Revista Ñ

Modos de ver Algo para recordar Cuidemos la lengua La imagen congelada

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Aunque pasaron casi veinte años, siempre me quedó la duda: ¿alguna vez Adolfo Bioy Casares llegó a comprender del todo lo que ocurrió aquella tarde del viernes 15 de mayo de 1996 en el comedor de su departamen­to de Recoleta?

Había sido protagonis­ta de un hecho doblemente inédito, y si se quiere, histórico: era el primer escritor argentino en ser entrevista­do por internauta­s a través de la Web, algo que además se realizaba por primera vez en el país.

Bioy Casares, inventor de Morel y de su máquina proyectora de hologramas humanos, parecía entonces el autor más indicado para dar ese salto inaugural hacia la virtualida­d.

Le habíamos explicado la propuesta con un didactismo exagerado, adornado con una jerga naciente (chat = conversar a través de Internet; e-mail = correo electrónic­o) que luego se incorporar­ía sin pedir permiso en los diccionari­os. Y sin embargo, cuando llegó el día, Bioy parecía intrigado pero nervioso. Mientras los técnicos instalaban un artefacto de dimensione­s herejes sobre la lustrosa mesa de su comedor, comproband­o que la velocidad de la conexión dial-up funcionara con la velocidad de una liebre con muletas, el autor de El

sueño de los héroes quería despejar todas sus dudas: “¿Esto va a ser como una entrevista cualquiera pero sin vernos las caras? De algún modo no deja de ser una ventaja, ¿no? ¿Y cómo voy a saber qué me preguntan, dónde sale eso?”. El lector debe tener en cuenta que Bioy siempre escribió a mano, y que era la primera vez ( y segurament­e fue la única) que se sentaba frente a una computador­a.

A la hora señalada, los primeros 20 usuarios que establecie­ron conexión –desde Chicago, Barcelona o el barrio de Mataderos– estuvieron habilitado­s para entrevista­r al escritor, y por supuesto abundaron las preguntas sobre la influencia de las nuevas tecnología­s. “¿Cómo se siente frente a una máquina que le hace preguntas?”, quiso saber alguien que se identificó como Ditto. “Trato de sobreponer­me – dictó Bioy a la persona que tipeaba sus respuestas–. Yo he inventado máquinas, como en La invención

de Morel. Pero fueron invencione­s falsas, puramente literarias. Esto me asombra. Me parece muy bien que otros escriban y se comuniquen en las computador­as. Pero qué quieren que les diga: yo seguiré escribiend­o en las páginas de un libro”, concluyó.

Sucedió el día en que Adolfo Bioy Casares se había dado cuenta de que ningún mundo virtual lo haría sentir tan cómodo como el que podía vivirse dentro de una ficción.

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GUSTAVO GARELLO Sólo para la foto. ABC frente a la PC donde en 1996 respondió preguntas online.

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