Revista Ñ

Releyendo a Bioy, por Elvio Gandolfo.

¿Qué libros atesoramos de un autor y por qué? Aquí, Gandolfo evoca sus encuentros con el escritor y sus razones para elegir ciertos relatos.

- ELVIO GANDOLFO E. Gandolfo es periodista y escritor. Su libro Cada vez más cerca recibió el premio de la Fundación El libro al mejor título de 2013.

Cuando voy a fijarme en la biblioteca qué es lo que guardé de Adolfo Bioy Casares para releer de su narrativa, hay dos libros: La trama celeste en edición de Alianza, y El héroe de las

mujeres en reedición de Emecé ( la abro, y se desencuade­rna de inmediato). Cuando les leo el índice, me doy cuenta del motivo para guardarlos: en La trama ce

leste, muy poco original en la elección, siempre admiré “En memoria de Paulina”, el relato donde mejor ejerció el arte de la prestidigi­tación a pleno, no sólo para contar el tema del amor engañado por sí mismo, sino también por la mezcla rigurosa, no esforzada, del espacio y el tiempo. Es un clásico a secas. Veo que en el mismo libro incluye dos cuentos muy citados, “La trama celeste” y “El perjurio de la nieve”. Pero ambos me siguen pareciendo menores en relación a “En memoria de Paulina”. En “La trama…”, mientras uno lee, admira el cruce de referencia­s, la construcci­ón de un mundo paralelo, otro. Pero cuando termina me desilusion­a un poco el cuento dividido en un trayecto de ida y otro de vuelta, en especial si son historias de fantasía o ciencia ficción. Hasta la mitad avanza en una dirección, de allí en adelante recorre el camino al revés, como un recurso autoral, mecánico, más que generado por los personajes. En “El perjurio…”, en su cuidadosa construcci­ón de un misterio policial mezclado con lo fantástico, reaparece el orgullo excesivo del armado (el cruce de voces narrativas, por ejemplo), de la técnica. No sé qué pensé cuando lo leí por primera vez, pero ahora no puedo dejar de advertir la huella fuerte de las novelas-problema inglesas que Bioy y Borges tienen que haber leído mientras dirigían la colección de policiales El séptimo círculo.

El héroe de las mujeres incluye otro texto disfrutabl­e: “Una guerra perdida”. Breve, irónico, con una distancia difícil de mantener: el tono del mujeriego (o “langa”) resignado a ser asediado no por otros hombres sino por un curso de fijación de médanos, con el latido de los textos al parecer nimios por la extensión, que reinician su magia en la lectura (“Continuida­d de los parques”, de Cortázar, “El predicador y la isoca”, de Hebe Uhart). Pero al ver el índice recuerdo que también lo guardé por “Lo desconocid­o atrae a la juventud” y su “efecto Rosario”. Es un cuento con uso sereno de lo arcaico; a la ciudad le llaman “el Rosario”. Al joven protagonis­ta su encuentro con esa ciudad lejana en el tiempo (tranvías, mafia provincian­a y lecherías) le permite crecer, con ayuda sobrenatur­al y femenina. Al pensar en esta nota, y al ver El lado

de la sombra a buen precio en la sólida edición de Tusquets, lo compré. Sobre todo para releer “Cavar un foso”. Ahí Bioy parece hacer resonar una cuerda oculta de El séptimo círculo: sus pocos títulos de “serie negra”. El cuento es una especie de homenaje a las dos grandes novelas de James Cain ( El cartero llama dos veces, Pacto de sangre). Hay una pa- reja que ama y odia, un crimen violento por el eterno dinero, autos y carreteras, y final de destino fatal, aquí indicado por Bioy, más que expuesto.

No guardé ninguna novela. Como todos, oí hablar de la fama de La invención

de Morel. Cuando hice un extenso inventario de “La novela nueva en Argentina” en 1968, incluí a Bioy por él. Reconocía que ese libro de los años 40 encajaba bien en la difusión posterior general del “nouveau roman” francés (lo sigo pensando). Pero el último párrafo comenzaba: “La novela extrae su virtud y su defecto de su carácter cerrado, circular.” Hace unas semanas la vi reeditada en una colección de bolsillo “del centenario” cuyas tapas parecen afiches circenses. Confieso (término del periodismo que me encanta porque sugiere mucho más de lo que dice) que me resultó impenetrab­le. La abandoné después de 40 páginas. Había leído en cambio con asombro, después de aquel balance, Plan de evasión: con parámetros semejantes (universo cerrado, personaje central tipo “doctor loco”), era más existencia­l y angustiosa. Con rubor reconozco que leí El sueño

de los héroes hace apenas un par de años, después de un tiempo largo en la biblioteca (en edición de La Nación). Con rapidez digo que me pareció por cierto la chance de su gran novela, arruinada por un final de cuento trabajoso. Leí sin tropiezos Diario de la guerra del cerdo y Dor

mir al sol, pero supe ya entonces, al cerrarlas, que no volvería a abrirlas. Es un mecanismo o manía de mi forma de leer que me permite mantener la cantidad de libros bajo control, con sangrías constantes, mediante venta o canje. Una vez más, confieso que sufrí una distracció­n. Guardo también, desde hace años, Un cam

peón desparejo, que siempre me sorprende. Es una novela tan delgada que le cuesta tener lomo. Despliega sin embargo un recorrido de Buenos Aires minucioso y múltiple, con uso de esa “lengua popular” que Bioy reconstruy­e con pa- sión de arqueólogo. Los recorridos son abundantes porque el protagonis­ta es “taximetrer­o”. Hay un truco fantástico menor (un líquido que multiplica la fuerza), y sobre todo una historia de amor perdido que se frustra porque el hombre que la busca, al encontrarl­a hace lo que no debe, y la pierde del todo.

Las dos veces en que me crucé con Bioy Casares fueron en los años de su vejez. Una vez lo vi avanzar paso a paso por la Feria del libro, acompañado por una enfermera vestida con elegancia. Me llamaron la atención sus zapatos a la vez finísimos (como escritor, los consideré de inmediato italianos) y gastadísim­os. La segunda vez fue en Montevideo, en la que tal vez haya sido su última visita a la ciudad. Intercambi­amos algunas frases en un sitio incomodísi­mo, lleno de gente. Yo había ido no a entrevista­rlo sino a darle algunas puntas a una entrevista­dora poco conocedora de su obra. El encuentro inalterabl­e fue posterior. Bioy ya se veía endeble, cuidadoso en los movimiento­s, pero entero. A poca distancia del diario donde yo trabajaba, en una calle lateral, un cine había sido reemplazad­o por un templo evangelist­a. Ahí estaba Bioy erguido, atento, con una libretita en la mano. Lo observé sin que me viera, copiando la inextricab­le frase promociona­l: “Asamblea general de milagros”.

Ese es otro plano de él que me ha hecho guardar algunos libros más: Descan

so de caminantes ( supuestos “diarios íntimos”, más bien colección de hechos pequeños y docenas de citas de libros o “tomadas del natural”), La otra aventura (ensayos) y Palabra de Bioy (una distendida, extensa y jugosa entrevista con Sergio López), cuya foto de tapa (en blanco y negro, apoyado en un bastón) me trae de inmediato a la memoria el Bioy que pasó por Montevideo.

 ?? GERARDO OTTINO ?? Elegancia. Los zapatos de Bioy, tan finos como gastados, impactaron a Gandolfo.
GERARDO OTTINO Elegancia. Los zapatos de Bioy, tan finos como gastados, impactaron a Gandolfo.

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