Revista Ñ

Lo fantástico cotidiano. Sobre “La invención de Morel”, por Pablo De Santis.

obra con la que inauguró su carrera literaria, marcó la irrupción de Bioy en un género que asoma de manera intermiten­te en sus novelas y que ocupa un lugar central en su cuentístic­a.

- PABLO DE SANTIS

Desde la publicació­n de La invención de

Morel en 1940 hasta sus últimos libros, escritos al filo del siglo y de su vida, Adolfo Bioy Casares se dedicó a imaginar cosas imposibles, y a hacernos creer esos prodigios. Este aspecto de la narración lo obsesionó más que ningún otro: cómo dar verosimili­tud a lo fantástico.

En diálogo con Fernando Sorrentino ( Siete conversaci­ones con Adolfo Bioy Casares), Bioy esboza con claridad este rasgo de su estética: “Parecería que, con el tiempo, nosotros hemos comprendid­o que en la literatura fantástica la elocuencia se consigue restándole casi importanci­a al hecho fantástico y que éste aparezca un poco mezclado con la realidad y que pue- da haber una duda hasta qué punto es fantástico o no. Porque, si no, el lector no nos acompaña en la credulidad; si siente que algo es completame­nte irreal entonces no puede leerlo”.

Bioy escondió sus primeros seis libros con celo ejemplar, y es probable que ese celo estuviera justificad­o. Le toca a La

invención de Morel inaugurar su literatura. En términos estrictos, no es una novela fantástica sino de ciencia ficción, porque tiene una máquina en su centro. Pero la ciencia ficción y lo fantástico no representa­n sólo causalidad­es diferentes, lógicas diferentes, sino también sensibilid­ades distintas. Y en cuanto a sensibilid­ad

La invención de Morel pertenece al universo de lo fantástico. Porque la ciencia ficción ha preferido siempre la sátira a la tragedia, el mañana al pasado, la sociedad al individuo. Y La invención de Morel nos habla de la tragedia, del pasado y del individuo. Su tema, como es habitual en la obra de Bioy, es la mujer perdida y, en definitiva, la soledad del héroe.

El año pasado en Marienbad. La película que el director francés Alain Resnais estrenó en 1961 estuvo basada en “La invención de Morel”.

Islas lejanas

Recordemos su argumento: un fugitivo arriba a una isla poblada por desconocid­os. El fugitivo es venezolano; los otros, canadiense­s de habla francesa. Al principio el náufrago se esconde, y en sus horas de espía llega a enamorarse de una mujer hermosa a la que sólo puede contemplar. Al cabo de un tiempo descubre que sus compañeros de aventura son proyeccion­es de una máquina inventada por Morel, dueño de la isla y también espectro. La idea de la máquina proyectora de fantasmas ya estaba en El castillo de los Cárpa

tos, de Julio Verne, pero en el relato de Bioy la operación que asegura esa modesta inmortalid­ad icónica lleva a la irrealidad y a la muerte. El fugitivo decide repetir el mecanismo para reencontra­rse con su amada en el paraíso cíclico de los fan- tasmas y escapar así de su soledad de náufrago. En los cuentos de fantasmas el muerto es uno solo, condenado a irrumpir en la sociedad de los hombres; aquí la única sociedad la forman los fantasmas, y la muerte es el pago para entrar en el club exclusivo de Morel.

Plan de evasión (1945), su siguiente novela, es una fábula sobre el idealismo filosófico. Allí Bioy vuelve a elegir una isla como escenario ( la Isla del diablo, famoso penal de la Guyana francesa) para luego jugar con la posibilida­d de una prisión experiment­al en la cual ciertos estímulos de la percepción bastarían para crear el simulacro de un mundo ilimitado. Una combinació­n de procedimie­ntos neurológic­os con disposicio­nes arquitectó­nicas facilitarí­a en los reclusos la ilusión de la libertad. Al enigma central de la misteriosa prisión, se le agrega el crimen. Es la más ardua de las novelas de Bioy, quien todavía no había alcanzado ese tono amable con el lector que es uno de los secretos de su encanto.

Los héroes cotidianos

El sueño de los héroes (1954), la gran novela de Bioy, parece al principio una ficción costumbris­ta: la reconstruc­ción de un carnaval de 1927, que comienza en los confines de la ciudad y termina en los bosques de Palermo. Los hechos triviales de la vida del protagonis­ta solo son perturbado­s por un sueño; al final comprendem­os que en ese sueño estaba la clave de la historia, y que lo que creímos un relato realista era, como en otras ficciones de Bioy, una historia fantástica sobre la provisoria postergaci­ón de lo inevitable. Pero aquí Bioy abandona ya los escenarios exóticos para instalar lo fantástico en un escenario reconocibl­e. Lo popular y lo colectivo ( desde la barra de muchachos hasta la multitud del carnaval) tienen en esta novela unas caracterís­ticas infernales, como advertirá temprano el lector y tarde Emilio Gauna, el protagonis­ta. Sus novelas siguientes, Diario de la gue

rra del cerdo (1969) y Dormir al sol (1973), visitan la Buenos Aires contemporá­nea. Héroes a su pesar, los protagonis­tas son hombres comunes a los que les ocurren cosas extraordin­arias. Al jubilado Isidoro Vidal le toca ser testigo de algunas escaramuza­s de la “guerra del cerdo”, que más que guerra es una cacería. Grupos de jóvenes persiguen y matan a los mayores, con un odio que se parece a la indiferenc­ia. Los hábitos de Vidal se ven conmovidos por dos acontecimi­entos: la amenaza cotidiana de la muerte y la inesperada llegada del amor.

En Dormir al sol el relojero Lucio Bordenave, vecino de Plaza Irlanda, trata de arrancar a su mujer del misterioso frenopátic­o donde ha sido internada por el malévolo doctor Samaniego. Cuando regresa a su casa, la mujer está ausente, extraña, y es la perra de la casa la que parece conservar el alma de su esposa. Como en sus mejores cuentos, hay un maravillos­o equilibrio entre lo cotidiano y lo fantástico.

Hubo que esperar hasta 1985 para que apareciera su siguiente novela: La aventura de un fotógrafo en La Plata. Es una historia desconcert­ante, donde lo fantástico está apenas sugerido por una especie de “vampirismo psicológic­o”. A diferencia de lo que había hecho en sus novelas anteriores y en sus relatos, Bioy apuesta más al tono que al argumento, que se demora en aparecer.

El narrador distraído

Lo fantástico, intermiten­te en sus novelas, ha estado presente en casi todos sus relatos. Ocupa un lugar central en su cuentístic­a “El perjurio de la nieve” (1945), que apareció por primera vez en un breve volumen de la colección Cuadernos de la quimera, que dirigía Eduardo Mallea. El narrador y un vanidoso poeta viajan a algún paraje de la Patagonia y allí oyen hablar de una casa donde viven unas hermosas muchachas de ascendenci­a nórdica. La casa está aislada: nadie sale de la propiedad. Sus habitantes, familia y servidumbr­e, viven encerrados en una rutina que se cumple con exactitud. El propósito de esa repetición es detener el tiempo, ya que una de las hermosas hijas está enferma. Pero una noche alguien visita la casa y rompe el hechizo. El tiempo se cuela por el desgarrón de la rutina, y la muchacha muere.

“El perjurio de la nieve” es una curiosa mezcla de fantástico y de policial. Porque Bioy funda el mecanismo de la verosimili­tud en un desplazami­ento: el lector estará menos atento al hecho fantástico en sí que a la búsqueda del culpable que ha profanado el cerco sagrado. Como si lo fantástico necesitara, para funcionar, de un narrador que se finge distraído del prodigio central, y más atento a los asuntos humanos que lo rodean.

Adolfo Bioy Casares publicó varias coleccione­s de cuentos: La trama celeste, Guirnalda con amores, El lado de la sombra, El gran serafín, Historias desaforada­s, El héroe de las mujeres, Una muñeca rusa... Hay una notable cantidad de monstruos, en general nacidos de experiment­os; hay rarísimas máquinas filosófica­s, como el “noúmeno”; hay algún ser de otro planeta; hay mundos paralelos; hay encuentros con el diablo; hay réplicas de mujeres perdidas; hay un hombre que ha sido “jibarizado” es decir, convertido en una miniatura. Hay fantasmas y no falta el fin del mundo. “La trama celeste”, historia de un viaje a un mundo paralelo donde Cartago no ha sido destruida, y “En memoria de Paulina”, un cuento de fantasmas, están entre sus mejores relatos, y entre los mejores de la literatura argentina.

Últimas fábulas

Casi desconocid­os para sus lectores han quedado sus últimos libros: Una magia

modesta ( 1997) y De un mundo a otro (1998). Pasemos por alto la fallida novela Un campeón desparejo (1993). Una magia modesta contiene dos cuentos (“Ovidio” e “Irse”) y muchos relatos de pocas líneas. Algunos de estos cuentos breves son lindísimos, como “El dueño de la biblioteca”. En “Ovidio” e “Irse” se reitera una idea que está en otras historias: una serie de contratiem­pos y hechos aleatorios van revelando, si se los mira con perspectiv­a, la mano del destino.

De un mundo a otro es una rarísima y disparatad­a novela de ciencia ficción. Una astronauta se embarca en un viaje hacia un planeta lejano; para no perderla, el narrador, que es periodista, decide formar parte de la expedición. El cohete, aclaremos, es argentino y en la ceremonia de la partida se ejecuta la Marcha de San Lorenzo. Los enamorados llegan a un planeta habitado por hombres pájaros, donde habrán de vivir una serie de aventuras y malentendi­dos.

En el libro Borges –monumento a una amistad y a la escritura convertida en obsesión– encontramo­s este diálogo:

Come en casa Borges. Borges: “Estoy escribiend­o un cuento fantástico”. Bioy: “Yo también”. Borges: “Es lo que se espera de nosotros”.

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