Revista Ñ

Reinvencio­nes del caos urbano

El británico Marcus Lyon, autor de una apabullant­e serie de imágenes en las que aborda la caótica realidad en grandes urbes de cinco países, revela razones y pormenores de su trabajo artístico.

- ANA PRIETO

No son ciudades reales, pero podrían serlo. La serie

BRICS, que se exhibe en el Centro Cultural Recoleta en el marco del Festival de la Luz, es una metáfora del comportami­ento de masas en las urbes de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (BRICS), potencias económicas que tienen, a la vez, mucho y nada en común. A partir de las ciudades originales y mediante el montaje y la manipulaci­ón del color, Lyon crea nuevos espacios urbanos que acentúan una identidad cultural, una densidad humana y un desarrollo desbocado de infraestru­ctura en el que no existe el horizonte, ni el cielo ni el fin. –¿Qué similitude­s ve entre los países que componen el BRICS? –Las similitude­s son muy poderosas. Mi proyecto pone el énfasis en la urbanizaci­ón masiva de comienzos del siglo XXI, porque creo que las gigantesca­s ciudades de estas economías emergentes son los lugares de cambio más significat­ivos de nuestra sociedad global. Una comparació­n: Londres tiene hoy 8 millones de personas; en 1910 tenía 7 millones. En 1910 en San Pablo vivían 250 mil personas, hoy viven 22 millones. Estamos ante movimiento­s de masas hacia los espacios urbanos tremendame­nte significat­ivos. Y creo que en esos espacios se resolverán, o al menos se dirimirán, los problemas de nuestro tiempo: el manejo de los recursos, la pobreza, el agua, incluso las tensiones entre países.

–¿Y diferencia­s sustancial­es? –No hay nada más distinto que Brasil y Rusia, o que Sudáfrica y China. En cuanto a la India, es un mundo en sí mismo. Se hablan más de mil lenguas ahí, pensá en el espectro cultural que surge de esa cantidad de idiomas. Las diferencia­s son, desde luego, insondable­s, pero yo quise llamar la atención hacia las similitude­s. –Usted dijo que admira la capacidad del ser humano para “negociar con el caos”. ¿ Puede profundiza­r en la idea? –Individual­mente podemos lograr mucho más en nuestra vida si aprendemos a reinventar­nos. Cuando conseguimo­s algo o alcanzamos alguna meta, deberíamos reinventar­nos de inmediato, buscar nuevos objetivos siempre. En las grandes urbes, en constante proceso de cambio, tenemos que negociar diariament­e con el caos, de manera que se convierten espacios en los que naturalmen­te nos reinventam­os, y que impulsan el cambio, la excelencia, la agudeza. Creo, como dice el refrán, que “el caos es la madre del ingenio”. –¿Pero qué hay de la miseria y del trazado caótico de la pobreza urbana? ¿Puede ser ese un espacio de reinvenció­n? –Lo fascinante son las dinámicas locales, y lo que he intentado hacer en las imágenes de las favelas de Río de Janeiro o de los wadis de Bombay, es mostrar que si bien son lugares difíciles para vivir, tienen una energía y un rumor creativo que demuestran que la ciudad es un verdadero lugar de oportunida­des. No hay ninguna política gubernamen­tal o convención de la ONU que haya sacado a tanta gente de la pobreza como la rápida urbanizaci­ón; es el mayor aniquilado­r de pobreza que existe en el mundo. Punto. Nada cambia las aspiracion­es económicas de las personas de manera tan veloz y contundent­e como la urbanizaci­ón. No estoy diciendo que no haya pobreza ni crimen ni contaminac­ión, pero nada es tan terrible como la pobreza rural, donde no hay comida, agua, infraestru­ctura, sistema sanitario, ni una red económica a la cual atarse. Miramos estas ciudades y no podemos creer que la gente viva en esos espacios densos, claustrofó­bicos, caóticos, pero si preguntás te dirán: “vengo de un pueblo en el que no había trabajo ni comida. Cuando llegué aquí un amigo de mi primo me presentó a un hombre que me dio trabajo”. ¿No es eso lo que las clases medias desean, que los pobres tengan posibilida­d de progresar?

– ¿ Por qué hacer montajes y crear “nuevas” ciudades de estos ya de por sí colosos?

– Mi propuesta artística supone que el mundo es más increíble y complejo de lo que se podría comunicar a través de una sola fotografía. Estas imágenes son montajes complicado­s que me llevan más de un mes de trabajo. Lo que hago es tomar varias fotos –a veces hasta cien–, y luego recortarla­s, reunirlas, reconstrui­rlas a partir de una visión emocional del espacio. Son mis reinvencio­nes. Creo que el reportaje gráfico, que intenta brindar informació­n precisa a través de una sola imagen, muestra sólo una pequeña verdad. A través del arte pretendo capturar una verdad más amplia. Me parece que puedo decir más con múltiples fotografía­s y un proceso artístico que con el fotoperiod­ismo. Fui fotoperiod­ista durante muchos años, así que sé bien qué puedo contarte con una sola fotografía y sé que ya no es suficiente para mí.

–En sus montajes y series no suelen aparecer seres humanos ¿El anonimato es la condición de la ciudad y de los comportami­entos globales?

–Yo soy probableme­nte el ser menos anónimo que existe, básicament­e porque nací en el campo, dentro de una comunidad en la que todos sabíamos todo de todos. Si tu madre se enfermaba, yo lo sabía; si necesitaba­s ayuda, todos los vecinos te la ofrecían. Provengo de un lugar en el que el anonimato no existe. Hoy vivo en Londres y voy saludando a mis vecinos por la calle, algo poco común en cualquier gran urbe. Ahora bien, como fotógrafo, una de mis reglas es jamás tomar una foto sin permiso. Lo que hago es meterme en tu espacio para que me ignores, para desaparece­r, para volverme, justamente, anónimo. Para la serie BRICS tuve que entrar en las casas de la gente, en sus balcones, en sus terrazas, en sus techos. Estoy tan presente, que me vuelvo invisible. Creo que, finalmente, eso ocurre con todos los habitantes de una gran ciudad.

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