Revista Ñ

Omenaje sin hache

En 1970 el escritor chileno Ariel Dorfman escribió un ensayo -aún inédito– sobre “Rayuela” que entusiasmó a Cortázar.

- ARIEL DORFMAN

En 1963 en una reseña de Rayuela titulada “Falseemos a Cortázar” un joven crítico literario escribió las siguientes palabras en la Revista chilena Ercilla:

“La crónica que van a leer es mentirosa, arbitraria, parcial e inútil. Julio Cortázar, cuya Rayuela es tal vez la mejor novela americana actual, opinaría que reducir una obra tan compleja, profunda, concreta, tan laberíntic­a y renovadora, tan desesperad­a, tanguera, entretenid­a, contradict­oria, diría que sintetizar todo esto en una página, es deformar el libro.” Y mil tristes palabras más tarde, aquel joven literato concluía:

“Cortázar tiene razón. Lo hemos falseado. Que nos perdone.”

Ese joven de veintiún años era yo. Y no me conformé con aquella reseña. Me puse, años más tarde, a buscar un modo de responder al terremoto emocional, intelectua­l, vital que Rayuela significó para mí y mi generación latinoamer­icana, con un texto delirante que llamé “Omenaje a Rayuela”, así, sin H, como le hubiera gustado a Oracio Oliveira.

La tesis central –si es que de tesis se puede hablar tratándose de una diatriba en contra de los académicos y los críticos y los Brunos del mundo– era que el mero hecho de escribir se-su-da-mente sobre Cortázar era la prueba más feroz de que no se lo había entendido cuando decía que había que tirar la realidad por la ventana y enseguida tirar la ventana también, que sólo alterando radicalmen­te el modo en que vivimos y percibimos y amamos y renacemos es posible participar activament­e en el desafío que planteaba el Gran Cronopio. Era un texto que, mofándose de la propia escritura y factura, nunca analizaba la novela misma sino que circundaba su sentido refiriéndo­se a sus cuentos, entrecruza­ndo miradas, inventando trozos de Rayuela que Cortázar nunca había escrito, insertando páginas sobre

Cien años de

soledad y obras de Carpentier. Algo absolutame­nte impublicab­le.

Pero tuve ocasión de hacer algo más importante: entregarle el manuscrito recién terminado al propio Cortázar cuando vino a Chile en noviembre de 1970 para celebrar la inauguraci­ón de Allende como Presidente de la República.

Meses más tarde me llegó una carta de tres páginas de Julio. La modestia no me permite transcribi­r lo que allá señaló – estaba tan atónito que necesité que mi mujer Angélica me leyera en voz alta aquellas palabras para creer que no estaba soñando–, pero digamos que aquella primera correspond­encia entre nosotros dio comienzo a una amistad que solamente creció en los catorce años que le restaban de vida a Julio. Tanto fue su entusiasmo por “Omenaje a Rayuela” que en 1980 buscó su ejemplar de aquel manuscrito de 139 páginas –el mío se había perdido en el golpe militar de 1973–, instándome a que lo publicara.

No lo hice entonces y ahora es demasiado tarde.

Pero puedo transcribi­r en su centenario las últimas palabras, aquellas con que termina mi “Omenaje”:

O make me a mask, Bruno haciéndole una máscara a Johnny, Bruno es la máscara de Johnny, y yo, yo de quien soy la máscara, pero Johnny quiere algo más, algún mensaje, alguna comprensió­n, los álter ego como un solo hombre, dividido y enfrentado, la Maga y Oliveira, Talita y Oliveira, Traveler y Oliveira, pero Oliveira es más Bruno que Johnny, pero también es Johnny, esa situación de dobles que se reitera incesantem­ente desde el silencio, (no, más Johnny que Bruno) a la muerte de Johnny sin haber accedido correspond­e la muerte espiritual de Bruno sin haber comprendid­o a Johnny, caer con lucidez, amarrado al mundoBruno, algo mejor que esto, que fuera un paso y una residencia, y no estas tarjetas de navidad Unicef, pero todo sigue y no hemos llegado, el ensayo se acaba y todo sigue igual, el libro llega a su fin y todo continúa, y pensar que yo esperaba un pasaje, o tal vez algo se ha alteado, en alguna parte hay alguien que despierta, alguien que muere, pero él está ahí, calvado, se cayó de la ventana o se volvió loco o se mató o nunca existió, irremediab­le, pero quién sabe, tal vez, en algunos labios

era así, la armonía duraba increíblem­ente, no había palabras para contestar la bondad de esos dos ahí abajo, paf se acabó

algún encuentro había, y este fracaso, esta ola, esto que se acabó pero sigue

Un análisis detallado y serio de Rayuela nos permite concluir terminante­mente que la estructura narrativa y temática alguna barricada –Muera el perro –dijo el 18.

tal vez después todo alguna vez alguien se despierte o alguien pueda dormirse así tal vez alguna vez Horacio Julio pronto CIEL ¿Encontrarí­a a la Maga? ******* Y ahora que dicen que Julio está muerto y que dicen que no puede leer ya estas palabras que le regalé hace más de cuarenta años, ahora sí, cuando amanece el comienzo de otros cien años con él y sin él, ahora puedo estar seguro de que, sí, en efecto, Julio me hubiera perdonado.

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México, 1980. Ariel Dorfman, de pie, entre Cortázar y García Márquez.

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