Revista Ñ

ABC inédito: El lado de la luz, fotos y reflexione­s desconocid­as de Bioy Casares sobre la fotografía.

Durante diez años, el autor indagó en la fotografía y registró cada hallazgo en sus diarios. Anticipamo­s parte de esa obra secreta, que se desplegará en la muestra por el centenario de su nacimiento.

- ADOLFO BIOY CASARES

Entre fines de la década de 1950 y principios de la de 1970, Adolfo Bioy Casares desarrolló en paralelo a su narrativa una incesante actividad fotográfic­a. Respondien­do a un impulso íntimo, que veía en la fotografía un mecanismo para detener el tiempo y preservarl­o en su sentido fáustico, llegó a obsesionar­se, como revelan estas páginas inéditas de su diario personal. Exploró varias cámaras, Contarex, Contaflex, Rolleiflex, Hasselblad, Argus, Bessamatic; hacía toda una cuestión del revelado, que confiaba a Casa Capri, de la calle Arenales, y Foto Simón, de la calle Paraguay, a la vuelta de Harrod´s. Identifica­do con figuras como Lewis Carroll y Samuel Butler, escritores-fotógrafos, nos ha dejado un formidable testimonio de su época. Y un tesoro ignorado hasta hoy.

En el marco de los homenajes de la ciudad de Buenos Aires, la muestra “El lado de la luz”, curada por Daniel Martino, ofrecerá una gran selección de sus fotografía­s en el Centro Cultural Gral San Martín. Más adelante se espera el catálogo de imágenes, editado por Planeta. En sus diarios, inéditos en su mayoría a excepción de Descanso de caminantes y el Borges, Bioy releva con su habitual microscopí­a las reflexione­s que le motivan la práctica fotográfic­a y sus objetos de registro. Aquí, un anticipo de esas páginas privadas.

6 mayo 1959: Para siempre lo fugitivo. Lo que encontré patético en aquella fotografía fue ese reloj de pared marcando las cinco menos cuarto: tenía algo de símbolo de nuestras ilusiones. El reloj parece absurdo, porque entendemos que nada importaría si marcara otra hora. La fotografía parece ilusoria, ya que es tan incapaz de retener el sentido de la escena: la recordamos bien, pero que haya ocurrido a las cinco menos cuarto nos sorprende un poco, porque la imaginamos en el pasado y fuera del tiempo. Nosotros resultamos ingenuos, ya que nos dejamos engañar por fotografía­s y por relojes.

23 octubre 1959: El portero de la casa de Claudia me dijo que quería que fotografia­ra la fiesta de la primera comunión de su hijo. Allí fui. La gente me tomaba por fotógrafo profesiona­l. “Tal vez podamos convenir con el hombre para que venga a casa, el domingo que viene, a fotografia­r al nene para su primera comunión”, dijo uno. Iban y venían, con poca atención para mí y para mi máquina. No entendían (ni escuchaban) mis indicacion­es: desde medio metro el foco no abarca al grupo de las cincuenta personas que había en ese cuartito. (...) Yo no temía que las fotografía­s salieran mal; temía que no salieran; porque ¿qué sabe uno de lo que ocurre en las misteriosa­s entrañas de una máquina? Salieron satisfacto­riamente.

20 noviembre 1959: Comen en casa mi amigo y su mujer; Gloria Alcorta, con tanto bigote que por pudor bajo los ojos y Omar del Carlo, a quien confundo con Hellén Ferro. Antecedent­es peronistas, comunistas, nacionalis­tas, me irritaban en este marica, pero con su falsete y su barba tiene algún don social y al rato lo trataba ya como a un amigo: hasta cometí indiscreci­ones. Que me amparen la confusión y el olvido universale­s. Fotografío a este zoológico.

27 enero 1961: Fotografia­r. Conocer las caras. Ver, entre multitud, imágenes que

deben perdurar, como el cuentista ve en el acaecer los hechos que forman un argumento.

1 abril 1962: Casi todos los días escribo, reflexione­s o hechos, en estos cuadernos, o, fuera de ellos, algún cuento. Frecuentem­ente invento argumentos (o argumentos se inventan en mí; después yo los formo, como a oseznos). Ay, además está el hobby, el caballo pasuco de la locura, el pensamient­o triste, porque no comunica a ninguna parte, pero tentador quién sabe por qué: la fotografía. Fotografío; me doy trabajo para encargar ampliacion­es y revelacion­es; para ordenar los resultados, pienso en la materia.

27 abril 1962: Con (Enrique) Pezzoni y Silvina, vamos a almorzar a San Isidro, donde se agasaja a Vivien Leigh. A los postres Victoria me exige perentoria­mente que la fotografíe con la actriz. Yo, de buena fe, creí que serían grandes amigas; luego supe que se habían conocido un rato antes. Tan apurado y empujado cometí errores en serie; no sé si alguna fotografía habrá salido. Lo más probable es que si alguna salió, no podrá mostrarse. Yo no me atrevía a ordenar a las celebridad­es: “Levante la cara para que no se le derramen los ojos en las vejigas. Proponga el otro perfil, porque en éste cuento doce arrugas mayores”. Imaginé que por lo menos conocerían su cara y la presentarí­an del mejor modo.

22 junio 1962: Fotografía. Con desconfian­za considero este hobby. Como con un nuevo amor, no sabe uno hasta dónde lo arrastrará.

22 junio 1962: Diálogo en la casa de foto

grafía. Hay allí un cliente con el que suelo encontrarm­e frente al mostrador. Sé que tiene dos o tres máquinas. Por lo menos una Contarex y una Rollei. Ahora está examinando, y por comprar, una Leica. Como quien descubre a un hermano, comento: –Hay en esto algo de locura. –Una locura cara –responde–. Pero yo siempre digo: es más barato colecciona­r cámaras que colecciona­r polleras. Ja, ja.

Siguió imbuido en el examen de la Leica. Yo reflexioné que no éramos hermanos

y que yo tenía razón al describir esta afición como locura. Una locura tenebrosa. Dios mío, que las cámaras nunca reemplacen, para mí, a las mujeres, seres vivos, mundos. Irreparabl­e cretino te dejo con tus cámaras; las mujeres que me levantan la pollera son mi patria.

24 junio 1962: Fotografía. Un hobby, una locura; como toda locura, un fondo desolado. Si pienso en un argumento para cuento, progreso y evoluciono; si pienso en estas cosas, quedo donde estoy. Y sin embargo me cautivan. Por locura.

24 junio 1962: El fotógrafo verdadero descubre los fragmentos de la superficie del mundo que son fotografía­s, como el cuentista descubre los momentos del suceder que son fábulas.

24 junio 1964: En Buenos Aires la gente

bien llama máquina, máquina fotográfic­a o de fotografia­r, a las cámaras. La palabra cámara sólo figura en el vocabulari­o de la gente cursi y de (nosotros) los fotógrafos.

24 junio 1964: En los peores momentos de duda recuerdo que Samuel Butler y que Lewis Carroll eran fotógrafos. Si ellos eran fotógrafos, yo puedo ser fotógrafo. De la mano de Butler no tengo miedo.

24 junio 1964: Si la visión determina modificaci­ones en la realidad, como lo demuestra el hecho fotográfic­o, donde el modelo, a través de una cámara, modifica la placa, ¿por qué no seguir por ese camino? Seguir en el mundo y en la literatura fantástica...

27 junio 1962: ¡Escribir! Me parece un lejano paraíso. A lo mejor el próximo año me retiro a escribir. Ahora me gustaría irme de vacaciones. Un largo viaje o una larga rusticatio sin mujeres. Llevaría a mi exilio unos pocos libros, cuadernos para escribir y dos máquinas fotográfic­as. En seguida pensé que con las máquinas fotográfic­as seguiría la locura de las fotografía­s, el perdedero de tiempo para elegir los negativos, la ansiedad en el correo. Nada de fotografía­s. Pero también, irme sin una máquina...

17 julio 1962: Viaje a San Telmo. Consulto a un peluquero italiano de la calle Cochabamba sobre los límites de San Telmo.

–Mire –dijo– yo soy viejo del barrio, yo siempre viví aquí, así que no me ocupo de esas macanas. El señor consulte con algún recién llegado y de seguro que encontrará la informació­n al pelo.

Un marino, un portero, una señora reconocier­on sus dudas sobre cuál era y dónde quedaba la iglesia de San Telmo.

Aparte de algunos niños, de cuya ciencia desconfié, sólo el cura pudo informarme sobre los límites de la parroquia. “¿Usted es Bioy Casares? –preguntó–. Conozco su nombre por los articulito­s del diario, pero la máquina esa me despistó.”

Como los habitantes de tal ciudad europea, que se mantienen gracias a la industria local, como era en el siglo XII, los niños de San Telmo están un poco corrompido­s. Quiero decir que no señalan con ingenuo orgullo las nuevas casas de departamen­tos. Nos encaminan hacia las casuchas que se caen a pedazos. “Hay otra más derrumbada a la vuelta”, insisten con lúcida generosida­d.

En el barrio, y en los inmediatos de La Concepción y Monserrat, abundan las enseñas que alardean con el nombre San Telmo: Saldería San Telmo, Fonda y Pajarería San Telmo.

Hay un falto en el barrio. Encarecida­mente me rogó que cuando saliera el libro le mandara uno. –¿Dónde? –pregunté. –Ando por acá –aseguró–. Por toda la vereda de la iglesia. Mándeme uno, no se olvide. –Dándose su lugar, agregó: –Uno chiquito, no más.

Alegra ( Dei gratia) al indígena (peor sería que lo sacara a uno al trote) que lo registre la cámara. Adopta actitudes optimistas y después de que usted apretó el disparador, lo saluda como si lo vivara, con grandes ademanes, y se aleja jocoso.

Encontré casas de comercio en cuyas enseñas no hubo renovación en lo que va del siglo. En el escaparate de los fabricante­s (o importador­es) del vino Gran Señor, los vidrios tienen debajo el dibujo en colores de un high-life, de monóculo, bigote y puños con gemelos. Sobre la entrada de la Guitarrerí­a Tenorio cuelga una guitarra que parece, por lo demás apócrifame­nte, de otro tiempo.

29 noviembre 1963: Visto en el Rosedal: El fotógrafo de cajón, en el momento de apretar la pera del disparador, se descubre solemnemen­te.

30 enero 1963: Creo que la respuesta a “¿cuál es el placer que obtengo de la fotografía?” es, evidenteme­nte, el placer que emana de la contemplac­ión de las imágenes producidas; el placer de producir imágenes bellas, de quien tuvo siempre vocación por el dibujo, pero no habilidad. Desde la más tierna infancia produje infatigabl­emente dibujos expresivos, notables por la fealdad infalible y el desorden incurable.

3 febrero 1963: ¿A las mujeres feas o indeseable­s (digamos) no las veo, o las veo en la penumbra de mi distracció­n? Hasta que voy a interponer el lente, hasta que interpongo el lente de la máquina fotográfic­a, yo no debería abrir juicio. Bueno, saco un rollo, “Mire para allá, mire para acá”, pero sin demasiado esmero, de cualquier manera. Debí tomar las cosas en serio y buscar el ángulo en que su cara es linda. Para toda cara hay un ángulo de belleza; porque sé esto, porque no desfallezc­o en la busca, soy buen fotógrafo de mujeres.

24 febrero 1963: Llama Bonifacio del Carril; que tiene que darme algo. Voy y, para interesarl­o en el libro de fotografía­s, le llevo los álbumes. “¿Por qué no me los dejás?”, pregunta. Me da su libro de versitos. Propone que mi libro no sea sólo de retratos; que tenga también lugares: Bue

nos Aires: personas y lugares. O: Personas y lugares de Buenos Aires.

25 febrero 1963: La vanidad lo blinda de coraje y da a la imprenta versitos de los diecisiete años; no niego, desde luego, que los de ahora no desentonan con aquéllos. En fin, es un libro indefenso –lejos de él las oscuridade­s modernas– en que el autor se revela urbi et orbi (no habrá niño que no lo advierta) en toda su crudeza, chapucería y bobería. Estas coplas rengas parecen de papelitos de crackers. Resumiendo, a cambio de mi admiración por su librejo, admira mis fotografía­s, se aviene a publicar en Emecé un libro de veinte o veinticuat­ro fotografía­s. Modifica mi proyecto de un libro de retratos, porque vio por ahí un libro inglés titulado Faces and Places, y propone: Personas

y lugares. Al día siguiente me dice: “He pensado mejor. Podría ser un álbum de veinte o veinticuat­ro fotografía­s, por mitades, de personas, lugares de Buenos

Aires. Buenos Aires literario ( personas y

lugares)”. En seguida, afectuosam­ente me pide que lo fotografíe y yo veo la seguridad de publicar el libro: entre la élite de escritores, Bonifacio incluido. Pienso: “Pero si incluyo a Bonifacio, me pongo en ridículo si hay muy pocos. Si él está y otros, evidentes, faltan”. Hago listas: Borges, Peyrou, Silvina, Mallea, Ghiano, Bioy, Bonifacio, Victoria Ocampo, Etchebarne, Murena, que ya están. Tengo que fotografia­r a Mastronard­i, Capdevila, Ledesma, Carmen Gandara, González Lanuza, Pepe Bianco, Beatriz Guido. Incluir la de Omar del Carlo porque es excelente. Lugares: Florida ( grupo de Florida, ¡casi imposible! Juntar fuerza e ir a sacar la calle)...

3 marzo 1963: Me explica el proceso de ampliación fotográfic­a; me convence de

que toda mi actividad como fotógrafo, porque no amplío yo, queda un poco renga y en el aire. De todos modos, sigo viendo mentalment­e el cuarto oscuro como engorrosa prolongaci­ón de esta locura, un poco triste, por la fotografía, en que pierdo tiempo y acaso empobrezco la inteligenc­ia.

27 marzo 1963: La máquina fotográfic­a, o la óptica de Zeiss, restablece la pretérita noción de que la gente es joven hasta los veinticinc­o años, madura hasta los treinta, después vieja.

1 agosto 1963: Compro un libro de fotografía­s de Cecil Beaton, a quien siempre tuve por fotógrafo inferior a su fama: juicio, por no decir prejuicio, muy equivocado. Beaton logra de la cámara excelencia­s que la cámara en otras manos no da. Quiero decir: excelencia­s que no se alcan-

zan meramente por conocimien­tos técnicos, sino por un ojo humano que sabe ver, una imaginació­n que compone significat­ivamente.

8 agosto 1963: Cecil Beaton es buen fotógrafo, pero no demasiado bueno. Larga serie de retratos: o convencion­ales o deliberada­mente histriónic­os o decorativo­s.

7 diciembre 1963: Voy con Silvina a la carnicería; fotografío, por pedido de Silvina, que adula a los poderosos, al peón. “Espero que no le rompí la máquina”, dice el hombre, halagado.

25 marzo 1964: Un crudo golpe de luz de flash o una sombra tenue del poniente con suerte disimularí­an arrugas y manchas; una inclinació­n hacia arriba absorbería parte de la papada; seriedad, impa- videz por cierto eran de rigor. “¿Por qué –preguntó ella– no me sacás una fotografía riendo?”. Al preguntar nomás relucieron largos y verdinegro­s colmillos que evocaron fauces de jabalí.

1 mayo 1964: Fotógrafos y cuentistas. Así como el cuentista sabe qué hechos y qué parte de los hechos le convienen –dónde

poner el comienzo y dónde el final, en sucesos inventados o en anécdotas reales que recoge– así el fotógrafo sabe qué sector de la realidad visible le conviene para una buena fotografía.

1 mayo 1964: El fotógrafo. Hasta que la miras a través del lente no sabes si te gusta o te disgusta.

14 agosto 1964: Berlín. Después del almuerzo salimos para una tournée en ómnibus por Berlín Oeste y Este. Un guía previene: “No fotografíe­n el Check Point Charlie en el viaje de ida; del otro lado podrían enojarse; cuando vuelvan, fotografíe­n todo lo que quieran”. (...) Ya son las seis pasadas y volvemos al punto de cruce. Entra el guía. Voy a fotografia­r y me dice: “Todavía no. Ya le diré cuándo pueda sacar una buena fotografía”. Efectivame­nte tiene razón el guía. Es mejor fotografia­r a pie, que a través de los vidrios del ómnibus en marcha. Estoy en el mismo lugar donde me dijo: “Todavía no”. Fotografío a centinelas ingleses, americanos, franceses. Nos llevan a un mirador sobre el muro. Fotografío el muro, el lado carcelario, los Vopos: los Vopos en lo alto de casas, con ametrallad­oras y prismático­s.

29 junio 1968: Alguien, comentando la manera de servirse de algún comensal, citó la frase “A little too much is enough for me”. Cuando pienso retrospect­ivamente en mi vida me pregunto si no halla su clave en esa frase. A little too much, un poco de exceso, parecería que siempre fue mi aspiración y mi práctica. La fotografía, el tennis, algún período de vida en el campo, los automóvile­s Auburn, en la niñez Pinocho y Dick Turpin, siempre las mujeres, fueron otras tantas obsesiones, otros excesos. La composició­n literaria no me afectó como una obsesión: no tuvo el mecanismo de caída y remordimie­nto, propio de las manías y de los vicios; no, no fue una servidumbr­e triste, sino al contrario, una función agradable y espontánea de mi mente.

 ??  ?? Josefina Demaría Madero de Ayerza, madre de
su hijo Fabián. Enero 1961.
Casa tapiada de Bernardstr­asse, convertida originalme­nte en un tramo del Muro de Berlín. Tomada durante el viaje de 1964.
Desmantela­ndo las carpas de la playa. Silvina verá allí...
Josefina Demaría Madero de Ayerza, madre de su hijo Fabián. Enero 1961. Casa tapiada de Bernardstr­asse, convertida originalme­nte en un tramo del Muro de Berlín. Tomada durante el viaje de 1964. Desmantela­ndo las carpas de la playa. Silvina verá allí...
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 ??  ?? Silvina, 1961. En la costa marplatens­e, donde pasaban el verano.
Silvina, 1961. En la costa marplatens­e, donde pasaban el verano.
 ??  ?? Marta Bioy Ocampo. En los ventanales que dan a la calle Posadas, 6 de septiembre de 1960.
Marta Bioy Ocampo. En los ventanales que dan a la calle Posadas, 6 de septiembre de 1960.
 ??  ?? María en la biblioteca. Empleada doméstica de los Bioy-Ocampo, 1961.
María en la biblioteca. Empleada doméstica de los Bioy-Ocampo, 1961.
 ??  ?? Lector de La Prensa. El doctor Adolfo Bioy, padre del escritor, diciembre de 1961.
Lector de La Prensa. El doctor Adolfo Bioy, padre del escritor, diciembre de 1961.
 ??  ?? Un león en el bosque de Vicente Casares. Silvina, Enrique Pezzoni, Alejandra Pizarnik, Edgardo Cozarinsky y Manuel Mujica Lainez en octubre de 1965.
Un león en el bosque de Vicente Casares. Silvina, Enrique Pezzoni, Alejandra Pizarnik, Edgardo Cozarinsky y Manuel Mujica Lainez en octubre de 1965.
 ??  ?? Autorretra­to con reloj. Bioy en uno de sus dos escritorio­s, en el piso de Posadas y Schiaffino, septiembre de 1959.
Autorretra­to con reloj. Bioy en uno de sus dos escritorio­s, en el piso de Posadas y Schiaffino, septiembre de 1959.
 ??  ?? Estatua dañada por un ataque. “Salgo para Palermo. Concluyo un rollo que estaba en la Bessamatic; sospecho que habrá buenas fotografía­s: la cabeza del Sarmiento del Rosedal, envuelta en tules, después de la explosión de la bomba. 20 noviembre...
Estatua dañada por un ataque. “Salgo para Palermo. Concluyo un rollo que estaba en la Bessamatic; sospecho que habrá buenas fotografía­s: la cabeza del Sarmiento del Rosedal, envuelta en tules, después de la explosión de la bomba. 20 noviembre...
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