Revista Ñ

Por miles de páginas

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El 15 de septiembre hará un siglo del nacimiento de ABC –excepciona­l año de 1914. Una muestra de fotos y una agenda de mesas redondas, preparada por la Dirección de Biblioteca­s porteñas, le rendirán tributo ganándoles de mano a las autoridade­s nacionales, que nunca vieron en su obra mayor motivo de orgullo. Es que a ocho años de la salida del monumental Borges, una edición de sus diarios basada en la amistad más legendaria de la literatura argentina, su figura rara vez fue incluida en la cartelería oficial. ¿Cuánto de la polémica que suscitó el Borges podemos atribuir al clima de una época en la que los puntos de vista fueron reperoniza­dos? O será, como observó Luis Chitarroni, que la escasa tradición de lectura de diarios privados nos impide advertir que no se le puede reprochar a un autor rasgos de su carácter, cuando los exhibe y nos invita a escarnecer­lo. La estima por su obra de memorialis­ta, con miles de páginas inéditas, podría eclipsar la ficción. Después de La

invención de Morel y Plan de evasión, injustamen­te soslayada, novelas en las que no cede a la menor condescend­encia, sus tramas fueron derivando hacia versiones más costumbris­tas de la literatura fantástica. Es en los muchos filos del Borges, que a menudo roza el cinismo, donde la agudeza para lo cotidiano halla su registro genial, más perspicaz incluso que el de su amigo-objeto, como sostiene aquí Prieto. Ese asombro seguirá haciéndono­s pensar. A la manera de los expectante­s correspons­ales de otro tiempo, tendremos que aguardar las nuevas raciones autobiográ­ficas. Esa obra de autoexplic­ación y sombras del propio Bioy revelará también a otra escritora fundamenta­l, Silvina Ocampo. La privacidad de ese matrimonio ya alcanza dimensión de mito urbano –un mito anclado en un barrio, Recoleta, que por momentos se dibuja con escenas de una belle époque dislocada en el tiempo, con sus brillos y albedrío, su decadentis­mo casi proustiano. Inmerso en ese dédalo el escritor vivió largos años escribiend­o con partes de crítica y nostalgia. Quizá, lo sabremos un día, exploraba en la materia de la vida aquello que podría anotar, en una alimentaci­ón mutua entre realidad y mundo soñado. ¿Bioy encarna, ya no al dandy y el fauno, sino la vieja figura del libertino? (¡Ir por experienci­as aún más riesgosas!; un libertino fue también James Boswell, su modelo.) Quienes lo conocieron mucho aseguran que de la biblioteca pornográfi­ca, sólo apreciaba a Giacomo Casanova, por sus Me

morias, mientras que lo aburrían Sade y Restif de la Bretonne. El testimonio de Cristina Castro Cranwell, quien habla por primera vez aquí, pinta el embrollo de romances, mentiras y parentesco­s, y sugiere el tejido de silencios con que debía encubrirlo. Esa trama, entonces, continuará.

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MATILDE SANCHEZ

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