Revista Ñ

RAUL ZURITA

SANTIAGO DE CHILE, 1951. POETA

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Estudió ingeniería en Valparaíso y, en forma paralela, fue un activo integrante del Colectivo de Acciones de Arte (CADA). Sus dos primeros libros, Purgatorio (1979) y Anteparaís­o (1982), desconcert­aron a la crítica por su intenso proyecto estético, que planteó luego en su ensayo Literatura, lenguaje y sociedad (1983). Con Canto a su amor desapareci­do (1986), Zurita expone el dolor, la violencia y la soledad que atravesaba Chile por aquellos años. En 2000 Zurita recibió el Premio Nacional de Literatura.

Heridas abiertas

De 1979 a 1983, el CADA realizó una serie de intervenci­ones públicas. Sus integrante­s, además de Zurita, eran el sociólogo Fernando Balcells, los artistas Lotty Rosenfeld, Juan Castillo y la escritora Diamela Eltit. La acción inaugural se llamó

Para no morir de hambre en el arte y constó de varias etapas: primero repartiero­n 100 bolsas de medio litro de leche en una población de La Granja (en alusión a la medida del gobierno de Allende de asegurar medio litro diario para cada niño). Recuperaro­n las bolsas vacías y armaron una instalació­n en una galería. Finalmente, llevaron diez camiones lecheros frente al Museo de Bellas Artes, cuyo frontis fue cubierto con un lienzo blanco. Sus acciones continuaro­n con ¡ Ay,

Sudamérica! Lanzaron 400 mil volantes desde avionetas sobre Santiago, con leyendas como: “Nosotros somos artistas, pero cada hombre que trabaja por la ampliación, aunque sea mental, de sus espacios de vida, es un artista”. La más trascenden­te de sus performanc­es fue rayar muros de la ciudad con la leyenda “No +”, para que la gente completara la frase con sus demandas. El grafiti se convirtió en consigna contra el régimen de Pinochet.

–El Museo Reina Sofía de España conserva registros del CADA. ¿La marca que dejó el colectivo superó los límites de la política?

–El CADA es la historia de un breve lapso de un grupo de artistas que levantó propuestas llenas de miedo y esperanza e hizo algunas de las obras más fuertes de los años en que les tocó vivir. Pero también es el testimonio de una rendición; la tarea del arte era hacer de la vida misma una obra de arte, de cada ser humano una humanidad. La derrota ha sido absoluta y los escombros de esa batalla perdida es lo que llena los museos, las biblioteca­s, las galerías de arte, las editoriale­s. El CADA es parte de esos escombros y si es una leyenda, lo es por razones equivocada­s. Finalmente, terminamos siendo objetos de museo. Obtuvimos el prestigio, pero extraviamo­s la vida. Ayer terminé sus primeras 60 páginas y es quizás lo mejor que he escrito.

–¿Cómo recuerda la relación junto a Balcells, Rosenfeld, Eltit y Castillo?

–Fue un momento feliz. Vi cristaliza­rse gran parte de mis ideas y sin mí el CADA no hubiese existido. Pero como lo ha mostrado hasta el cansancio la historia, lo trágico reside siempre en los detalles y la memoria de ese tiempo, como una amistad traicionad­a, permanece y permanecer­á en mí como una herida permanente­mente abierta.

–¿Derribará mitos sobre acciones como “Para no morir de hambre...”? Se especuló que hubo financiami­ento de grupos de ultraizqui­erda.

–Mi tarea no es medir los impactos, en todo caso es crearlos. Los camiones lecheros desfilando como si fueran tanques en una de las acciones insinúan que hubo algo, pero no es cierto. No hubo nadie. Sólo unos pequeños tipos rotos en un pequeño país roto. Lo del financiami­ento de la ultraizqui­erda es cómico, suena a comentario de la ultraderec­ha.

– Sobre “La vida nueva”, ¿qué había descartado en la publicació­n de hace 20 años?

–En su momento, la editorial me dijo que publicaba el ejemplar, pero debía sacarle un tercio. Fue un error feo, pero fue culpa mía. Había dejado de lado toda la cosmovisió­n indígena y la Guerra de La Araucanía. Hay textos que se me habían olvidado, como “El hombre que hablaba con su cintura”: es un viejo al que le decapitan delante de él a su hijo. Y la piel la usan de bandera. Y la cabeza se la amarran al viejo en la cintura. Esa historia me la contó el poeta Leonel Lienlaf; otras, Elicura Chihuailaf, con quienes guardo una deuda de gratitud que me faltarían vidas para cancelar. En ese libro dejé muchas cosas abiertas, pero que creo ahora estoy en condicione­s de cerrar.

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