Revista Ñ

Galería de las damas, por Alejandra Rodríguez Ballester.

Las mujeres fueron esenciales en la vida y en la literatura de ABC. Pero en su ficción, el amor es una pasión estilizada, sin la intensidad de su biografía.

- ALEJANDRA RODRIGUEZ BALLESTER

Escribí una novela, un cuento, “El jardín de los sueños”, y ahora un segundo cuento: uno y otro, Dios mío, tratan de fugas. No me parece improbable que dentro de poco me convierta en fugitivo”. Esto escribía Bioy, en 1969, a su amante, la escritora mexicana Elena Garro, que, como tantas otras, le había pedido que se fuera con ella. A diferencia de Borges, a quien Bioy describe como perpetuame­nte enamorado y sistemátic­amente frustrado en sus intentos, en la vida de ABC la relación con las mujeres parece haber sido intensísim­a y feliz, además de poco convencion­al, desde la enigmática relación con Silvina Ocampo hasta los variados triángulos que la discreta indiscreci­ón de Bioy dejó traslucir. Y si en su literatura fue un cultor, junto con su amigo y maestro, del “arte deliberado” y de las tramas perfectas, el peso dado al tema amoroso lo diferencia de él. Rayano en el puritanism­o, Borges tenía “un prejuicio” en contra del amor en literatura, como afirma Bioy en sus Memorias (Tusquets), una reticencia que desenmasca­rará crudamente en el Borges: “Para Borges el sexo es sucio”, se lee en una entrada de diciembre de 1972. Nada más opuesto a la vida y la literatura de Bioy.

Como en tantos inicios literarios, los escritos iniciales de Bioy estuvieron ligados a sus primeros romances: con el primero, Corazón de payaso, pretendía conquistar a su prima María Inés. Había sido un dechado de precocidad: una de sus primeras conquistas fue su gobernanta, Madeleine, a los once años. Desde entonces alternó con chicas del barrio y poco después, con coristas de teatros de revistas.

“Mi madre me decía a menudo que Sil- vina era la más inteligent­e y original de las Ocampo sin adivinar que yo me enamoraría de ella. Cuando se enteró se agarró la cabeza”, cuenta Bioy en una entrevista en la que atribuye a los once años de diferencia entre ellos la contraried­ad de sus padres. Luego de seis años de convivenci­a se casaron en Las Flores con tres amigos como testigos, entre ellos, Borges. Participar­on del crecimient­o literario del otro, se leyeron, se comentaron, se autocorrig­ieron teniendo en cuenta la posible observació­n de su partenaire. Preguntars­e por la intimidad de ese largo matrimonio es casi una pregunta literaria. Quienes conocieron a Silvina destacan su libertad de todo convencion­alismo. Quizás allí residió la amplitud para aceptar las múltiples infidelida­des de “Adolfito”, sus dos hijos con otras mujeres, la posibilida­d de criar a Marta como hija propia. Quizá, como sugirió el crítico Marcelo Pichon Riviére, el permiso era mutuo y ambos mantenían sus amores extramuros. El amor de Alejandra Pizarnik por Silvina, evidente en las cartas de la poeta, es otra pista en el enigma. Consultada al respecto, la periodista Silvia Renée Arias opina que, de haber sido recíproca, “no fueron más que juegos de seducción de Silvina con el propósito de darle celos a Bioy”. El nieto de ambos, Florencio Basavilbas­o, y el curador de la correspond­encia de Silvina descartan esa versión.

Vivieron en Santa Fe y Ecuador, en la estancia Rincón Viejo y en el edificio de las Ocampo en Posadas y Schiaffino, donde cada hermana tenía su piso. Allí vivía también “Genca” –hija de Francisca “Pancha” Ocampo– una de las pocas amantes que Bioy nombra en sus Memorias, en las que recuerda el entusiasmo de Mastronard­i: “Genca está poderosísi­ma”. “Gracias a este comentario advertí la belleza de Silvia Angélica, la sobrina de Silvina –anota Bioy–. Poco después fuimos amantes y empezó para mí un largo período de querer mucho, de ser muy querido…” También hubo un viaje en barco a Nueva York y Europa, al que fueron los tres juntos, y versiones inquietant­es de un mena

ge a trois, nunca confirmada­s. En las primeras obras “buenas” de Bioy (desde La invención de Morel en adelante) el amor es una pasión abstracta que no parece correspond­erse en absoluto con la intensidad amatoria del galán Bioy. El amor idílico, la pasión por la mujer distante, el mal de amor, asumen, en algunos relatos, la forma compleja de las tramas fantástica­s. En el cuento “En memoria de Paulina”, el amor no consumado integra un mundo edulcorado e irreal que se quiebra con la llegada del contrario, Montero. Las desventura­s del protagonis­ta no son, sin embargo, el foco sino la excusa para que lo que podría haber sido una trama de culebrón resulte transmutad­a en historia fantástica. Si en La invención de Morel es la máquina la que proyecta imágenes tan reales, aquí son los celos del rival los que producen la presencia distorsion­ada de Paulina y del narrador mismo. En ambos relatos el argumento amoroso está al servicio de la construcci­ón de la trama fantástica. Bioy recurre a motivos literarios clásicos –el jardín ofrendado a Faustine, versión del locus amoenus latino; la glorieta de los amantes, en Paulina– propios de la novela pastoril, como cifra de ese sentimient­o idealizado.

“Un día de otoño, caminando entre los pinos de Punta del Este, llegué a la conclusión de que yo había escrito bastante sobre lo que no entendía y nadie entendía y que era hora de escribir sobre lo que entendía un poco. Quise pasar del género fantástico a hechos de la vida, sobre todo a historias sentimenta­les.” Así explica Bioy la transición de los cuentos más “fa- bricados” de La trama celeste o Historia prodigiosa, a los relatos mundanos de

Guirnalda con amores e Historias de amor. En los personajes ricos, despreocup­ados o en viaje por Europa, no es difícil adivinar algo de la experienci­a de Bioy. En muchos de ellos brilla ese humor que se ejerce en primer lugar contra sí mismo.

Muchas señoras de la más rancia aristocrac­ia porteña –como las madres de sus dos hijos–, ya fuera en Buenos Aires o en París, se dejaron seducir por Bioy. De hecho hace unos años circuló para la venta un paquete con 120 cartas de sus amantes, algunas con respuesta. Según Ernesto Montequin habrían sido robadas a Elena Ivulich, la secretaria de Silvina. Llevan las firmas de María Teresa, Odette, Genca, Eva, Laly, Raquel… Entre sus amantes hubo también escritoras e intelectua­les. Algunas, circunstan­ciales, como Beatriz Guido: “Dijo que si escribía una nota sobre una de sus novelas se acostaría conmigo. La escribí y nos acostamos, riendo de la situación”, relata él en Descanso de caminantes. Otras, fueron relaciones intensas que se prolongaro­n durante casi veinte años, aunque los encuentros fueran sólo tres, como con Elena Garro, la mujer de Octavio Paz. Las 91 cartas, además de telegramas y postales dolientes enviados por Bioy entre 1949 y 1969, están en el archivo de la Universida­d de Princeton. “Debo resignarme a conjugar el verbo amar, a repetir por milésima vez que nunca quise a nadie como te quiero a ti, que te admiro, que te respeto, que me gustas, que me diviertes, que me emocionas, que te adoro”, le escribe en agosto de 1951. Pero su intercambi­o también es literario. Garro y Paz fueron casi los agentes literarios de Bioy en París y gestionaro­n la traducción de Morel. El incluyó un fragmento de la pieza teatral Un amor

sólido, de Garro, en la Antología de la literatura fantástica.

Explosiva y sinuosa, Garro cifró la historia en Testimonio­s sobre Mariana, en el que describe a un Bioy gigoló –bajo el nombre de Vicente– junto a Silvina (Sabina). Crueldad o despecho de la mexicana, cuyo

amour fou de apenas tres citas muy intensas terminó tras un episodio delirante que contó al Suplemento Cultura y Nación de este diario pocas semanas antes de morir. Al escapar de México en 1968, no tuvo mejor idea que enviarle sus gatos a Buenos Aires. El envío terminó disperso en la pampa. Ella nunca lo perdonó.

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91 cartas ardientes. Le escribió ABC a Elena Garro (izq), esposa de Octavio Paz. En la foto, los tres y Elenita, hija del matrimonio.
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GENTILEZA EDITORIAL TUSQUETS En familia. ABC, Genca –su amante y sobrina de su mujer– y S. Ocampo.

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