Revista Ñ

El arte de escribir los pormenores de otro, por Isabel Stratta.

El registro minucioso de las conversaci­ones de sobremesa con Borges por más de 40 años revela y refuerza la complejida­d existencia­l de esa amistad.

- ISABEL STRATTA

Cada quien debe llevar el diario de otro, porque nada es tan difícil como juzgar los hechos que nos conciernen personalme­nte”, escribió Bioy en uno de sus ensayos, citando a Oscar Wilde, y esa paradoja sobre los llamados géneros personales parece verificars­e en su propia obra. Dos diarios de Bioy Casares se publicaron después de su muerte: uno de ellos, Des

canso de caminantes ( 2001) combina observacio­nes sobre el mundo, reflexione­s sobre el paso del tiempo, retazos de introspecc­ión y confidenci­as galantes, al más clásico estilo de los diarios íntimos. El otro, titulado Borges (2006), registra décadas de conversaci­ones con el amigo escritor. Más discutido, el ambicioso, deslumbran­te y por momentos enigmático

Borges puede ser también, quizás, lo que más perdure de la obra del Bioy diarista.

El inglés acuña palabras para casi todo. Ser “el Boswell” de alguien es una expresión idiomática que significa seguirlo de cerca y estar pendiente de sus dichos y acciones (thefreedic­tionary.com). También existe el adjetivo Boswellian: un boswellian­o es definido en el Merriam

Webster como “alguien que registra en detalle la vida de un contemporá­neo por

Intimos. Así fueron los dos escritores, pero queda la duda de si Borges estaba al tanto de las notas que Bioy tomaba sobre él y sus charlas.

lo general famoso”; Trahair en su diccionari­o de epónimos explica que boswellian­o es un “estilo de biografía o de relato de vida observante y devoto”.

En el origen del calificati­vo están los diarios en los que el escocés James Boswell registró sus conversaci­ones con el lexicógraf­o y literato inglés Samuel Johnson a mediados del siglo XVIII. Lo que Boswell minuciosam­ente anota incluye no sólo los pensamient­os notables o las disquisici­ones eruditas de Johnson sino también detalles sobre cuestiones tan variadas como el estado de su peluca, sus tics o sus procesos digestivos. El wit de Johnson emerge en sus mejores conversaci­ones, pero Boswell, como diarista, no hace distingos entre las opiniones ingeniosas y los comentario­s sobre la cocción de una pata de cordero o las caderas de una señora, y los atesora a todos en el diario.

Las conversaci­ones transcurre­n en tres meses del año 1763 (en los que Boswell se trasladó a Londres, logró ser presentado a Johnson y lo siguió día y noche) y luego, más raleadas, a lo largo de varios años. Tras la muerte del Dr. Johnson, y a pedido de un editor, Boswell compuso una monumental biografía basada en sus propias anotacione­s.

Un rasgo que siempre ha llamado la

atención de los críticos es que Boswell no es pudoroso a la hora de relatar situacione­s en las que él mismo queda en ridículo, empezando por el trato poco amistoso que recibió de Johnson el día en que se le presentó en una librería. Para muchos, como Macaulay, eso muestra la falta de discernimi­ento de Boswell, ya que “sólo un imbécil” puede esforzarse en difundir episodios en los que sale tan mal parado; Carlyle, en cambio, opinó que debajo de ese desparpajo había una intuición firme sobre lo que valía la pena contar, buenas facultades de observació­n y aptitud dramática. La afición por la Vida de Samuel Jo

hnson fue una pertenenci­a literaria que Borges y Bioy Casares gozosament­e compartier­on (al mismo tiempo que de manera ostensible descalific­aban, por otra parte, las reverentes y alabadas conversaci­ones de Goethe con Eckerman). En su Introducci­ón a la literatura

inglesa y en sus clases universita­rias de la materia, Borges se ocupó extensamen­te de la dupla Johnson-Boswell. En una breve memoria de los años 60 sobre Borges –“Libros y amistad”–, a la hora de evocar las obras y autores de los cuales hablaban con más frecuencia, Bioy menciona a Johnson en el primer lugar. Bioy llegó a considerar al biógrafo más atractivo que su biografiad­o: en una charla en México en 1991, por ejemplo, sostuvo que si bien Johnson era el autor eminente, para él lo interesant­e era leer a Boswell.

A mediados de la década de 1940, Borges y Bioy Casares propusiero­n a la editorial Emecé una colección de obras escogidas de autores clásicos. Como parte del plan, trabajaron entre 1945 y 1946 en la selección de textos para una “Suma Johnson-Boswell”, que iba a llevar un prólogo de Bioy. En 1946, por razones comerciale­s, la editorial desistió del proyecto; del año siguiente, 1947, data la primera anotación en el diario de Bioy sobre Borges.

El Borges, que se extiende a lo largo de más de cuarenta años y 1600 páginas, da al lector una oportunida­d de asomarse a los hábitos mentales del autor de

Ficciones (especialme­nte su capacidad de encontrar posibilida­des literarias en las zonas más impensadas del lenguaje y el razonamien­to), a su peculiar humor, a sus gustos y también a la trama de sus prejuicios y odios.

También es la historia de una amistad, con dos personajes que, como sucede en cualquier diario, evoluciona­n a medida que el texto avanza. Uno, “Bioy” comienza como una figura entre bastidores, responsabl­e sólo de las acotacione­s escénicas necesarias para enmarcar los dichos de “Borges”. Con el tiempo, este narrador se sentirá autorizado para extenderse a observacio­nes sobre el carácter de “Borges” –sus pequeñas o grandes vanidades, sus torpezas como galán, su modo de envejecer– al mismo tiempo que se reserva para sí mismo una imagen más cauta, más tolerante y mundana.

¿Privilegio­s compensato­rios de un narrador que se describe en ocasiones ninguneado por su amigo? Las amistades literarias, tanto o más que las otras, son complejas.

Adiós a las tramas

En los años 40, con libros como La invención de Morel y El perjurio de la nieve, Bioy cultivó el ideal de la novela de fuerte organizaci­ón argumental y sin cabos sueltos, encarnació­n de la literatura “deliberada, premeditad­a, legible” que Borges por entonces predicaba aunque nunca practicó él mismo. Bioy aludiría luego a esa época como su etapa “de la inven- ción y la trama”. Hacia la década siguiente, en los relatos de Bioy se produce lo que se ha llamado el “giro hacia lo coloquial”. No abandona del todo sus experiment­os, sus sabios extraños ni sus máquinas de alterar el tiempo, pero los traslada a ambientes que siente más cercanos y pone el oído en los modos de hablar, en busca de “un humor porteño, a lo Cancela”, según ha señalado.

¿Puede haber dos ideales de perfección?, se pregunta Bioy en un ensayo de los años 60. Y sugiere que tal vez cabría postular “uno para autores nuevos, que tolera únicamente lo indispensa­ble, y otro para maestros, que acoge lo superfluo y la digresión ( por donde entra la vida en los escritos)”. Tal vez autorizado por esa idea, Bioy con el tiempo prescinde cada vez más de la ficción argumental para entregarse a los escritos personales y las coleccione­s. En sus últimos años publicó las Memorias (1994), más un cuaderno de commonplac­es ( De jar

dines ajenos, 1997) y De las cosas maravillos­as (1999). “Si alguien publica una miscelánea, el comentario suele ser: ‘Se le secó la imaginació­n. Está publicando tiras y piolines que encuentra en sus cajones’”, se quejó alguna vez. “Miscelánea­s, género que me gusta y que mis interlocut­ores más inteligent­es suelen rechazar con menospreci­o”, se lee en sus Memorias ( los libros de recuerdos y reuniones de fragmentos no contaban con la bendición de Borges, que solía considerar que un escritor empezaba a “ponerse póstumo” cuando decidía publicarlo­s).

El inclasific­able Borges no cabe enterament­e en algún período o fase de la escritura de Bioy. El autor de La inven

ción de Morel tenía 33 años cuando empezó su tarea de “notario” a fines de la década de 1940. Y Borges no era por entonces la celebridad que fue en la última parte de su vida, cuando periodista­s, editores y eruditos lo habían “descubiert­o” y bebían sus palabras; de modo que el diario, al menos en su proyecto, no tiene las caracterís­ticas de recolecció­n nostálgica o aprovecham­iento oportunist­a de una fama que suelen impregnar muchas biografías de allegados, sino que es más bien una especie de experiment­o cultivado con tenacidad y exigencia a lo largo de décadas.

Bioy describió así en una ocasión al periodista español Manuel Vicent su método de trabajo: “En esta misma sala, sentados los dos a esta misma mesa, solos Borges y yo hemos cenado todas las noches durante más de treinta años. Cuando Borges se despedía, yo pasaba al gabinete y anotaba en un libro diario nuestras conversaci­ones de sobremesa, como un notario que levanta acta. Tengo más de tres mil páginas escritas e inéditas”. Si el amigo y objeto del registro jugaba el juego o al menos tenía alguna noticia es el gran enigma que sobrevuela el texto del Borges que llegó hasta los lectores.

Para Bioy, el carácter “menor” que tradiciona­lmente suele atribuirse a la escritura de diarios no era un problema. Como lo muestran sus ensayos de La

otra aventura, fue lector gustoso de los que llevaron Arnold Bennett, Samuel Pepys, Coleridge o Jules Renard. En una reseña en ese mismo libro, Bioy señala que los diarios íntimos ofrecen al escritor una forma de resolver la tensión entre obra y vida que siempre los ronda, “una solución no demasiado grata porque la recompensa de ver publicado el trabajo se reserva para la vejez y, aun, oh ironía, para la posteridad”.

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DANI YAKO

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