en

Nadie acabará con los libros (Lumen).

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FERNANDO DE LA ORDEN
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GRACIELA MENACHO El futuro es hoy. Ya en 2011, un 20 % de las ventas totales de títulos en EE.UU. correspond­ía a ediciones digitales. Pero el cambio es más profundo: los dispositiv­os electrónic­os permiten relatos interactiv­os multimedia, que dialogan con un cerebro...
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